La utopía del filósofo-rey en Game of Thrones
Por Manuel Clavell Carrasquillo
De la Redacción de Estruendomudo
La casa real del Norte, con base en el castillo reconstruido de Winterfell y de apellido Stark, se quedó con el trono imperial después de la guerra civil entre las familias de sangre azul de la región de Westeros y luego del tremendo apocalipsis zombie medievalizados en los libros y filmes de Game of Thrones.
Su Alteza Bran I El Roto, Señor de los Seis Reinos, provino de ese feudo y fue nombrado rey absolutista aunque no puede sostenerse de pie y está condenado a una silla de ruedas. No obstante, sus inmensos poderes mágicos, que dominó al transformarse en el “Cuervo de Tres Ojos” lo cualificaron para dirigir la reconstrucción del imperio.
Con su elección a la primera magistratura, los nobles electores escogieron como su líder a un sabio o a un filósofo-rey sobre los demás príncipes y princesas pragmáticos disponibles en la postguerra porque Bran no se puede equivocar, nunca.
Bran, luego de su lenta metamorfosis de señorito a poderosa criatura metafísica, es un vidente, un profeta, un mago historiador, el oráculo de los oráculos que carga dentro de su mente todo lo acontecido o pensado en cada rincón del mundo. Es un aleph.
Sabiéndolo todo tras dejar atrás su destino como señorito cortesano, poseyendo en su edad madura conocimientos infinitos, porque los registra en su ser interior tan pronto alguien los desarrolla, se presume que Bran el filósofo-rey puede tomar las mejores decisiones posibles para legislar, ejecutar y juzgar.
Bran, después de salir del trance de sus consultas místicas, se supone que pueda poner manos a la obra para reconstruir los territorios devastados por los delirios de los monarcas despóticos que lo antecedieron y por los terribles fuegos de los dragones de cada bando.
“Saber es poder”, grita esta conclusión de la trama, y ese poder debe ser descargado por un filósofo para que funcione por el bien del estado. Esta es la última vuelta de la historia pero los espectadores de la serie de HBO no lograremos ver en acción el gobierno “infalible” de Bran I El Roto.
La serie acaba, oportunamente, con su instauración. Por esto, la utopía platónica queda intacta: ¿Podrá un filósofo estéril y sin ambición por el dinero, la sucesión o la gloria tras las victorias de la fuerza bruta y apesadumbrado por la carga del pasado que lo abruma arreglar este desastre político?
A la postre, ¿al imperio lo salvan las armas o las letras? ¿El frío pensador o el emotivo general?
¡Que los viejos dioses y las nuevas deidades le den larga vida al Rey Iluminado que todo lo ve, el lógico delirante Bran Stark!