Al caer la noche, el capitán de la guardia del rey (The City Watch) arengó a la soldadesca frente a las callejuelas: “Este fin de semana tendremos un vistoso torneo de lanzas, viene toda la nobleza del reino al castillo, y la ciudad está llena de criminales”.
Con esa excusa, los guardias de la armadura retocada con el famoso paño dorado, mutilaron y desmembraron los cuerpos de ladrones, abusadores y violadores. Dejaron un rastro largo de sangre y de miedo entre el bajo pueblo para asegurar la ley y el orden feudal en la capital amurallada de Westeros, King’s Landing.
En esos años de la monarquía de Viserys, el reino disfrutaba de un periodo de paz centenario y el clasicismo que trajo el progreso de las sociedades medievales prósperas –que se reflejaba en los adornos de la corte– tenía al rey y a los dos príncipes de la línea de sucesión muy aburridos. Era tanta la bonanza que quería representarse en la serie que nada pasaba y ni un poco de mugre se enseñaba.
Para salir del tedio y el protocolo, la princesita Rhaenyra soñaba con ser un soldado aventurero que le trajera fama a su estirpe, volar dragones por los océanos y comer bizcocho, mientras su madre la bajaba de la nube para recordarle que su función y su poder eran puramente reproductivos.
El príncipe Daemon, por su parte, ahogaba la euforia que le provocaban las redadas policiacas generalizadas para limpiar el bajo mundo de criminales en grandes orgías de palacete prostibulario para huir de la ordinariez del entourage de su esposa extranjera. No la aguantaba.
El rey se veía ansioso con los últimos días de la preñez de la reina, quien esta vez tenía que darle un heredero macho de su mala barriga. Pero Viserys, el máximo patricio de la familia Targaryen, Dominadores de Dragones, estaba enfermo. Los médicos le estaban tratando con sanguijuelas una llaga misteriosa rodeada de un pus tímido que le había salido en la espalda y que crecía.
Espero varias cosas para los próximos capítulos: que al fin los dragones sean protagonistas de algo verdaderamente maravilloso, que todas esas serpientes terreras sedientas de poder que asechan el trono lancen sus diálogos de veneno y que reaparezca la diversidad de los siervos de la Edad Media, realizando sus oficios rústicos en las condiciones de sometimiento insalubres y terribles de la época.