Texto por Manuel Clavell Carrasquillo

Todas las fotos son de Herminio Rodríguez

De la Redacción de Estruendomudo

Dos cosas son imperdonables a la hora de evaluar la calidad y la ética profesional aplicadas a la cobertura periodística de un evento masivo de conflicto político y social como las protestas contra el estado y los patronos del Día Internacional de los Trabajadores (Primero de Mayo): la chapucería y la mala fe de los reporteros.

Lamentablemente, el año pasado en Puerto Rico se demostró con vergonzosos ejemplos que ambas características imperan tanto en las redacciones desde las que se comenta la noticia del momento como en las transmisiones en vivo desde el área de la lucha entre los manifestantes y la policía en la zona bancaria de San Juan por radio, televisión e Internet.

Muchos periodistas salieron aquel día histórico a la calle frescos y fragantes para reportar un evento de tan grandes y complejas proporciones sin haber investigado absolutamente nada sobre sus protagonistas, como si el gobierno y los manifestantes no hubiesen bombardeado los medios y las redes sociales con sus planes, rutas, posturas, advertencias, consignas y reclamos desde meses antes de la actividad.

De ahí que en esa jornada abundaron en todas las plataformas de comunicación las narraciones simplistas y banales sobre los hechos, recargadas de comentarios flojos y generales; faltos de precisión y certeza en cuanto a cuáles eran los grupos que marchaban, cuáles eran las relaciones entre esos colectivos, cuántos eran, qué tipos de expresiones políticas realizaron, por qué hicieron dichas manifestaciones, cómo se organizaron o se desorganizaron a medida que pasaban las horas, en qué se diferenciaban o se parecían sus discursos, dónde estaba apostada la policía en cada momento, cuántas unidades fueron desplegadas, por qué recurrieron al uso excesivo de la fuerza, cuál era el protocolo legal aplicable y, sobre todo, a quiénes había que entrevistar aún dentro del caos para contestar todas estas interrogantes.

FESTIVAL DE CHAPUCERÍAS 

A falta de entendimiento básico sobre la escena y creyendo que estas deficiencias se pueden disimular frente a las cámaras diciendo dos o tres frases bonitas y vacías sin informar nada relevante, muchos periodistas recurrieron a repetir ideas comunes y descripciones obvias de lo que observaban.

De esta forma, resultó que para ellos todos los manifestantes eran iguales, todos los policías también, pues no reseñaron los matices, ni las diferencias, ni las especificaciones, ni las capas de complejidad y contradicciones de los actos de miles de personas que cuestionaron al mismo tiempo y en el mismo sitio –pero con formas muy ricas y disimiles– el injusto sistema de poder al que hemos sido sometidos.

El problema de esta chapuza es que los periodistas que se prestan para hacer este tipo de trabajo mediocre se convierten en los gestores de una versión deformada de la realidad política y social del país. Esta peligrosa deformación consiste en pintar a todo el mundo con el mismo color, en homogeneizar sin piedad a una masa viva y cambiante, en borrar las subjetividades y la humanidad de los que participan en las protestas para convertirlos en maniquíes o robots sin contexto ni interioridad.

En el fondo, este tipo de trabajo periodístico chapucero deshumaniza a los protagonistas de las acciones que buscan cambios y persiguen ideas de un futuro comunitario distinto en modelos iguales y planos en una serie o tipología de “revoltosos” (incluso “pelús”, “antiamericanos”, “comunistas”, etc.) que se repite hasta el infinito con el mismo mensaje único: sus razones para protestar no valen nada. Es más, “esos” no tienen razones para protestar. Como se sabe, esto es “fake news”, es absolutamente falso, y un periodista que se lance a reportar falsedades como esta deformación perversa, aunque sea por chapucero, comete una de las faltas éticas más graves en su profesión.

EL DESPLIEGUE DE LA MALA FE IDEOLÓGICA

Como si lo anterior fuese poco, la cobertura mediática del primero de mayo del año pasado reventó las ruinas que quedaban de la falacia que se repite hasta la náusea de que los periodistas puertorriqueños son pasivos observadores de las controversias sociales y las luchas entre las clases por el control de las poblaciones sin participar en ellas directamente. “Sólo hacen su trabajo”, repiten algunos, como si el pueblo fuese ingenuo y no siguiera el rastro de sus posiciones ideológicas así como de las posturas que estos periodistas censuran a diario.

Ese día, hubo muchos periodistas que editorializaron o comentaron lo acontecido metiendo cuñas venenosas en sus relatos, deliberadamente parcializadas hacia y repetitivas del discurso dominante de la “ley y el orden” que cargó la propaganda del gobierno y el aparato entero del Partido Nuevo Progresista (en el poder) en contra del paro.

Por esta razón, fueron estos periodistas los que nos atosigaron con la falsa representación de la protesta como una contienda entre dos bandos o equipos que se enfrentaron en igualdad de condiciones bajo el sol candente y sobre la brea de las avenidas Muñoz Rivera y Ponce de León: de un lado el benemérito cuerpo de la policía y, de otro, “los manifestantes”.

Nada más lejos de la verdad, pues allí lo que hubo fue el despliegue de una fuerza policiaca con mayores recursos, entrenamiento y equipos que los manifestantes (incluyendo macanas, rotenes, cascos con viseras protectoras, cartuchos de armas químicas , receadores de gas pimienta, escopetas, chalecos antibalas, perreras, escudos de cuerpo entero, esposas, pistolas, etc.).

Uno tras otro, estos periodistas participantes cuestionaron con desdén y coraje en sus reportajes “las actitudes negativas y desafiantes” de los manifestantes que rechazaron enérgicamente las acciones represivas de los uniformados, así como los insultos, gritos, manoteos, consignas y hasta las burlas que recibieron ese día a pesar de que todas estas acciones de protesta son absolutamente legales en el país; permitidas y autorizadas por la primera enmienda de la constitución de los Estados Unidos y el artículo 2, sección 4 de la de Puerto Rico.

La libertad de palabra es un derecho fundamental del pueblo y, por ello, nadie puede ser golpeado o arrestado impunemente por un agente de la ley por simplemente insultar o burlarse de un policía, que es una persona entrenada para refrenarse del uso excesivo de la fuerza en estas circunstancias. Se requiere mucho más para que en estas situaciones exista causa legítima para arresto.

Decir lo contrario por radio, televisión, Internet o por escrito constituye mala fe y cualquier llamado al supuesto orden dirigido a los manifestantes por la prensa en este escenario también lo es. Incluso, el precepto legal antes referido permite en una protesta como esta retar verbalmente a un oficial para que abandone la escena, intentar persuadirlo de que se una a la manifestación, señalarle conducta abusiva, entre otras arengas molestosas pues, al fin y al cabo, se trata de acciones pacíficas proferidas con la voz o gesticuladas, y no de ataques armados ni nada que se le parezca.

Si a la falta de conocimiento sobre los hechos de un paro, una huelga o una manifestación en el espacio público se añade la mala fe ideológica entonces el resultado es una combinación nefasta o una cortina de humo bien denso que beneficia a la versión del gobierno y los patronos sobre lo ocurrido, disminuyendo y hasta descartando por inmoral la versión de los trabajadores, estudiantes, religiosos, sindicatos y otros grupos minoritarios como partidos de oposición independentistas o anticapitalistas, feministas, ecologistas, cooperativistas y socialistas de todo el espectro de la izquierda militante.

La prensa que se prestó para esta operación ideológica sucia fue también agente opresora de los sectores sociales inconformes con el establishment y sus conocidas injusticias, pues condenaron constantemente sus ideas en los reportajes que dirigieron para que los espectadores comprobasen que las ideas de los que mandan eran superiores y más deseables.

Hasta ahí, esta práctica antiética sería un desbalance más en la ristra de desbalances que tenemos que aguantar a diario los espectadores y los usuarios de los medios informativos nacionales. No obstante, este mal es peor de lo que parece si se comprende que esta propaganda ejercida con mala fe ideológica por este sector panfletero de la prensa aceleró la identificación de los espectadores con el discurso oficial del gobernador, su gabinete y el partido de gobierno, quienes al finalizar la jornada de lucha criminalizaron a la cañona a los participantes y los señalaron como enemigos públicos de la ley y el orden que ellos alegadamente atesoran, metiéndolos a todos en el mismo saco con dos o tres vidrios rotos y debajo de una sola capucha “misteriosa y malvada”.

Por todas estas razones, la prensa en pleno tiene que revisar sus posturas en cuanto al ejercicio de la profesión ante la inexorable llegada de un nuevo Primero de Mayo. Rectifiquen ahora, pues no hay peor traición a la libertad de prensa que esgrimir esa quimera mientras pasan a ser voceros, fotutos y sellos de goma del gobierno y los poderosos en detrimento de la historia digna que debemos contar sobre lo que hacen o deshacen los pueblos en sus calles.

Todas las fotos son de Herminio Rodríguez.

Sobre el Autor

Leave a Reply