La imagen del patriota puertorriqueño Betances se utiliza para vender sándwiches de pernil en el Parque Gastronómico Lote 23 de Santurce. Foto de Herminio Rodríguez.

¿Alguna vez bailaste con el diablo bajo la pálida luz de la luna? o sobre la bandera en llamas

Por Sonia Marcus Gaia

Foto de Herminio Rodríguez

Especial para Estruendomudo

Hace unas semanas unos jóvenes, encapuchados, pensemos de aquellos que “mantienen viva la llama de la inconformidad” quemaron la bandera estadounidense en la más burda imitación ochentera del ancestral acto rebelde e irreverente de quemar un símbolo nacional que ya es harto conocido por su polémica actitud hacia el Otro y las pasiones contradictorias que genera. Nada nuevo bajo el sol; si no fuera porque luego del acto sacrílego, la Pecosa, ya sumergida en sus merecidas llamas infernales provocó la típica explosión de comentarios anti-quemadores en las redes sociales. Y yo, mea culpa, lanzada a un streetcar named desire, mordida por la curiosidad de presenciar el estado de histeria colonialista que florece silvestre aquí, me lancé a la lectura de los mismos.

Para magna sorpresa mía encontré un comentario de una estudiante que considero una chica inteligente, de ideales patrióticos y con un sensato sentido de libertad. Esta hablaba, criticando el acto, que esto se había salido del límite, que ella no era ni estadista ni estadolibrista, que tenía sus ideas soberanas, que por su orgullo ella amaba este pedazo de tierra que podía ser un país independiente pero que al fin y al cabo ella era realista y sabía que esa vaina no podía ser, porque: Puerto Rico no se sustentaba económicamente, no había agricultura y no poseíamos materia prima para exportar.

Como joven universitaria le preocupaba nuestro estado de consumismo y dependencia porque las ayudas federales venían de los Estados Unidos y que estos chicos, contemporáneos con ella, se contradecían en quemar eso que significa esa ayuda desinteresada que nos regalaba ese monstruo rubicundo al norte. Se preguntaba, en palabras textuales, ¿Cómo yo voy a quemar la bandera del país que me beneficia económicamente los estudios universitarios? ¿Con qué cara insultan la bandera de la nación que les da el chequesito del sobrante que en su mayoría se lo gastan en jodeera? Dime ¿con qué moral exiges respeto? Se quejan de que les suban el costo en créditos pero dime ¿qué se harían si no existieran estas ayudas federales? Seamos un poco sensatos, más allá de nuestros ideales políticos. Porque definitivamente, ¡Esto se salió del límite!

Más allá de la babosada cultural

Días después asistimos desde nuestros televisores al bochornoso evento en el cual escuchamos el “God bless America” dentro de la sala cameral, en el Capitolio, en la voz de un barítono pechipluma que trataba que no se escuchara el coro de legisladores desafinados, el cacareo cuneiforme del corral de aves revuelto, rindiéndole tributo a la mencionada Pecosa, no se nos fueran los gringos a enojar y mandarnos otra invasión por la afrenta. En esos días me sentí como si me inyectaran por un colonoscópico el absurdo con melodía de Music from the Tropics. Así que me he tomado esta oportunidad para hilvanar algunas ideas que puedan darle (aunque sólo sea una mera ilusión) objetividad a tanta babosada cultural; y de paso, darle una respuesta sensata, fundamentada y esperanzada a mi estudiante, joven a quien le he cobrado afecto.

Comencemos con que hemos legitimizado el discurso de la estupidez. Alguien observa o presencia un acto e inmediatamente nos creemos Cervantes y escribimos lo que sentimos. Casi podría hablarse de una posesión inadecuada de nuestro derecho democrático a la libre expresión. Personalmente creo en la libre expresión: pero ¿hasta dónde permitimos o avalamos discursos totalmente improductivos, malintencionados; y para colmo, mal escritos? Las barbaridades más truculentas tienen un aval y una descarga de improperios que atentan contra esa misma libertad que defendemos. Lo lamentable del discurso de la estupidez es que es rápido, falaz y desinformante. Sería muy probable que si lo terminaras leyendo contarías con neuronas de menos. Por ende, cuando el pueblo presenció, leyó, conoció que unos jóvenes, encapuchados (lo cual no hace reconocible si son estudiantes de la UPI o alguna otra universidad; o si son producto del aparato represor del Estado o Empresa Capitalista) quemaron una bandera; la reacción debió haber sido: ¿Por qué?

¿Por qué se quema una bandera?

¿Por qué se quema una bandera? En el 2016 dos mexico/estadounidenses quemaron la bandera mexicana en protesta contra los migrantes indocumentados que llegaban por la frontera, particularmente seguidores de Trump. Sí, no somos los únicos que cargan con mutantes en su país; los mexicanos también soportan semejante estigma que aún le sangra de las muñecas. Pero no quiero entrar en el discurso del odio. Ese lo podemos dejar para otro tintero. En el 2013, hubo venezolanos que quemaron la bandera de Cuba, en clara alusión a los vínculos de Madero y Chávez con el gobierno cubano. En 2011 estudiantes bolivianos quemaron la bandera chilena bajo el reclamo ya centenario de la salida al mar que Bolivia sí tenía para el siglo XIX y que perdió bajo la Guerra del Pacífico. En 2016 dos horas previas a la inauguración de los Juegos Olímpicos quemaron una bandera brasileira en protesta por la corrupción gubernamental; a lo lejos, en la marginalidad de Río, las favelas escuchaban el ruido de la fiesta a la que no los invitaron. Hay innumerables ejemplos; pero con un botón basta. Reconozcámoslo: hasta ellos mismos queman su propia bandera.

Entonces, ¿Por qué se queman las banderas? La respuesta es sencilla; porque nos enojamos. Porque debe haber un derecho que diga: tienes derecho a encabronarte. Nadie objeta en España que hasta un niño hable de “cagarse en la hostia” pese a que  es “defecarse en el cuerpo de Cristo materializado en una hostia” lo que significa dicha expresión de rabia y/o enojo. Sí, enojarse con el país, con nuestra frustración colectiva, con nuestra clase dirigente, con los que dañan y anteceden sus intereses al beneficio colectivo y la naturaleza. Un acto de quema de una bandera es una purificación de la rabia, salvaje y primitiva, por donde canalizar nuestras decepciones nacionales. La bandera gringa no es la excepción. Incluso, de todas las banderas, ella es la más quemada a través de todo el mundo.

Deberíamos indagar a aquell@s que se sienten tan deshonrados, ¿Por qué crees que queman la bandera americana? Después de casi 119 años esta pregunta es infantil: porque tenemos un trato desigual e injusto. Desde EU hacia Puerto Rico la isla recibe 2,704,000,000 millones que utiliza para carreteras, educación, acueducto, entre otros servicios básicos. Es un chequecito enclenque de su parte; sobre todo cuando usted le retribuye a la nación norteamericana 4,627,000,000 millones, o sea, la fritolera de $4.6 billones. Pero no se vaya por la tangente, que aún hay más. Las transferencias otorgadas a individuos en destino como la Beca Pell, Plan 8, Asistencia nutricional, entre otras es de 1,923,000,000; pero nosotros aportamos 58,1000,000,000 o sea $58.1 billones en mercancía registrada, ley de cabotaje y fuga de ganancias.

La Pecosita no es mala; es sólo una chica astuta que sabe barajar muy bien sus intereses capitalistas. Para colmo de males, tenemos un gobierno corrupto que, con lo poco que tiene, hace actos de malversación de fondos, escándalos de género, nepotismo, que no le han gustado mucho a la Juana de Arco en tela nylon/polyester dionisiaca que quemaron esa noche. La estatua de la libertad mira con rostro huraño; pero téngalo por seguro, con el “God bless America” que pronunciaron en el Capitolio, sencillamente, se cagó de la risa. Nos miró como se mira a los niños que se comen sus propios mocos. Lo menos que le interesa en este momento es que esa tarjeta postal que se ha pintado de cocos y mulatos culones en la cabeza le venga a reclamar ser igual a ellos; que quemen las banderas que les dé la gana; el capitalismo no tiene bandera; tampoco honor y respeto. Allí lo único que vale es verde y tiene cara de viejos muertos y/o asesinados. Cuidado si lo hace en su territorio; allí son otros 20 pesos. No es su bandera, es la de ellos.

Significado confuso

Por otra parte, si no nos bastase con ser complejos y laberínticos, ¿De dónde surge, entonces, tanta obsesión con la propia bandera puertorriqueña? La pintan por los 78 pueblos como si nos estuviéramos olvidando de ella, pero en el fondo, al igual que la Pecosa, son representaciones de ideas que no necesariamente concretan cómo el país actúa a conciencia y cómo piensa para el bien colectivo; y por ende, el Pueblo. Nuestra bandera anda algunas veces en las protestas que la policía reprime, o en las manifestaciones de Amigos del Mar y de la defensa de Playuela o en las protestas contra las cenizas de carbón en Peñuelas. Se abrió ejemplar en Monte David en Vieques, aunque su número fuera mínimo. Merodea gratamente los espacios familiares con gente sencilla y, definitivamente, le gustan los festivales playeros, lo surf contest y los conciertos de salsa; pero cuando le hablan de independencia juye como “alma que lleva el diablo”. Es bastante confusa dentro de los partidos; no sabemos qué representa, o a quiénes representa. Su color azul es causa de debate, aún después de 124 años de su nacimiento, parto agridulce que permitió la seudo-autonomía e independencia de Cuba y nos legó el carimbo de la colonia hasta nuestros días, y seguimos ignorando que hubo una bandera anterior, la de Lares (y ni mencionar el himno revolucionario, letra original de Lola Rodríguez que se desconoce excepto en los mundos independentistas). Nuestra bandera es tan disfuncional y compleja como nosotros.

Significativamente, las banderas son importantes porque se ha derramado sangre por ellas. No es un simple paño con el cual limpiar tu trasero (Madonna lo hizo aquí y no se lo perdonamos aún). Es el manto en el cual se derrama la sangre de  los patriotas; sin embargo, cuando le preguntas a un grupo de estudiantes que te definan que es un prócer; lo desconocen. Y en ese preciso instante, sabes que será muy difícil que tengamos nuevas generaciones de esos animales mitológicos que la defendían como se debe. Porque, por lo que entendemos, los que se van al army no han sido “carne de cañón” de nuestra Monoestrellada; sino de la Pecosa mentada.

La vida me ha confirmado que nuestros peores enemigos somos nosotros mismos y la inmadurez colectiva para señalar, por su nombre, las cosas. ¿Qué tal si empezamos a reevaluar el sentido que tiene, realmente, esta Monoestrellada, la responsabilidad histórica que tenemos con su pasado, presente y futuro, más allá de sacarla a pasear para los eventos deportivos y las reinas de belleza? Es muy posible que tendamos que quemarla, verla arder hasta las cenizas, danzar con el diablo alrededor de ella bajo la luna, maldecirla, “cargarse en ella”; y en el más puro acto sacrílego de purificación verla libre de cualquier discurso de la estupidez y; sólo entonces, quizás empecemos a honrarla como se debe y; enfrentarla, como se merece.

 

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