Escribe Manuel Clavell Carrasquillo

Fotos y vídeo por Herminio Rodríguez

Ni la corrida en bici que diste desde Hato Rey hasta Isla Verde bajo el intenso calor que azotaba la tarde del sábado de la pelea de Miguel Cotto contra Sergio “Maravilla” Martínez, ni ningún otro entrenamiento “cross fit”, te pudo haber preparado para la experiencia épica que te venía encima esa noche. Luego de varios intentos de coordinación de jangueo frustrados, el fotógrafo te sacó de la debacle. Te llamó para que lo acompañaras a ver el evento al aire libre, en una de las calles del residencial Juana Matos de Cataño.

Aunque caía una llovizna boba que podía convertirse en aguacero, sabías que los vecinos no iban a suspender el fiestón dos por uno que tenían preparado: celebraban un cumpleaños y, a la misma vez, “daban” la pelea gratis frente al edificio donde Freddy y Olguita tienen el carretón de tripletas.

Mientras caminabas con el fotógrafo desde el estacionamiento, por debajo de los árboles de úcar mojados, y entre las pequeñas jardineras sembradas de flores y arbustos, ibas confirmando cuál era el verdadero nivel de la persistencia comunitaria. Los vecinos de esa área habían cerrado el pequeño tramo con una guagua van y un camión con caja de carga blanca sobre la que se proyectaría la cartelera.

Al llegar al cuadrángulo improvisado, luego de saludos y presentaciones, te dejaste arrastrar hacia el abismo de la alegría temporera del barrio que se hacía fuerte entre los merengazos y bachatazos interpretados en vivo por el grupo K-Chimbo. Tu mirada se concentraba en enfocar las complicadas vueltas y pasos que hacían las parejas de jóvenes (mujeres con hombres y hombres con hombres), que bailaban libremente bachata guajira “a to fuete” sobre la brea.

Mientras observabas el baile y tarareabas canciones emblemáticas como “Bandolera” y “Loco y loco, me tiene loco”, te fuiste con el fotógrafo a dar vueltitas por el batey, con Gasolina con sabor a “ tu madras” en mano, y a interactuar con los pequeños grupos que iban formando su jangueo dentro del jangueo en círculos concéntricos frente al camión, textiando a los panas que todavía no llegaban, subiendo status a Facebook, contándose anécdotas y chistes a grito limpio, bebiendo cerveza y comiendo tripletas extraqueso o extraketchup y pegándose vellones o murmurando chismecitos.

El glorioso olor a carne asada sobre la plancha estimulaba todo tipo de pensamientos surreales, incluyendo tu interés en los enfermos o viejos que te imaginabas escuchando el party desde sus apartamentos. También avivaba las opiniones sobre quién ganaría, aunque tú ni siquiera conocías la nacionalidad ni la trayectoria del contrincante de Cotto. Por eso fue que el fotógrafo te hizo un llamado a dejar el extravío y a que te fijaras en la pantalla gigante. La pelea había empezado sin que te dieras cuenta.

Luego de la tercera caída de la Maravilla fue que notaste que la gente estaba previamente convencida de la victoria de Cotto. Esa postura antisorpresa diluyó un poco el furor de la celebración pero no impidió que se desgalillaran cantando un soberbio cumpleaños feliz. Al soplar las velas, Melvin de K-Chimbo retomó los micrófonos y dijo: A fiestar to el mundo, señores, que “una bachata de oficina no se compra en la farmacia”. Con esa explicación quedaste advertido, el bailoteo llegaría hasta el éxtasis, y ni tú ni Herminio saldrían de allí hasta el amanezca.

Esta fotocrónica se publicó originalmente en el periódico Metro el 10 de junio de 2014.

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