(Fragmento de la crónica “La Semana Santa”, incluida en el libro “Apocalipstick”, 2009.
Por Carlos Monsiváis
¿Cuál es el mensaje de tantos “crucificados”, de tantos amarrados sin rigor a maderos, de tantos intérpretes que ante las cámaras fotográficas y los videorecorders improvisan el dolor y se abisman en la incomodidad? La reflexión de los nazarenos, esos émulos del Hijo del Hombre, podría ser la siguiente: “Nuestros sufrimientos son el único grupo de presión de que disponemos, nosotros nos movilizamos política o moralmente al extender los brazos y juntar las piernas, y quedar así durante unas cuantas horas. ¿Por qué lo hacemos? Por lo obvio, queremos llamar la atención y ya se sabe: para ser protagónico en estos días hay nomás dos rutinas, ganar méritos con Dios o vacacionar con estilo, y nosotros los nazarenos hemos elegido la tercera vía: hacerlo en los atrios, las calles, las plazas, las prisiones. Dense un quemón con nuestros padecimientos, mirones”.
(El Viernes Santo se registraron en el Estado de México 289 representaciones de la muerte de Cristo y 226 representaciones religiosas).
Nota de la Redacción: Regresa el Jíbaro Residente de este blog con unas décimas satíricas potentes sobre los delirios de grandeza que deja entrever en cada conferencia de prensa Pedro Pierluisi, el nuevo inquilino del Palacio de Santa Catalina, sede de su gobierno.
Con su cara de fregao, al gobe oímos decir que él no nació en Garden Hills, que es un jíbaro castao. Cierto jíbaro bragao, al escuchar tal desmadre, le espepitó a su compadre tras el carraspeo de ajuste: “¡Carajo! ¡Qué tronco ‘e embuste! ¡No se lo cree ni su madre!”.
O Pedro tenía una juma o se hizo el mamaíto, mas, no crea ese blanquito que nos coge de sorumas. Sólo ha defendido a LUMA quien la Junta asesoró, luego dirá que vivió en un monte de Jayuya y que toma café puya desde el día en que nació.
Pierluisi, todo un cristiano, por lograr la estadidad, extinguiría sin piedad a todos los jayuyanos. Su guille de “americano” a semejanza de Trump, se refleja en su inclinación al fraude en las elecciones y en la trulla de buscones bajo su administración.
Ya tu turno de ratero y tu afán de estadidad concluirán en “menos ná” cuando el gringo diga: “CERO”. Mientras, farsante embustero –jibarito de ocasión–, admite ya la ambición que te llevó a gobernar: ¡Mentir, chupar y robar! ¡Que viva la corrupción!
Entrar a los cafetines, barras y colmados híbridos de nuestros barrios con las bocas abiertas, saludando a grito limpio a medio mundo y desatando sin piedad las lenguas viperinas para coger de punto al más débil del local es una típica costumbre del legendario macharranismo puertorriqueño.
Según esta ruda tradición, los hombres que se acercan de las calles a los mostradores a pedir tragos de ron, cigarrillos, alimentos enlatados o productos de primera necesidad para completar los mandados de las mujeres tienen que hacerse notar de inmediato.
No está bien visto que viejos ni jóvenes pasen desapercibidos en chinchorros y ventorrillos porque la reserva de cualquier tipo, la timidez y el silencio, allí denotan una debilidad impermisible. Levantan burlas y enormes sospechas que desembocan en pugilatos y malentendidos.
Al cafetín se va a presumir conquistas de mujeres, conexiones y trabajos. También al bar se acude a compartir desgracias. A dar manotazos y a juzgar sin piedad. A la tiendita de la esquina con licencia para vender alcohol se llega, además, a buscar o a soltar información confidencial sobre el prójimo.
Estos son los espacios tóxicos del salvajismo nacional, donde los varones de la comarca se han encontrado para desprestigiarse, desahogarse, consolarse, amenazarse, apoyarse y herirse desde finales del siglo diecinueve hasta el presente con navajas, insultos y risotadas.
Algunos colmados-cafetín han fungido en nuestros pueblos como cuevas del rechazo, el choteo y el maltrato generalizado a las mujeres, homosexuales y otras minorías. Niños y adolescentes se adentran en ellas solos o acompañados por sus padres, tíos, abuelos o primos para comprar dulces, refrescos, chucherías y encargos. Mientras tanto, se hacen “hombrecitos”, bregando e interactuando con gente indeseable entre comentarios hirientes, tufos, música escandalosa, preguntas íntimas y obscenidades.
Por estas razones, algunos cafetines han sido las “bases militares” de la crueldad puertorriqueña, donde se ha ofrecido por más de un siglo la clase magistral de la masculinidad cruda. Nuestros “soldaditos”, a todo pulmón y frente a todo el mundo, deben pasar con altas calificaciones el “entrenamiento básico” que consiste en soportar borrachos, chillerías y ligones; todo esto como ejercicios de práctica para aguantar los duros cantazos que sufrirán y los peligros que tendrán que enfrentar en la vida adulta.
Algunos han continuado este rito social generación tras generación, entre juegos de dominó, pinchos de carne o de cerdo, balas perdidas y papeletas del hipódromo, pero otros han salido muy estigmatizados y violentados por la forma en que los “dones”, así congregados en hermandad machista, han percibido y rechazado sin nada que los detenga su vestimenta, peinados, gestos, accesorios, movimientos y tonos.
En estos chinchorros es que ocurre el dispendio al detal y pueblerino de los placeres, la política y los negocios turbios que se disimulan fuera de los radares del civismo y la formalidad representados por las iglesias cercanas, las alcaldías vecinas, las escuelas próximas y los cuarteles adjuntos que intentan, sin éxito, imponer su orden; también a la cañona.
El gobierno, por ejemplo, ha explotado esta imagen decadente que guardamos en nuestra memoria colectiva, a través de la demonización por decreto, para combatir en forma simbólica la pandemia que nos azota mediante órdenes ejecutivas que disponen cierres de cafetines, bares y chinchorros.
Como si las “cuatro paredes” deterioradas de estos lugares “malditos” fueran caldo de cultivo del virus de la COVID-19 y no así los “pulcros” muros de los restaurantes y otros sitios similares. ¿Acaso en los segundos no se ejerce con igual fuerza que en los primeros el jangueo virulento y el discrimen, pero con etiqueta y sin signos de pobreza?
Con estas regulaciones de serenidad mediática parecería que ni el machismo rampante ni el coronavirus arrasador penetrasen los “food courts” clasemedieros de los centros comerciales ni los comedores gourmet para la gente rica. Es como si para el aparato represor del estado la fiebre estuviera en la sábana, por lo cual se les receta clausura a las barras “de mala muerte” y no a los templos para curar los males sociales.
Justificando este salubrismo cosmético en medio de un evidente caos administrativo y presiones de los sectores empresariales, muchas personas pretenden calmar sus conciencias culpables conformándose con señalar que el problema es el ambiente, “esa gente que no se sabe comportar en esos bares sucios”.
Alegan que lo que hace falta es desinfectar este país “con un mapito” y luego subir a la Internet fotos de la limpieza pues, total, “la salvación es individual”, mientras tranquilamente se dan “los vinitos” con los “panas” profesionales en chinchorros glorificados y apartamentos, formando garatas y escarceos hasta convertirse en supercontagiadores.
Peor aún, cualquiera puede deducir que la exageración de las prohibiciones de los contactos barriobajeros se ha diseñado para no tener que mencionar siquiera la necesidad urgente que tenemos de transformar las relaciones sociales en nuestro contexto subdesarrollado.
Es evidente que tras estas medidas moralistas impuestas a la brava se ocultan las profundas desigualdades que hay que resolver en esta isla, calle por calle, incluso en los cafetines; más allá de leyes y cartas circulares.
Por mucho que “ronque” o alardee de lo contrario, la “perriadora” de la famosa canción de Bad Bunny no se hizo sola, como alega en los primeros versos la voz interpretada por Génesis Ríos (Nesi). Lo que realmente la llevó a liberarse fue el despecho.
En el amor, la protagonista de la composición “Yo perreo sola” fue rechazada por una persona que luego se arrepintió y, cuando finalmente se decidió a corresponderla, ella le dio de su propia medicina: “Antes tú me picheabas / ahora yo picheo”, explica.
Además, la fuerza de conciencia que lanzó a esta joven a bailar reguetón sola en la pista (a gozar en público sin tener que depender de alguien que la agarre por la cintura o le dé cantazos pélvicos para expresarse plenamente seductora y seducida), se sostiene sobre las redes de un corillo de amigas cómplices.
EL CORILLO DE “LAS DIABLAS”
Sabemos de la importancia que tiene este corillo para esta “perriadora” porque Benito Martínez lo expresa con la segunda voz, mientras canta las estrofas que siguen. Este “machito conocedor” es quien reporta lo que ocurre con este corillo en el lugar de jangueo mientras dice: “Ella está acompañada / de una amiga problemática, / y otra que casi ni habla, / pero las tres son unas diablas”.
Estas tres mujeres, y ese amigo narrador, conforman el “corillito de panitas” que le sirven de barrera protectora a esa jeva para que perree sola en los ambientes machistas de los “jangueos” y “chinchorreos” boricuas.
Por lo tanto, así protegida, es que esa muchacha empoderada puede darse el lujo de destapar botellas, encender “filis” y treparse en las mesas, mientras se deja caer hasta abajo al son de la consigna vigorosa que ella entona: “Tranqui. Yo perrero sola”.
LA DANZA PODEROSA
Con este grito, la “perriadora” ha solicitado distancia y ha pedido por sí misma que la dejen gozar como a ella le dé la gana. No quiere, en ese breve instante de evasión reguetonera, darles explicaciones a los machos, ni seguir sus órdenes o tener que cumplir con restricciones pudorosas. Ella desea que la deseen sin que haya que insistirle o forzarla, sin que venga un hombre a controlar hasta el más mínimo detalle controlable.
De acuerdo con la percepción del amigo que más tarde perrea con ella, esta mujer está desatada. Por esta razón, la voz narrativa de Benito le advierte al mundo que no toquen a esta chica libre, “que nadie se le pegue”, que la dejen ser tal y como ella se ha distorsionado en el perreo, independientemente de que esté “borracha, loca y no se comporte”.
En ese sentido, el machote de la canción se transforma en una especie de caballero andante “urbano”. Descubre, respeta y anuncia que “los nenes y las nenas quieren con ella”, pero no se escandaliza ni recurre a disciplinarla. Todo lo contrario, encarna el rol de defensor de la autonomía de la “perriadora”, convertida por este hombre que la describe en una “dama de la calle”.
Este “pana cuidador” aparentemente enamora a la chica, “de lejitos”, sin asfixiarla, pero es ella la que selecciona con quién interactúa en esos caminos de la noche, tan apasionantes como peligrosos. Mas adelante, lo escoge para bailar a él, de entre todos y todas las demás, y le dice “papi” con evidente sensualidad, porque ambos parecen estar claros en que ella tiene derecho a erotizarse.
BENITO EN DRAG
Por otro lado, en el vídeo musical de esta pieza, Benito escenifica ese diálogo con herramientas poderosamente visuales. El Conejo Malo logra complejizar la proyección de su imagen actoral, muchísimo más allá de las presentaciones que había hecho como “influencer”, exhibiendo las uñas pintadas o mediante su defensa constante de las comunidades LGBT.
En esta ocasión, no obstante, la imagen del artista atraviesa por una transformación artística de género muy radical pues Benito se “viste de mujer”, se “traviste” o se “draguea”. Bajo los efectos de esta impactante metamorfosis, el trapero interpreta para la cámara los roles de tres mujeres liberadas (posiblemente las tres chicas del “corillo de las diablas”). A su vez, para que veamos su performance de “masculinidad” en contrapunto a este “dragueo”, Benito hace en el filme el papel del “papi”.
Es evidente que Bad Bunny aspiraba a estimular con este vídeo a millones con los elementos videográficos de celebración de la pluralidad, la tolerancia y la libertad que se identifican con el arcoíris. Y lo consiguió, acercando a personas de todo tipo a conceptos más flexibles sobre lo que constituyen los límites impuestos al género, el sexo y la orientación sexual mediante las leyes sociales de la heterosexualidad.
LAS CORILLAS LGBTTQIA
En Puerto Rico, por ejemplo, sabemos que hace años se vienen juntado en múltiples espacios públicos miles de personas que “perrean solas”, pertenecen a las comunidades LGBTTQIA o janguean fuertemente con estas. Estos grupos con sensibilidad y respeto por las identidades de género que afirman sus integrantes comúnmente se llaman a sí mismos “corillas”, “corilles o “corillxs”.
Con estas palabras, diferenciadas por una letra de la masculinidad rígida del término “corillo”, buscan crear una distinción política impactante desde el lenguaje que utilizan en su diario vivir en Río Piedras, Santurce, Caguas y Mayagüez, principalmente. Las corillas anuncian con orgullo que en sus actividades se respeta y se valora lo que hacen y lo que expresan todos, todas y todes, rechazando los puritanismos.
De esta forma, estas corillas han ido construyendo espacios para “janguear” seguras en los cascos urbanos, dentro y fuera de las áreas tradicionalmente dominadas por la transfobia y la exclusión que las persiguen hasta asesinarlas por lo que son, incluso.
Las corillas validan, en vez de cancelar, los procesos de cambio de sus miembros en cuanto a sus vivencias desde lo “masculino”, lo “femenino”, lo “queer” o lo “no-binario”; reconociendo que ocurren a nivel individual y apoyadas en estructuras colectivas que ellas mismas han organizado en los márgenes.
“SOUNDTRACKS” DEL JANGUEO QUEER
La música y la estética de Bad Bunny han sido utilizadas por estas corillas para representar ampliamente sus posturas, deseos y proyectos en las calles y en la Internet. Canciones y vídeos como “Yo perreo sola” han sido adoptadas y adaptadas como “soundtracks” de los “jangueos” de estas comunidades.
Lo hemos visto en las paradas “gay”, las actividades culturales que incluyen espectáculos de “drag” y las protestas multitudinarias, como las del primero de mayo y el Verano del 19, precisamente porque las canciones de este artista son como los “fans” de estos movimientos: irreverentes, críticas, ingeniosas, valientes, brutales y rebeldes.
Al igual que las “diablas perriadoras” personificadas por Benito, las corillas boricuas andan sueltas. Utilizan creaciones como estas que la policía correctiva no puede censurar por más que lance amenazas solemnes, oficialistas y santurronas que finalmente son desoídas o renegociadas por los ciudadanos para poder bregar en la convivencia.
Corresponde reconocer y fortalecer como aliados estas corillas, más o menos como hizo aquel pana que tenía guille de caballero andante “urbano” en el corillo de las “diablas perriadoras” salidas de la imaginación de Benito. Sin cancelaciones tóxicas, con solidaridad, dejándolas hacer y deshacer a ellas solas sus danzas liberadoras.
El estilo de reporteo y comentario de Kobbo es el mayoritario en la televisión y la radio en Puerto Rico.
El bochinche, el pugilato, la opinión altanera y banal, más la propaganda sensacionalista y burda son la norma en nuestros medios.
Programas mañaneros, al mediodía y nocturnos siguen los patrones de éxito de Kobbo: escándalos, griterías y regaños de los panelistas, guían todas y cada una de las discusiones públicas hacia afirmaciones de ideas disparatadas, sin importar que sean falsas, incompletas, viciadas.
El boicot debe extenderse a toda la programación y requiere no solo el rechazo sino el activismo de forzar un cambio en el paradigma dominante en las comunicaciones.
Precisa que la gente que lo rechaza comparezca ante los medios con un discurso alterno y bien proyectado.
Manuel Clavell Carrasquillo es escritor, periodista y abogado notario (San Juan, 1975). Estudió ciencias políticas, literatura comparada y derecho en la Universidad de Puerto Rico. Su escritura desborda las formas de la autobiografía, la crónica y la crítica cultural. Reflexiona sobre las cuestiones queer, postcolonial y los renglones torcidos de las resistencias y el poder.