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Protected: Auge y decadencia del jardín santurcino
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Poética del Paseo de Diego
Escribe Manuel Clavell Carrasquillo
De la Redacción de Estruendomudo
Nuestros Díalogos y monólogos han sido el apocalipsis más Hermoso de mis vidas, haciendome ver que no estoy solo en este bosque tropical de concreto.
-Grafiti en caja de metal sobre el Paseo de Diego. (En la foto)
Curiosos consuelos el diálogo, el monólogo, “el logos”, contra la soledad que aprieta el alma en la ciudad achicharrante, rodeada de tantos y tantos.
Pero lo verdaderamente terrorífico de esta escritura en esprey que fotografié es el “lo nuestro” apocalíptico; ese plural inclusivo que queda destinado por el grafitero al fin y al devenir eterno en lo que será salvo, según la promesa de la doctrina extracrística del último libro del canon sagrado.
Aunque todo lo anterior se desvanece en el aire de la palabra “vidas”, puf, las “mías”, casi sin que los occidentales lectores se tropiecen con ese enigmático plural, que paradójicamente descarta al interlocutor de aquellos “diálogos”, para colmo perfumado por el avasallador aroma del sándalo reencarnista.
Se plantea lo apocalíptico en el grafiti como lo Hermoso pero allí lo hermoso para mí es más bien el vértigo de seguir encontrándome perdido, pretendiendo conquistar la salida, no sé ya si orientalista, de ese laberinto: cuántas, dónde.
Ah, y que conste, no estoy claro en que sea “SMOG” quien firma, pero sí es evidente que el rabo que ensarta la rúbrica en un trazón de flecha se parece al látigo castigador de Sísifo, o a la cola del Diablo. Eso surge clarísimo.
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Carteo entre Gabino Iglesias y Manuel Clavell
I. Metamorfosis, 11 de marzo de 2014 (De Manuel a Gabino)
Se me resbala. Escapa. Trato de aglutinarlo conmigo pero huye. Mi fantasía de estabilidad histórica desaparece del panorama. Me han quitado el piso y regreso al punto de partida del cuento. Por eso es que se me ha hecho tan difícil marcar tu número, darle send a este mensaje. Antes, las palabras fluían en espiral alrededor del personaje. Hace un año que el personaje bloquea las palabras, impide el paso. Hoy, sin embargo, algo pausante ha ocurrido. Un estop peiment fue notificado.
II. Un litro de leche en Los Pinos, 12 de abril de 2014 (De Manuel a Gabino)
Gabino, a veces te imagino conmigo en Pizza e Birra, por la noche, un sábado como hoy, con brisa fresca, mientras cruzamos la avenida Ponce de León en vertical para después de los chorizos y los peppers comernos un yogur; y en vez de contar a la gente que va para Fine Arts, porque va calle arriba abrigo en mano, nos ponemos a hablar del libro de Picó sobre Santurce en los años treinta y las cartas de José Luis González a la editora de Huracán al momento de la salida del País de cuatro pisos. Y del trok de la basura que pasa dejando el reguero del ruido del metal y de cómo los machotes basureros con guantes de gamuza cruda levantan las bolsas negras y, al levantarlas, dejan chorrear los líquidos de los despojos de harina, cerveza y cocina dominicana, porque esos olores se van mezclando con el de “la fritanga que nunca cesa” de la cafetería Los Pinos (24/7); y mientras ocurre el largo grajeo con el muchacho barbudo del valet parking tú me separas de él porque llega el momento de gritarme, hay que cruzar la calle, caballo, vamos a comer yogur.
Besis, querido y salud, brindemos con el último vaso de leche que te imagino sirviéndome en vaso de pasta dura transparente o en los rojos de Pizza Hut sobre la mesa de madera plastificada, como se lo bebe el Jaimito allí mismo con la cena, de piquito, directamente de ese litro de leche grafitiao que te señalo en la foto, arriba, en el tronco del poste de la luz. Say cheese! My dear pen pal.
III. Un tojunto, un día cualquiera siempre y cuando sea el menos pensado. (De Gabino a Manuel)
Siempre supe que te sabía mucho más allá de lo que te imaginaba. Lo que pasa es que a los amigos, mi estimado Manuel, tanto los de lejos como los de cerca, los dejo que se envuelvan en ficciones propias y no en las que yo invento para ellos.
De tus palabras emerge una serie de verdades que conocía pero que igualmente se disfrazan de sorpresa. La primera es que eres demasiado hombre para echarte un twink al cuerpo. De ahí tu barbudo. Eso me gusta. Al tipo también le hace feliz, aunque no sea. Y tranquilo, Bobby, que jamás te arrancaría de las garras suaves de un momento brillante de lascivia con olor a gasolina quemada… a menos que asome la cabeza alguna posibilidad de utilizar la palabra amor. Si pasara eso, te arrancaría de cuajo.
Cambio el tema, sigo con las nenas. Ah, Santurce. Una vez encontré el cadáver de la palabra aséptico en la cuneta enfrente de Los Pinos. Ese día me comí un sándwich de pollo y recordé que una vez me dijiste “Vamos a Santurce a comer pica pollo y darnos unas frías”. Qué sé yo, a lo peor parafraseo. El punto es que nunca sucedió. Creo que el recuerdo de esa ausencia es más importante que si hubiésemos ido. Tú sabes, una pelota hermosa de promesas incumplidas, algo así como un JFK de la memoria. Algo así como tu vaso de leche. Aquí voy a pie a comprar leche en la farmacia de las letras rojo comunista y las gringas se cambian de acera…
Nada, el pica pollo te lo perdono, pero el yogur no. Eso es bueno para la salud y yo quiero vivir más para ver qué nuevo Manuel inventas cuando asesines el derecho. En el ínterin nos queda un invento cibernético que se ríe del agua salada que nos separa y que seguramente sabe igual que el sudor viejo acumulado en la comisura de los labios del barbudo del valet parking. Ah, y si esto muere, te toca pagar el yogur.
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Otro ejercicio de persistencia
Escribe Manuel Clavell Carrasquillo
I.
Te planteabas un vago recuerdo que pretendía desaparecer entre la niebla de pensamientos que anunciaba tormentas de confusión, pero perseverabas en el intento de enfocarlo y recuperarlo para contárselo a tus amigos, como trofeo de lo que una vez fuiste y no ya: sólido, claro, un campeón de las seguridades de la vida; y también para publicarlo en el ciberespacio al alcance de los que trataban de pescar tus intimidades en la madeja memoriosa de las redes sociales para alimentar su necesidad de poseer datos de los demás. La resistencia de la elaboración del planteamiento te llevó a los inventos y los adornos; porque por más que le dabas vueltas y vueltas no corría la sensación que ahora era imperativo encender, para complacer al público espectador, pero la nada se apoderaba del esfuerzo.
Llegaste al punto cero del destape, saliste del cuarto de la computadora, te acomodaste en el piso de la sala y cerraste los ojos. Asumiste la posición del loto. La meditación profunda al ritmo de la música te provocó una falsa serenidad que ocultaba el vértigo, que lo adornaba con arabescos dorados y motivos florales repujados. Cuando te diste cuenta de eso, ya tu mente se había ido en un viaje que comenzó proyectando una especie de save screen en el que proliferaban rayitos en forma de encajes multicolores que en realidad eran mandalas circulares y brillantes, de patrones que se repetían al infinito creando bosques que vomitaban hojas conceptuales de otoño que caían despacio en el abismo de tu fantasía interior y sobre las que se sepultaba, cada vez más, el vago recuerdo que no se dejaba pescar.
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