Carta pública a mi madre, breve versión
Anoche recordando, casi soñando contigo y con tus olores de pecho, leche y miel, volvà al momento de la muerte de abuelo, a su locura y sus fuerzas sin lÃmites que no se dejaban ir. El tronco del árbol. Después empecé a imaginarme cómo fue que lo cuidaste luego de la medicación y los ingresos y las prisiones medico-hospitalarias del loquero, de las mujeres que lo vestÃan a medias de los hombres extraños que lo aseaban de pies a cabeza de los viajes que diste hacia allá para visitarlo hasta el lecho de muerte y la tumba, las palabras de despedida de duelo, toda la ceremonia en fin.
La abuela ya es cosa aparte. Con los huesos hecho polvo, las carnes guindando. Una agonÃa lentÃsima que casi nunca asumió frente a nosotros en forma de queja ni lamento ni reclamo de por sÃ. Porque indirectas hubo. Señales de disgusto, recuperaciones, esta vez pude medirle el tiempo segundo a segundo al fin del sueño de la eternidad. Se apagaron los astros para siempre y nosotros en órbita viendo a ver hasta cuándo vamos a recordar para durar, ¿o es al revés?, querida mamá.
Sabes, Manuel, este texto ha sido uno de los que más de cerca me ha tocado. Hace un año mi padre falleció en mis brazos. De la misma forma me he hecho esa pregunta “Hasta cuando vamos a durar para recordar” o su inverso, simplemente la respuesta es incierta. Lo único que sé y que he aprendido es que muchas veces vale la pena conservar en la memoria a los muertos. Descansen en paz.
😐
Gracias Manuel por este escrito. Tocó. La idea también me tocó pues me temo que pronto tendré que escribir una “carta pública” a mi padre. Ciao.
De forma esporádica, creo que por cobardÃa, vi el proceso de desgaste de mi abuelo, un hombre recio, que en el pueblo de Rincón llamaban tÃo Corpo. Era difÃcil conciliar la imagen imponente de ese hombre pelú y hombros anchos de mi infancia con el que fui viendo en los últimos años: huesos, pellejos y manchas de cirrosis. Murió por fin este verano. Yo soy el descendiente que más se ha parecido al Viejo en sus tiempos mozos. Ahora que ha muerto tengo una idea de cómo me veré en un ataúd si muero a su edad. Espero morir al menos veinte años antes.
Buen texto, Manuel. Hay corazón y nada de cursilerÃa.
De este Brillo es de lo que se trata la cuestión de estar vivo, una buena relación con la muerte de los amados. Se me atrincheran las lágrimas en el corazón, como nubes de fuego en la memoria. En algún lugar de este blog he escrito sobre un niño en una caverna frente a su madre muerta, lo reitero. Gracias, Manuel, por este don, decir que te amo es ya redundante y cursi, pero lo digo de todas maneras.
Cuando mi abuela murió estaba en Jayuya. Lo único que habÃa pedido cuando supo que le quedaban pocos dÃas fue regresar al campo y salir del inhóspito hospital donde sus huesos se debilitaron. AllÃ, en el barrio RÃo Grande, a pocos minutos de desparecer de su cuerpo, estiró su mano. Se la agarré. Estaba helada.
Manuel, me sorprendiste.