Siete vidas: 10mo Microrrelato Espiritista Allan Kardec 2005
"Yo no hablo de venganza ni de perdones, el olvido es la única venganza y el único perdón". -Jorge Luis Borges
"Yo no hablo de venganza ni de perdones, el olvido es la única venganza y el único perdón". -Jorge Luis Borges
Por Maribel R. Ortiz
A Jill Dent
Mariana se acuesta con sueño y se despierta con sueño. Yo legitimo su cansancio y las noches desveladas convertidas en círculos negros debajo de los ojos. El niño que ya no es tan chico (va a cumplir nueve), hace dos años que la despierta en la madrugada aunque vive en un mundo protector que ella erigió para él con una casa hermosa dentro de un patio enorme, unos abuelos amorosos, dos perras labradoras y una comitiva de guías espirituales. Cuando cumplió los siete, quiso de regalo un libro de encuadernación bellísima sobre la cultura egipcia. Luego fueron los afiches de pirámides y un séquito nilótico de estatuillas y otras deidades. En la clase de caligrafía dibujaba jeroglíficos que luego traducía intuitivamente y con toda naturalidad a sus compañeros de clase.
El viernes de Halloween se disfrazó de Faraón, el sábado y al día siguiente. El lunes hubo llanto, pero ella de ninguna manera iba a permitirlo. Desde entonces, como dije antes, hace dos años que la despierta en la madrugada, febril, aunque duerme en acondicionador de aire. Yo legitimo su cansancio y las noches desveladas convertidas en círculos negros debajo de los ojos. Trae el libro de los egipcios consigo, abierto en una página particular. “Mamá, éste es quien entra a mi cuarto por la noche”.
Sara le ha dicho que el niño es vidente. En el Centro Kardec se siente bien después del magnetismo. El chico muy inteligente, está calmado. Parece que descansara con los ojos abiertos, fijos en el rostro de la médium que ahora dirige hacia la luz a la entidad egipcia quien ya, no estará errante.
-Tiene el don de Papito, Mariana -dice Elsa.
A ella se le humedecen los ojos porque la presencia de ese abuelo desencarnado es notoria. Se lo confirman la risita nerviosa y el cosquilleo en las manos cada vez que se le acerca.
“Ricardo, todo lo que le recuerde a Egipto, lo va a atraer hacia ti. Ya escuchaste que él juró que te encontraría para protegerte siempre, vamos a guardar bien los adornos”.
El que acarrea el título de progenitor, no sabe nada de la virtud del niño, ni le importaría. Es un cupido farsante que no cumple promesas. A veces, ella se aflige de la soltería y se lanza al ciberespacio a pulular por los cuartos de chats infestados de varones depredadores, pero es sólo a veces, cuando el espejo grande devela una mujer bonita que desea ser deseada.
Es lunes y el niño anda disgustado. “Algunos adultos son crueles mamá”, le ha dicho y le muestra la frase: “Debo humillarme ante el Señor” escrita cincuenta y seis veces en la libreta. Ha sentido la reprobación de la maestra de religión del colegio por atreverse a creer en algo distinto.
-¿Tú crees en qué?
– En la reencarnación.
– ¿Quién te enseñó “eso”?
– Mi mamá, mi tía y también mi abuela. Se llama espiritismo científico.
Cuando Papito presintió su viaje, le dijo a Mamita que no iba a comer, le dio un beso, dijo hasta luego y salió por la puerta de la cocina. Siempre me dijo que sabría, cuando se acercara el momento de desencarnar. Pedro fue quien lo encontró en la finca, mirando hacia el poniente, recostadito en el árbol de guamá, como un vigilante del cielo. Los años que Mamita vivió los alimentó de resentimiento hacia él porque la dejó. Cuando tú tenías dos añitos, me dijiste de dos viejitos que te sonreían. Yo detuve la guagua y te pregunté si tenías miedo. Me dijiste, no mamá y les sonreíste durante todo el trayecto. Los espíritus te buscan porque creen que los puedes ayudar. Cuando vuelvas a ver, sólo cierra los ojos y en voz alta repite, no puedo ayudarlos todavía”.
La suntuosa recámara está adornada de pintorescos cuadros de ninfas y sátiros. El lecho, ataviado de lienzos sedosos, finos tafetanes y plumas de pavos reales. Las velas crean sombras chinescas con las figurillas de traviesas posiciones sexuales y el incienso de especias balsámicas aromatiza los doseles que adornan el ajimez. Una melena reluciente adornada de joyas cubre un poco su desnudez. Aguarda por él mientras escribe versos epicúreos y tararea una sensual melodía. Se ha quedado absorta. La mano de Sara le sacude el brazo y la vuelve en sí.
-¿Estás bien Mariana? Te fuiste.
-Irrumpí en la otra existencia, abrí una bilocación, Sara.
– Primera vez que me voy en el trance despierta y en el Museo Metropolitano.
– Yo puedo ver varias siluetas Mariana. Nos sonríen. Están felices de que los pueda ver. Los objetos de su época los mantienen aquí. Ahora nos saludan…
Ella tiene la certeza de haber sido una meretriz. La regresión que percibió en aquel museo de Nueva York es la misma que la desvela siempre y la levanta para que se mire otra vez en el espejo, para corroborar que está allí con el mismo rostro de mujer bonita, que le gusta “la poesía y la música”. Yo legitimo su cansancio y las noches desveladas convertidas en círculos negros debajo de los ojos. Yo sé de sus gustos y abominaciones. Conozco el ojo que se revela con el pretexto de ojear universos paralelos en la silueta de su pupila.
Notable paradoja
la de este ojo pretérito
que me sueña a sí mismo
en las sombras circulares
de su propio reflejo
Porque yo soy ella y entre las dos somos una…
Seguí las instrucciones de la carta al pie de la letra. Con la recompensa pude viajar por segunda y última vez a Italia. En este viaje debería ignorar los templos; ni hablar del Vaticano: la abrumadora presencia de las imágenes católicas (llenas de tensión y aguda expresividad) podrían influir en la pobreza de mi espíritu. He preferido bordear Toscana, ignorando Siena y empezando por Arezzo. Es domingo en Cortona en una gran casa donde todo dice “The Shining”. Corro a tomarme un capucho y la gente rebosa las tratorias. Un tour operador es perseguido por un grupo de japoneses en atención murmurando asombro, el mismo violinista en la plaza y de frac. Asco súbito: un fuetazo de miedo. Bajo caminando a la estación muerta de Camucia, donde, mientras espero el próximo tren para Nápoles, cerveceo con una alemana que ha venido buscando un curso de cocina. El tren por fin. Vacilo y leo despacio: E VIETATO ATRAVESSARE IL BINARI. Golpe contundente. Cuando lo que ahora soy, libre de aquel estropajo de sangre, carne y pelos, se confunde con la mortecina luz de las cuatro, escucho a la alemana tratando de hacerse entender entre la gente del forense y los Carabinieri: Él me dijo, en perfecto italiano, que estaba muy triste, pero nunca imaginé que era un suicida.
Por Juan Carlos Quintero Herencia
El desarrollo de esa flexibilidad se halla
en la capacidad de la coyuntura para sostener cierto peso.
Así como también la voz, que sin el cuerpo no accede al espíritu.
-Áurea María Sotomayor, “Lección de estética: el salto”
A I. por mostrarme lo que no debía
El día de su salida de la isla fue a despedirse de su padre. Los derrames lo han convertido en una sombra, apenas habla. Sonríe y aunque todavía lo reconoce, en la lejanía de sus ojos hay una tristeza sin contestación. El primer mensaje en su nuevo número telefónico era de Leonor. Le prometía una entrevista inédita con la que fuera esposa de Lavoe, (muerta en circunstancias misteriosas o estúpidas) donde narra detalles de la caída del Cantante de los cantantes desde un alto balcón en un Hotel del Condado. “Mira Novás, paquegoces, no fue garata, ni suicido, ni arrebato. Hablamos.”
Por Rodrigo Köstner
Valdomero Crescioni no aceptaba clientes sin la prueba del difunto. De todos los pueblos llegaban los vivos con las listas de compra, los diarios, las recetas de cocina, las cartas de amor, las notas de despedida del muerto. Yo no como cuentos, decía, no quiero que el diablo me coja de pendejo. Lo importante era la letra, el espejo espiritual decía Valdomero a veces, aunque en ocasiones se tratase de un mero grafema. Cuando se le preguntaba cómo había aprendido la psicografía, Valdomero contestaba que los espíritus se le metían desde chiquito y que fue así que aprendió a leer, mirando fijamente lo que escribía por las noches debajo del zaguán con una vela, para que no le pegaran fuete. Mi abuela era muy católica, explicaba, y esas cosas le olían a azufre. Un día Valdomero se levantó de la cama mientras los demás dormían. Tenía siete años. La abuela se levantaba con el alba para darse baños de agua tibia en la palangana sin que nadie la molestase. Valdomero, mijo, qué tú haces a estas horas por ahí, mira, nene, acuéstate que ni siquiera han puesto huevos las gallinas. Estará sonámbulo este chamaco, pensó, mientras Valdomero abrió el escrín de la puerta que daba al balcón de la casita, se sentó en el piso, cogió un pedazo de carbón de los que estaban en la tina para purificar el agua y empezó a gravar con el trozo de piedra negra oraciones que de lejos se le hacían ilegibles a la abuela. Ella fue dando pasitos cortos desde el pasillo de la casa hasta el comedor. Podía escuchar la respiración tupida y pronunciada de Valdomero. A decir verdad parecía la de un hombre con malos pulmones y no la de un niño. Lo llamó de nuevo pero esta vez con autoridad. Mira, muchacho, deja la majadería, coño, y vente pa’ dentro. Valdomero no hacía caso. Abuela llegó a la puerta, abrió lentamente el escrín de la puerta que daba al balcón. Ya se escuchaban los gallos y los muebles de mimbre estaban llenos de luz púrpura rosa. Valdomero, como si saliera de algún trance, suelta el trozo de carbón y se mira la mano. Tenía todas las grietas de la piel tiznadas como las corrientes de un río en un mapa viejo. El nieto estaba rodeado de carácteres que trazaban un círculo perfecto alrededor de su cuerpo con una sola oración. No tuvo que entender nada, con leer la frase supo que no era Valdomero quien originó la idea. Alma, deja al nene quieto y mete el culo en la palangana. Era la letra de su difunto marido.
Por Sam Merissan, traducción de Rafah Acevedo
Ilustración: "The Nightmare", John Henry Fuseli (1741)
Soñó que el timbre del teléfono la despertaba y despertó con el timbre del teléfono. Contestó.
Hola.
Muchacha. No me vas a creer, estaba soñando que me despertaba el timbre del teléfono y sonó el timbre.
Carajo, a mí me pasó lo mismo.
Pero si tú no tienes teléfono.
Ay, pues llama, a ver si me despierto.
Bueno, acuéstate.
Se acostó y volvió a soñar. Soñó que no sonaba el timbre del teléfono. Los golpes en la puerta la despertaron. ¿Quién es? Nadie contestó. Abrió la puerta. Nadie. Se volvió a acomodar en la cama. Se durmió.
Soñó que el timbre del teléfono la despertaba pero siguió durmiendo porque no tiene teléfono.
Entonces oyó que la llamaban por su nombre y despertó.
Dime.
Muchacha, tienes llamada.
Di que no estoy.
Tú estás, quien no está soy yo, dijo la voz.
The soul is safe as long as its particular form is preserved.
Raymond Llull
-Habrá notado, estimado profesor Kardec, que la existencia espiritual es más compleja que sus muy famosas estratificaciones metafísicas.
-Ni tanto, ilustrísimo señor Poe, las habitaciones espirituales están dotadas de puertas para la traslación de entidades inquietas y nómadas.
-Déjeme explicarle mi objeción con mayor precisión, -el escritor se sirvió en una copa una sustancia verde y brillosa y procedió a estimular su etérea garganta. –Las moradas descritas por usted están claramente regimentadas, lo cual le atribuye a los espíritus fijaciones espaciales que la naturaleza de la eternidad no comparte. Ya usted ha podido darse cuenta que la eternidad es también un juego de disfraces y que la lucha continúa en la intemporalidad del éter. Si bien usted acertó en la descripción de algunos recintos, es obvio que el flujo constante entre ellos ha creado espacios límbicos donde habitan o fluyen espíritus volátiles. Entre las moradas existen amplios mundos que se resisten a entrar a los recintos establecidos. Mundos por los que yo, obviamente, disfruto pasearme. Mientras deambulé por el mundo de los vivos tuve el privilegio de visitar algunas de estas estancias.
Flotando en la entrada de uno de los mundos regeneradores, ambos espíritus continuaron su debate, Kardec visiblemente molesto, Poe aburrido e impaciente porque la carroza-taxi que había pedido aún no llegaba y Eleanora lo esperaba en la taberna ‘La carta robada’. Muy cerca pasaron Borges y Swedenborg muy alegres y cogidos de la mano.
El sabor de la carne fresca era una insípida masa en su boca. Los sueños naufragaban páginas en blanco a través de sus cristalinos ojos al tratar de alcanzar el espíritu de su amada. Ella no podía palpar el lúgubre corazón de quien fue su fiel amante, aunque él se lo arrancara y lo pusiera en sus labios, porque no se puede lactar un mundo de sensaciones, cuando los caminos se bifurcan o cuando la traición es la más lenta y cruel de las muertes. Él seguía observándola a lo lejos, acariciando sus pasos, ya no devoraba a sus rivales, sabía que sería inútil, la sangre no era la fuente de la corporeidad sin poder amar. ¿Y cómo hacerlo? Siquiera podía emborracharse, se sentía un espejismo mientras ella deambulaba por las calles de Santurce quizás del trabajo a la casa, o buscando otro amor que los recuerdos y sus fantasmas no idolatraran. En la oscuridad de los instintos sólo estaba ella; era su savia masculina que lo llevaba a profanar la carne de sus nuevos amantes, la soledad eterna era su grillete cuando la libertad yace en un libro disecado de palabras. Una ambulancia sólo transporta cuerpos, pero la magia de los amantes transportaba feromonas y esencias, risas y orgasmos como maldiciones y dolores. Ella conjuraba pasión en las noches y el abandono eterno, pues creía estar viva como él muerto. Ahora un hombre será tan sólo su sombra hembra esperando el amanecer de la vida o de la muerte, aún así devora el cuerpo del vecino que se venía en la foto de su amante, mientras ella deambula etérea hacia otra noche.
De la Redacción de Estruendomudo
Foto: Tumba de Allan Kardec, cementerio Pere-Lachaise, París.
En los mundos intermediarios hay mezcla de bien y de mal, predominio del uno y del otro, según el grado de adelanto. Aun cuando no pueda hacerse una clasificación absoluta de los mundos, sin embargo, se hace atendiendo a su estado y a su destino y basándose en sus grados más marcados, dividiéndolos de un modo general como sigue, a saber: mundos primitivos, afectos a las primeras encarnaciones del alma humana; mundos de expiación y pruebas, en donde el mal domina; mundos regeneradores, en donde las almas que aun no tienen que expiar adquieren nueva fuerza, descansando de las fatigas de la lucha; mundos felices, en donde el bien sobrepuja al mal, y mundos celestes o divinos, morada de los espíritus purificados en donde el bien reina sin mezcla alguna. La tierra pertenece a la categoría de los mundos de expiación y de pruebas, y por esto el hombre está en ella sujeto a tantas miserias.
Los espíritus encarnados en un mundo no están sujetos a él indefinidamente, ni cumplen tampoco en él todas las fases progresivas que deben recorrer para llegar a la perfección. Cuando han alcanzado en un mundo el grado de adelanto que él permite, pasan a otro más avanzado, y así sucesivamente hasta que han llegado al estado de espíritus puros; estas son otras tantas estaciones, en cada una de las cuales encuentran elementos de progreso proporcionados a su adelanto. Para ellos es una recompensa el pasar a un mundo de orden más elevado, así como es un castigo el prolongar su permanencia en un mundo desgraciado, o el ser relegado a un mundo más desgraciado aun que aquel que se ven obligados a dejar cuando se obstinan en el mal".
Bases del certamen: