August 29, 2011

Las últimas voluntades

Por: Manuel Clavell Carrasquillo en pretextos

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Por Manuel Clavell Carrasquillo / Ilustración “Caín matando a Abel”, grabado de Durero.

Ante el fallecimiento, la milenaria odisea que desata la muerte no sólo permea las múltiples manifestaciones del duelo, sino que se extiende hacia los problemas legales a los que se enfrentan los familiares de quienes pasan a “mejor vida”.

Las expresiones sinceras o farsantes de consuelo entre los deudos, así como el recuento en voz alta de las mejores hazañas de los que se fueron, en funerales y novenarios, tienen la función social de controlar –y hasta de refrenar– la pérdida irreparable de los seres queridos; uno de los dolores más profundos y desgarradores sufridos por el alma.

En términos simbólicos, la razón y el orden llaman a capítulo a los herederos por medio de los rituales más antiguos de la humanidad: es casi mandatorio enterrar o incinerar las penas de la ausencia y el vacío junto con los cadáveres. The show must go on, forever and ever.

Pero, en medio de la representación cíclica del performance vitalista, ¿qué queda en pie de las últimas voluntades de los difuntos, hermanos en la fe del progreso, una vez parten? ¿Qué de ellos permanece incólume sobre este mundo regido por el optimismo de la resurrección y la restauración del ser más allá del cosmos?

Las preguntas provienen de la duda que surge de la cuestión palpitante de la libertad, enfrentada con la realidad de la desintegración de la carne. Por definición, la auténtica idea de libertad no puede tener límites, por lo que debe sobrepasar las fronteras de la desaparición del sujeto libertario.

Por eso, en teoría, el derecho garantiza el respeto de las últimas voluntades por parte de los herederos, quienes tienen la encomienda no sólo de sustituir al difunto en cuanto a sus propiedades y sus deudas, sino también de cumplir los deseos que haya podido comunicar o plasmar en su testamento.

Si embargo, ese propósito ideal garante del sistema jurídico colapsa ante el drama funerario ya transformado en los melodramas de los ricos también lloran y los espíritus aparecidos después de las tragedias, gracias a la influencia de las telenovelas de las siete y el pop music. Las últimas voluntades de los fallecidos suelen quedar sometidas a las bajas pasiones de los sobrevivientes, exacerbadas por la “ausencia” de los testadores.

Condenados a esas circunstancias también picadas por la ambición y el despecho, en las que cada heredero –y hasta los conocidos arrimados– se declara infalible intérprete de las palabras finales de su familiar o allegado, “lo que él quería”, “lo que ella siempre decía”, deja de ser primordial y queda sustituido por una madeja de malos entendidos y peleas sucias. Parecería que heredar, en Puerto Rico, fuese la excusa más efectiva para que lo poco que queda de “la familia perfecta” se acabe de consumir en burdas trifulcas de años, dentro y fuera de los tribunales.

La audiencia melodramática criada bajo el signo de Caín luego de exterminar a Abel, sin importar clase social o ideología, exige el derramamiento de la propia sangre para saciar su despropósito. Así, los queridos hijos, los venerables hermanos y los graciosos primitos se despellejan, pasándoles por encima a los viudos, los amantes y los abuelos hasta que ocurre el sacrificio que justifica el absurdo.

En síntesis, esa maravilla legal conocida como la Sucesión de Juan del Pueblo, se entrega a una especie de holocausto hereditario que no es otra cosa que un festín de conjuras y barbaridades típicas de buitres que aquí se conoce (más bien se desconoce) muy inocentemente como la “declaratoria de herederos”; eufemismo legal de una guerra civil en la que los valores que están en juego suelen ser la mezquindad y la venganza, casi nunca el precio del tesoro moral que les ha legado el “estimado” difunto.

Hablar de caudales morales y patrimonios de decencia en estos tiempos podría ser anacrónico. No están las cosas como para discutir seriamente el futuro y, si de algo se trata el meollo hereditario, por más ridículo y cursi que parezca, es del porvenir; incluso en el contexto más nefasto.

No obstante, a los jóvenes lo menos que les interesa es transmitir algo valioso y a los viejos les da igual, por desidia o por que tienen la certeza de que en la mala hora sus deseos serán ignorados o devaluados. “Breguen con eso”, “ahí les dejo ese desastre” y “a mí no me toca” parecen ser las consignas favoritas detrás de las despedidas. En cuanto al sistema, la burocracia decimonónica impera en las ramas de gobierno y, el Estado, de por sí blandengue e ineficiente en cuanto a los asuntos post mórtem, ha quedado secuestrado por la negativa tajante de la estirpe del convicto Jorge de Castro Font y sus esbirros a reformar nuestro Código Civil remendado y obsoleto.

Los notarios vemos impotentes cómo la razón de ser de nuestra profesión (dar fe de las voluntades redactadas) duerme “el sueño de los justos”. Muy pocos quieren formalizar las directrices para que lo que sirve de lo que han sido continúe durando después de la fatalidad postrera. Asimismo, los que llevan el mismo apellido del ánima en pena suelen terminar litigando ante un togado sus miserias porque no poseen el temple ni la racionabilidad para llegar a acuerdos.

Tú, hipócrita lector –nunca mejor dicho por el poeta Baudelaire–, teniendo claro que polvo eres, y polvo serás, confrontado con este dilema, calavera, ¿qué de lo tuyo piensas hacer valer cuando te vayas? ¿Cuál será tu revelador suceso póstumo?

El autor es abogado notario y periodista. Comentarios a licenciadoclavell@gmail.com.

Esta columna se publicó originalmente en el periódico El Vocero de Puerto Rico.

April 15, 2009

Drag Race in Puerto Rico: Miss Krash Extravaganza 2009

Por: Manuel Clavell Carrasquillo en pretextos

Manuel Clavell Carrasquillo

Aquí una muestra en vídeo de la noche del jueves pasado a las dos de la madrugada en la discoteca Krash de Santurce.

Como decía esa gran filósofa del draguismo mundial: “Lipsinck for your life”, and remember: “Don’t fuck it up”.

Más detalles en mi libro: “Dragas: performeros de género en Puerto Rico”, próximamente asomando la punta en las librerías del país.

Pulse aquí si el video no se ve abajo.

[youtube]http://www.youtube.com/watch?v=zXR-uRF5Ymc[/youtube]

October 6, 2008

El grano de la paja: Palabras de presentación de los libros de Arnaldo Sepúlveda el 4-10-2008 en la Librería la Terulia del Viejo San Juan

Por: Manuel Clavell Carrasquillo en pretextos

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Escribe Manuel Clavell Carrasquillo
Librería La Tertulia del Viejo San Juan, PR
4 de octubre de 2008

Para descifrar algo de la “apropiada geografía” de la obra de Arnaldo Sepúlveda, hay que empezar por desempolvar “El libro de sí”, su primer libro de poesía, publicado en 1993 por el Instituto de Cultura Puertorriqueña. El enigmático sujeto que el autor va desdibujando en esas páginas, forjadas en el exilio del boricua a mitad de los años setenta del siglo pasado, durante varios años en Nueva York y en New Hampshiere, ya anuncia –de una forma bastante limpia y recatada– lo que será su destino manifiesto literario.

De ahí en adelante, la preocupación de Sepúlveda se concentra en “dar a gatas con las señas de sí mismo”. Dicho de otra manera, los sujetos que protagonizan sus textos están enfrascados en el proceso de dar con ellos mismos divididos entre otros, “descarnados, ficticios, y culecos”.

Asimismo como los alpinistas aficionados o profesionales tienen que bregar con los acantilados y las grietas más profundas de la tierra para satisfacer su hambre de descubrimiento (un hambre posiblemente inútil pero propiciatorio de gozaderas que sólo ellos entienden) el sujeto errante de “El libro de sí” se mueve de un lado para otro, de la isla de Puerto Rico a los Estados Unidos, y viceversa, arrastrándose por la vida para mudarse e instalarse un rato en su más profunda herida interna. En este caso, como él mismo confiesa, ese abismal desplazamiento hacia sí mismo está guiado por la peste o el maldito hedor que nunca cesa.

Varias preguntas surgen inmediatamente: ¿Cuál es la ruta escogida por Sepúlveda para abrir camino?, ¿cuál es el método que prefiere para llegar a ese otro lado oscuro y apestoso?, ¿qué olores objetables sirven para identificar esos cadáveres putrefactos serían las guías de este sujeto poético aparentemente necrófilo?

En términos de técnica, Arnaldo les echa mano a tres herramientas principales. Por un lado, maneja con destreza el recurso de la paráfrasis, que no es otra cosa que traducir a los versos un sentimiento original tratando de imitarlo, pero sin tener consideración alguna con la exactitud de lo que se ha sentido. Por otro lado, todos sus textos están salpicados por la mancha de la reticencia, que es el arte de no decir las cosas sino en parte o de forma incompleta. Además, recurre insistentemente a la perífrasis, o al arte de expresar las cosas por medio del rodeo constante.

En otras palabras, los desdoblamientos literarios del autor, expresados mediante los heterónimos de Dito, Pinguín, el Srto. Etcétera y otros tantos, están todos envueltos en una niebla lingüística problemática y hasta repulsiva para lo que él llama la forma de leer pequeñoburguesa, que es la adopta por esa gente que pasa por la vida súper nice en fila india hasta llegar al counter de servicio sólo para regresar a la cola.

A pesar de todo esto, todavía en el “Libro de sí” la peste de la herida a la que hacía referencia hace un momento no provoca náuseas ni mareos. Habrá que esperar varios años, del 1993 hasta el 2008, para recibir el cantazo hediondo y motivado por la pura mala leche que Arnaldo, este autoproclamado escritor Don Nadie, nos da hoy con la publicación de estos tres libros monstruosos.

Asimismo como el asesino Jeffey Dahmer, uno de los personajes más macabros de los textos, planificó y ejecutó el asesinato y desmembramiento de decenas de hombres negros homosexuales en Milwaukee, para comérselos sin cuchillo ni tenedor hasta hartarse de carne humana semidescompuesta, Arnaldo renuncia a la vida laboral como traductor y se retira con sus ahorros a escribir y rescribir hasta que quedaron perfectas las tres “gracias” de la editorial A puto el postre que hoy estamos celebrando. Como nota al calce, habría que decir que Arnaldo explica que el postre no es otra cosa que el consuelo de los putos. Es decir, el consolador de los lectores no invitados o apóstatas a la cena del Señor que nos conformamos con la miseria del bomboncito envenenado que ahora nos chupamos.

Para mí, la masacre de la hermosa paz de nuestros sepulcros comienza con el libro “Jugar al escondite de Popa y su Srto. Pinguín, colindantes y desamados”. Allí, Arnaldo describe una relación romántica que, como todas las que conozco, tiene varios vicios de construcción. La pareja no es más que una “fatalidad de carne encadenada” que consta de dos personas bellacas, pero “esperanzadas en un duelo” y, para colmo de males, ambas siempre tienen el “odio entarimado en pleno amor”; gran dilema.

Pinguín declara que anda enamorado de un culo, un culo de mujer, pero también dice que el destino de Popa será dársele a la fuga. Popa, por su parte, se queja de que Pinguín es hermoso pero que se ausenta, que a veces está pero no está, como ido. Así que los puntos de supuesta correspondencia sólo se unen momentáneamente en una cama con sábanas manchadas de sudor, semen y sangre en Fort Green, uno de los barrios de Brooklyn, escenario de soberanas mamadas y clavadas mutuas interrumpidas sólo por el tedio, el ladrido de los perros y un primer intento medio tímido de autosucción. Más adelante se verá que es eso.

En el libro “Son serán, o sonetos del hedor”, Arnaldo finalmente logra empacar con lazo y moñita la escarlata que hoy esta librería nos vende. El autor toma el modelo del poemario “100 sonetos de amor y una canción desesperada”, del gran poeta Pablo Neruda, para rendirle un homenaje escatológico a la antigua tradición de la poesía romántica. El libro, que esta vez sólo contiene 50 sonetos, como si Arnaldo quisiera probar que se puede ser tan bueno como Neruda, pero mejor, con sólo la mitad de sus materiales, presenta a la pareja torcida de Madriguera y Dito, embarrada de rabo a cabo con las pestes de sus almas y sus cuerpos en una cama de Eugene, en Oregón.

A uno le parece que las lascas de la otra le saben a cerveza fría con morcilla y, a la otra, le parece que la dicha del uno se esconde en las ranuras o verijas, un “fardo chuchin de gajos y legajos”. De esta forma, metidos hasta el nié de una relación enferma y sadomasoquista, como casi todas las que conozco, Dito surge como un gran “baladista del pus”, como un sujeto atractivo y repulsivo a la vez que grita a los cuatro vientos que lo que le interesa es sorberle el espanto a su amada como si fuera mantecado de fresa.

Al igual que en “Autosucción”, el último libro que voy a comentar, en “Sonetos del hedor” hay una justificación para este descenso a la mierda o a los infiernos al que se dirige el ser humano desde la Odisea para acá, pasando por el detallito de Dante.

Dito se pregunta: “¿Cuántos mamaron como nosotros? Después de esta pregunta filosófica por excelencia, Dito establece su maquiavélico plan de conquista. Dice: “Cuquemos las calcadas parejas de primera plana, amemos al hedor que desmembró sus críos. Más adelante añade: “O bailan juntos o no baila nadie”.

Pero, ¿qué pasaría si, justo después de entonar ese discurso panfletario marxista de los guerrilleros tupamaros que exige que los cuerpos bailen juntos o no baila nadie, el sujeto revolucionario, ya congraciado o fundido con el hedor de la humanidad, se va en un viaje de “autosucción” con pocos límites?

El epígrafe de este libro narrativo de Arnaldo, atribuido al insoportable filósofo Elías Canetti, indica que “lo decisivo es el saber torcido”. A esa premisa se le suma la del poeta Ezra Pound, que establece que “el lenguaje sea la herramienta más poderosa de la perfidia”, que no es otra cosa que la deslealtad, la traición o el quebrantamiento de la fe debida. Así que, en suma, cuando uno le vuela las tapas al libro “Autosucción”, y se encuentra con la descripción cruda de un sujeto que se tiende sobre la cama para mamarse él mismo su propio pipí, hecho un giñapo de gimnasta erotizado con su propio olor, en realidad con lo que uno se encuentra es con la imagen de la lengua sedienta, estirada y torcida, tratando de llegar a donde no está autorizada a llegar; ni física ni moralmente.

Por eso es que Etcétera, y los demás heterónimos de Arnaldo que convergen en su libro “Autosucción”, se meten en tremendo lío luego del fracaso del acto de “automamarse” a sí mismos a través de las palabras. El resultado no es más que una sucesión de textos seminales heterogéneos y porosos por los que se cuelan recetas de cocina, cartas, memorandos, proclamas cuasigubernamentales, exámenes escolares, minutas de reuniones, obituarios, apuntes, listas, horóscopos, inventarios, discursos, una pieza dramática… en fin, un chorro de palabras fluidas que sirven para introducir la idea de que la escritura no sirve para nada; inclusive dar cuenta inmediata, concisa y rapidita de lo que es el ser mismo.

Bueno, en todo caso, como dice Etcétera para tratar de consolarnos, lo que quiere decir esto es que la escritura no sirve para ir al grano de todo ese reguero de gente y pus que está metido en el Uno Mismo frente a los Demás o en el Otro.

Regresando a la metáfora de la frialdad del asesino Jeffrey Dahmer al ser interrogado por la policía en cuanto a los asesinatos que cometió en Milwaukee, la obra literaria de Arnaldo esta aquí hoy con él, sentada en el banquillo de los acusados, confesando que permanece fugada por la tangente de la vaginal, perdida en el enmarañado vello púbico que esconde el grano latente de la determinación fracasada, deleitándose con la rica tortura de no tener que poner jamás, a lo largo de cuatro libros horrorosamente bellos e interminables, puntos finales.

Después de esto, entonces, lo único que resta es darle las gracias a Arnaldo por negarse a separar la paja y pedirle que, por favor, para sus próximos libros, “Zumo de broza” y “Lengua prensil”, se la vuelva a jalar mucho más allá del grano.

September 1, 2008

“Segunda paja (Fashion Sado)”. La Ponka asesina, Cap. 5 / No apta para burgueses epatados ni para menores

Por: Manuel Clavell Carrasquillo en pretextos

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Escribe Manuel Clavell Carrasquillo

Tus amigos ariscos reclamaban la tuya maquiavélica presencia en el corillo para irse en bonche vampírico a empolvarse las narices en el baño. Se acercaron a la columna que te aguantaba de caerle arriba a la Ponka con intención de secuestro a lo Sendero Luminoso (pero sin las consignas maoístas, el colmo barbudo) y te dijeron de todo, pero tú que no y que no, que ya mismo ibas; si acaso, so bichas.

La noche se complicaba de manera caótica debido a las presiones del grupo de demonios en celo y súbito arrebato de cariño discotequil, en el momento menos oportuno (jalones de hombros, cuchicheos inaudibles y planes de ataque colectivo con historias de bochinche), porque tenías al chamaquito bello en la mira y ellos jodiendo para que les prestaras atención y guía espiritual psicosomática cuando eran tiempos de cacería y party en solitario, sobre todo con posibilidades de junte anal bareback. Decían que sólo tú faltabas para la operación coca, porque siempre lograbas entre pase y pase entablar conversaciones nítidas en los cubículos que (nadie sabía cómo, pero pensaban que algo tenía que ver con un cruce entre tu cultivado humor negro atrevido y el desamarre verbal de un cúmulo impresionante de estupideces folclóricas gringas mezcladas con mala leche hispánica) atraían a los muchachos. Así que maldijiste al corillo, y a tu mala suerte de madre superiora part time, y permaneciste en la pose cuarentaicinco, con un trago de güisqui escocés en la mano, en espera de que el pececito mordiera la carnada.

Las Ramblas catalanas estarían tan divinas como el Malecón habanero a esa hora, pensaste, lo único que rebosantes de locas brutas, vividoras, cafres y desquiciadas pero tu parada en Rotterdam significaba trajines indoors supuestamente primermundistas: te esperaban roces con locas comemierdas, distantes y estiradas. Te imaginaste, canto de loco sucio fracasado, caminando por el Malecón junto con la Ponka, desafiando los cantazos de salitre comunista al darle besos en los labios a tu compañero vestido de cuero negro en público para escandalizar a las dragas mamaracheras de Cuba. Ubicaste la próxima pasarela absurda en la Barcelona de los yonqui alegres y las putas danzantes para seguir añadiendo colores pasteles al lienzo de las guías turísticas de tus desvaríos, esos pelitos cilicios decorados para escenas de hotel y barras de lujo en los primeros pisos, más las terrazas con los jacuzzis infestados, de tu viajecito guarachero poor chic pretensioso en tus momentos de ocio entre caso y caso. Tanta presión jurídica terminó por volarte los cascos azules, Galliantito. Te lo dije, zopenco, debido a tus desperfectos genéticos y a tus pobres estrategias de encauzamiento del deseo, cada vez te atraía más tu némesis; Adelaida transfigurada en Ponka.

Señores del jurado, no desesperéis, la segunda paja que se jaló Galliano haciendo cerebritos caros, de lujo juvenil entregado a la maldad de las marcas y los reconocimientos sociales de magacín con la piel pálida de la susodicha Ponka, mientras desplegaba una rutina chirliderezca con sus consabidos saltitos raros, en la pista de baile, ocurrió de la siguiente manera:

La invitación subsilencio del amante bandido, el héroe de amor, culminó en un acto de bondage. Se busca simulacro de penetración que, al taladrar esfínteres bombeantes y dentados, rompa fémures de pollo y estalle en líquidos cremosos. Extendidas las cadenas por todo el recinto de la noche embrujada, amarradas las muñecas con cortaduras suicidas previas a sendas esposas policiacas, también los tobillos censurados por el frío metal del enforcement, la Ponka fue amordazada voluntariamente por el soñador sádico hasta decir basta. La palabra basta aquí era el quiú del estop; se sabe. Luego se le puso el pasamontañas en la cabeza, para apagarle la visión de los ojos y prenderle la de los delirios subconscientes de su laberinto mental: inferno. Luego, se le trincaron los músculos al contacto del primer azote con látigo de cuero por las zancas, por la espalda breve, por las nalgas, que no se destensaban porque el acercamiento del cuero disecado del animal (alias fuete) aumentaba la presión de la sangre y dinamitaba gritos contradictorios de pégame, cabrón, no me vuelvas a pegar, dame duro, bestia. Luego, Galliano escupió en sus palmas, y la saliva fue a parar al miembro cohibido del preso en necesidad (y eso, que nadie allí estaba dispuesto a llamar a servicios sociales) de lubricamiento hottie. Luego, le escupió en la cara tapada, en los labios sobresalientes por el roto vertical de la máscara de lana negra y en las narices secas en busca de olores crudos de carnes en vías putrefactas, esta vez sobresaliente por el roto redondo del centro. La reacción del castigado le complació bastante: la Ponka, asqueada en un trajín de fo, qué rico, pedía más maltrato, mucha más crueldad tierna.

El proceso de la subida pingosa fue adelantado por el desprecio psiquiátrico controlado por el teatro sadomasoquista. Ponka pendeja, tú no vales na. Ponka de mierda, sométete a la paz espiritual que imparte mi baturro autorizado. Ponka desgraciá, te voy a dejar hecha kantos para que aprendas a respetar a tus mayores. Ponka ignorante, so bruta analfabeta, no te quejes más de tu suerte manipulada por el poder de mi verga suprema, nunca digas nunca, suéltate completa, que te la voy a meter sin condón y sin piedad hasta que me venga.

Ay Gallianito, Gallianito, ¿qué voy a hacer con tanto fronte barriobajero y cafrondo en el cerebrito de tus sienes, si en la vida real ahí estabas, tembloso, frizado todavía en tu indecisión permanentemente burguesita; amarrado a la columna?

*Esta historia continuará pronto.        

August 4, 2008

Un camaleón al asecho de Galliano o aquí el reptador es otro. La Ponka asesina capítulo 4.

Por: Manuel Clavell Carrasquillo en pretextos

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Escribe Manuel Clavell Carrasquillo
Especial para Estruendomudo

I’m a man with conviction
I’m a man who doesn’t know
How to sell a contradiction
You come and go
You come and go

-Karma Chameleon, Boy George

Será esto la eternidad
que aún estamos como estábamos.

-Gabriela Mistral, 1948.

Tras el estremecimiento de la última fibra cardiaca que te causó la mirada de la Ponka, te hiciste el loco –!qué mal te iba, macho!-, fuiste dejando el bailoteo con disimulo y te acomodaste subrepticiamente, como reptil burdo con sorpresivo ataque de cortesía, recostado contra una columna. Ya posicionado como estatua barroca, específicamente como el Cristo del Expolio, empezaste a trabajar con tus complejos y tus dudas. ¿Estará pidiendo cacao el chamaquito este?

Bailar con él después de la señal que te hizo con los ojos, pegártele con malicia y bellaquera, posiblemente no sería percibido por el resto de la concurrencia. Entonces, Gallianito, ¿qué te pasaba? ¿Por qué la retraída?

Es posible que la droga no te permita recordar el titubeo, los movimientos peristálticos acelerados repentinos y el toqueteo directo imposible de tus partes (te lo impedía el pantalón del traje y el algodón del boxer) para avisarle desde lejos que no te estabas rajando, sino que posponías.

Tuviste ganas de ver su respuesta después que te agarraras. Querías comértelo allí mismo, a base de su respuesta al capeo, y de explorar la forma dura de su culo bello rozándole la tela de los mahones negros con tus manos abiertas, luego flexionadas como garras en gesto de sujetar la presa sin joderla, pero en el ínterin hubo una comunicación de pudor en tu cerebro pedófilo que no quiso que lo hicieras.

A tu lado, un moro acicalado en sus cuarenta, supuestamente demasiado viejo para ese trote chic discotequero, encendió un Djarum Black. Le pediste uno, te contestó que sí con acento palestino, que no había problem. Muy agradecido, volviste a tu faena pero echando bocanadas sensuales al ritmo de la música. La Ponka lo notó enseguida y siguió bailándote directamente, como si lo acompañaras en medio de la pista; sin bajar la guardia nunca.

Paja primera

Imaginaste que te arrodillabas frente a él y que él se lo sacaba para que tú se lo mordieras suavecito (flácido) y después se lo mamaras rápido (casi erecto). Alguien tropezó contigo mientras te hacías el cerebrito con el nene y te pidió disculpas. “Thats ok, thats ok man”. Regresaste a la escena de la plegaria y te detuviste a mirarle la cara a pesar de la semipenumbra láser. Tenía la misma cara de nena que tenía la cabrona puta de Adelaida cuando la contrataste por primera vez en un callejón oscuro sanjuanero hace par de años, al hacer el semestre de intercambio. Los mismos labios finitos (lo único que estos tenían piercing), los mismos ojos achinados, las mismas pestañotas góticas. La piel (carajo, condenao, lo distinguías todo aún con el salami cento in bocca) era la misma que tenía Adelaida. Ni un solo poro brotado, ni un solo barrito, ni un solo trazo marcado en la mejilla izquierda, ni en su complementaria comisura hambrienta, del último lechazo. Ojeras: muchas. Ésas sí que siempre los delataban, y más si se las pintaban; aplicándoles más polvillos grises.

La música trataba de jalarte de vuelta a la realidad progreinternacional del Gay Palace, pero tú insistías en venirte a la manera New Age. Jalaste a la Ponca por un brazo haciendo una fuerza anormal y ello provocó que se le rompiera la camiseta cuello uve Calvin, con apariencia de baratija blanca y requeterrepuesta. En tu delirio y arrebato bellacoso, el DJ puertorro (tenía que ser mamalón, gordo y bastante pato) puso reggeatón allí y tú -a las órdenes del jefe Yankee- te lo llevaste al baño. La multitud se dio cuenta del rapto, hubo ayes y murmullos en tono chismoso, hasta tipos escandalizados falsamente con el sonsonete de La Gasolina. El colectivo agitado por el teguístico “pónmela en la bémbola” que vino luego se fijó primero en los tatuajes de pájaros del paraíso que tenía la Ponka gravados en el pecho delicado. Tú también te fijaste. Decidiste suspender por el momento el ensalivado viaje al baño y proceder a lamerle cada bicepcito flaco como si no hubiese mañana. Olía a Channel 19. Él cayó de bruces debido a tu violencia y extendió el brazo en “vogue motion”, bien maricona ella, casi como en un trance de ballet ruso, derecho hacia tu boca. Te dio un puño ralo, como si tuviese puesto un guante de terciopelo color plata, que duró un milenio, y tú se lo devolviste con tu lengua astuta, lamiéndoles los pelitos de la axila sudada, pero con un olorcillo tenue a fragancia de nena, mientras tragabas hilitos calientes de tu propia sangre perfumada.

¿Era él o era Adelaida la que aullaba de placer mientras los otros, haciendo un círculo de solidaridad ruidosa a su alrededor (hubo órdenes, peticiones y gemidos fuera de lugar; fastidiosos) suplicaban por la consumación orgiástica? Ahí fue que te pujilatiaste por el clamor general de carne contra carne en salsa de Vodka Tonic y poppers, y que se te puso con la uña del índice izquierdo el crystal dust en las entradas de los rotos de las naricitas tembluzcas al pensar en el efecto que tendría sobre los tuyos gibralteños el contacto de la pantalla de metal que le traspasaba a la Ponka la bembita de abajo.

La dificultad de salir de la incertidumbre del sabor y la huella rusty del tacto de la argolla fría llena de bacterias alargaron tu viaje. Mientras tanto, uno de los osos peludos con camisas lumberjack que estaban en el foro habló por boca de uno de los sadomasoquistas con chalequitos de cuero y declaró abierto el concurso: “Señores del cenáculo, a coger y a mamar que el mundo se va a acabar”, dijo. La Ponka se viró y te puso las nalgas prensadas en la cara. Disfrutaste de que te mangaran en vivo en esa posición sumisa. Pasó un segundo, y se separó para que le pidieras más y pudiera asegurarse de tu empalme. Al verte, te diste cuenta de que se había rapado el pelo con “la cero” y que, además de a la putonga cabrona de Adelaida, se te parecía a Sinead O’Connor; pero un tanto más firme.

“Mal te veo, Gallianito. Mal te veo”, te dije en un arrebato de cólera verídico cuando llegué hasta la columna salvadora después de que me solicitaras el enésimo rescate. Querías que te insuflara el valor necesario para despertar de “la pálida” pajera sin tenerte que echar agua fría, volver de inmediato a la pista original y hacerle un avance superserio a la Ponka Asesina.
Paja segunda

(To be continued!)

July 22, 2008

“La ponka asesina”. Capítulo 3: Primera mirada

Por: Manuel Clavell Carrasquillo en pretextos

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Escribe Manuel Clavell Carrasquillo

Se me ha ido
de las manos
algo trágico

e inocente

Nadie cubrió mis heridas
y lo mágico se convirtió en

vano

-La Ley, “Libertad”

Ojos serenos, mano reposada,
y jugando a ser triste sin tristeza.

-Luis Palés Matos, “Para lo eterno”

El animal no ama: no está en su diseño la cualidad del amor. El animal se esconde, atosiga, entrampa cuando puede, pero no puede amar. No es su cualidad amar; no es su designio.

-Juan Carlos Quiñones, “Dos pecados”

¿Cuánto espacio más quiero ocupar?
Dulce tentación de dejarlo todo…

-Café Tacvba

La depresión te cuarteaba los huesos en pequeñas láminas de plástico y te ungía los dientes con hiel maldita. Escuchabas un disco de Hendrix y otro de Beto Cuevas en replay permanente hace ya dos días, encerrado con ácido de batería en el estómago, callos jodones en los dedos gordos de los pies, musarañas en el cerebro y entonces qué, ¿qué de qué?, ¿qué carajos? No tenías más remedio que llamarme, Gallianito de mi corazón de embuste hologramático, para que viniera en tu auxilio (mutuo, según tú, seguro) y te hiciera compañía en la penumbra de tu lujuria trastornada en depre, porque no tenías “a nadie a quién culpar” por la derrota y las heridas del amor, ni mucho menos “a quiénes perdonarles las culpas”.

Hice acto de presencia en tu cuarto de hotel arrastrado por las muelas de atrás, porque no me quedaba otra, y, enseguida, al verme vestido de marinerito sobre cubierta, con mi trajecito azul y blanco Gaulterio preferido, bien pegado al cuerpo de dragón de fuego a la Potter que me diste, dictaste el Reglamento:

Artículo uno

Dior Mío, amigo imaginario salido de mi pozo séptico titubioso (yo invertido, copia exacta de esa gran gota de lluvia psiquiátrica; por eso lapachero neurotransmisor en el mangle interno), vivirá por mí cada peso y cada arrastre. Cargará sobre sus viejos hombros lo peor de mis relaciones truncas y mis anhelos mohosos. Se hará cargo de errores. Vomitará cada cerveza que me beba al ritmo de lounge, sentado en butaquitas con esqueleto de cromio forrado con cuero marroquí frente a las barras, hasta vaciarme de recuerdos sucios tras reminiscencias etílicas en los urinales de los baños, en la parte densa de los pastizales recónditos, en los cuartos oscuros de las casas abandonadas a la oscuridad frente a la playa. Tendrá que hincarse.

Artículo dos

Manejará las crisis que yo no pueda. Todas, si es posible. Se vengará de las palabras que vengan como dardos, de los malos reflejos de los arquetipos, del absoluto desconocimiento de mi ser y el quién seré, será. Lema: “Esta vez vengo buscando el corazón / esta vez lo intentaré otra vez”. Objetivo: compensación y resarcimiento.

Artículo tres

Tendrá derecho a protestar, pero no voto.

Artículo cuatro

Se reportará únicamente a esta Fiscalía General de la Nación protegida con cámaras vigilantes las 24 horas que es mi consciencia de abogado nice and proper. Y eso es todo por ahora.

Análisis clínico, cabe:

Condenao, ¿conque no te acuerdas de lo que pasó?

Mucho antes de borrar la cinta, estuviste ocupado con el caso de las detenciones arbitrarias de barcos con mercancía original de Carolina Horrera (CH) en varias de las exclusas del tramo Río Negro-Danubio, la autopista “natural” que conecta los navíos que zarpan de América con la Europa del Este. La doña quería declarar la primavera en pleno invierno húngaro al inaugurar en Budapest la nueva boutique de su emporio fashion.

Tuviste que visitar oficinitas trepadas en zancos metálicos sobre los ríos y las rías para entrevistarte con oficiales de segunda que exigían un aumento en su comisión de los sobornos. Exacto, vestido como el más fino de los litigantes de la jurisdicción marítima en el orbe, ni siquiera intentaste razonar con los gendarmes portuarios. Los macharranes te ofrecían todo tipo de bebidas calientes para que se te escapara el frío por los poros, pero tú hacías gestos de negativa y no les reías las gracias. Inclusive, se escucharon en las villas obreras destartaladas de la ribera contigua par de insultos tuyos. Aunque no lo creas, eso me gustó, por un momento fuiste tú sin miedos, y aplaudí un poquito cuando lograste torcerles los brazos y salir con la ganancia: aceptarías el aumento tarifario a cambio de menos inspecciones sorpresa y menos incautaciones de cajas por los pejes sindicales que comandaban a los estibadores. Eximirían de los rayos X a la flotilla con bandera venezolana de CH.

Retazos de la orgía

1.
No fue hara-kiri.
A veces se interpone el corazón confuso
entre puño y cerebro. El agresor
se hiere y expone las entrañas.
La intención, sin embargo,
es homicida.

-Hjalmar Flax, “Serie necrófila”.

Usaste el I-Phone por vez última en el taxi que te llevó del control del puerto de Rotterdam hasta el hotelito de diseño cuatro estrellas para comunicarte con las centrales del bufete y dar las buenas nuevas. Luz verde para la pautada llegada de “la mercancía” a su destino. Abriste la puerta de la habitación y colgaste el traje Tom Fordis en la percha mientras te desanudabas la corbata, los zapatos y así, inclinado de medio ganchete, le echabas desde aquella bajura media un vistazo a la decoración del sitio. Maldijiste la hora en que dijiste que sí a la Habitación Blanca Murakami, porque ahora te parecían espantosos los detalles de encaje en colores pastel con forma libre de telas de arañas peludas que hacían el contraste con el fondo perla pálido de las paredes empapeladas. Ya descalzo y desabrochado, caminaste hasta el mini-bar y te serviste un Cosmopolitan. Te sentaste en el sofacito de piel nívea, encendiste la pipa de agua paqueada con hachís y pensaste en el plan maestro para la tercera venida literaria de la noche celebratoria que, para ti, Gallianito estúpido, es sinónimo de depravada.

Te habías citado en el Gay Palace de la calle Schiedamsesingel 139 con tu colega traquetero, el flaco portugués que también te acompañó a jugar fútbol durante aquellos tres meses eternos en que fueron amantes a lo loco, y una de sus muchas conexiones transtráfalas. Invadiste sus cuatro pisos llenos de árabes, skinheads y ponkas con un guille cabrón, proporcional a tu victoria estilo serie de HBO Mandrake, y pediste de inmediato el segundo Cosmo de la noche. El líquido te ayudaría a marinar el taco pulverizado de crystal dust que se te alojó en la garganta y te haría el favor de borrar de la memoria la indomable pinga portuguesa.

Las lucecitas de tu infierno predilecto rebotaban contra tus retinas como rayos láser anunciantes de ceremonia tribal en pleno capitalismo tardío y el tecno te iba soltando los músculos hasta empujarte a la chicanimalidad ansiada provista por la danza colectiva en momentos de tribulación apocalíptica, tal y como lo viste en The Matrix Revolutions. En ese momento, decidiste exhibir en la pista tu cuerpazo de gimnasio ataviado con un mahón gris oscuro YSL que apretaba tus veintinueve de cintura hasta marcarte las nalgas y una camiseta Pradat negra, de cuello V, ceñida, que hacía que tus pectorales de modelo estándar resaltaran.

Brincaste hasta el techo sin tocarlo y te moviste como un mono prieto amenazado por los cazadores en la selva. Simulaste la configuración de formas geométricas en al aire con tus brazos y tus piernas, sudabas como salvaje fugado de la jaula, diste pasos largos de gimnasta frustrado, Gallianito, fuiste otro de los pendejos a la vela que bailotean la nota debajo de una bola de discoteca forrada con espejitos trili, reflectora de los despojos de los maricas extasiados con el último hit de house progressive.

Pero gustaste.

Justo al lado tuyo, en medio de aquella multitud de blanquitos holandeses arrebatados y moros expatriados borrachos que se pegaban los huevos peludos, apestosos a macho en celo, unos contra los otros debajo de la espesura espectral del humo del tabaco turco y los porros, viste al niño bello de tu ruina. “La Ponka” abría camino para ligarte entre la niebla tóxica con un gesto particular forjado con la combinación truculenta de “ojos delineados con MAC, pómulos altivos y labios prensados”, semiestático en su pose seductora, deseándote con una fuerza electromagnética que no habías sentido antes penetrarte el hígado. Allí mismito, en un nanosegundo que sólo conté yo (qué clase de cojones, este casito que me toca), quedaste petrificado como el David de Miguelángel por su enigmática mirada.

Dito, pa, qué lástima, ¡tú frente a Goliat en pleno campo de batalla y desprovisto de onda!

Los capítulos anteriores de “La ponka asesina” fueron publicados en el periódico Diálogo, de la Universidad de Puerto Rico: “Ciertas confesiones de Dior, amigo imaginario de Galliano” y “Zozobra Galliano en un mar de sargazos simulado”. Espere el próximo capítulo por el mismo canal y a la misma hora el próximo martes.

July 21, 2008

Zozobra Galliano en un mar de sargazos simulado

Por: Manuel Clavell Carrasquillo en pretextos

galliorgia 

Escribe Manuel Clavell Carrasquillo

(Segunda parte de una serie indefinida ahora titulada “La ponka asesina”. Espere la tercera el miercoles, 23 de julio.)

Las consecuencias de un caluroso viaje de negocios lleno de temblores y punzadas de las oficinas en Manila a las de los Emiratos Árabes Unidos, con la encomienda de tratar de enderezar los desastres del bufete, te pusieron a reptar en cuatro patas y a pedir auxilio como un desquiciado sobre el borde de la piscina de agua amarillenta y salada del hotel Palma Real Luxury Club. Tenías hang over, habías almorzado mal y te dio un calambre. Te estabas ahogando en un mar falsificado.

Tanto dolor sentías, Gallianito, en la base de los pulmones manchados con tabaco –y tanto líquido yodado tragaste– que tuviste que llamarme entre alaridos y perdones reiterados para que saliera del quinto infierno en el que vivo para ir a tu rescate, como ya es costumbre cuando pierdes el control que con tanto orgullo exhibes frente a tus terneritos pares.

Al llegar, me topé con otra de tus escenas tristes. Estabas pidiendo cacao bocabajo bajo el sol ardiente con olor a una mezcla de bronceador Hawaian Tropic Coco y Piña y te faltaba el aire. Qué remedio, me dije, y procedí a reconfigurar para mi archivo tu acto natatorio fallido e irresponsable del siguiente modo:

Primera metamorfosis

Convoqué a Yemayá, dueña de todas las aguas y el mar, para que manifestara en público, frente a cada uno de los musulmanes de gafas oscuras y tanga que te monitoreaban la respiración salvaje mientras por poco te nos ibas de este mundo, porque fue ella quien te devolvió a la zona llana, oxigenada por la leve brisa, luego de haberte succionado hacia lo hondo. ¡Muákata-Muákata!

Pensé que, de esa forma, al exprimir cierta comunicación celular o cibernética con un aparato eléctrico en forma de sopera o tinaja de loza con fusibles, según se analice el contacto esotérico con la Orisha del río Oggún de mis pesadillas afro, podría auscultar los motivos de la segunda oportunidad sobre la Tierra que te ofrecía oronda al salvarte de la más humedecida de las muertes humanas.

Antes de chascar los dedos de la mano derecha, engancharme una caracola gigante en el oído y pitar de forma parecida al sonido de las olas para completar el trance, el Gran Útero salino me contestó diciéndome a mí y a mi amigo agonizante:

“Ay, con que Virgen de la Caridad del Cobre ni que Virgen del Carmen o sea Virgen del Pilar (la-Negra-¿voy atrás yo?, ¿velas?, ¿flores?), patronas de los pescadores y los ahogados devueltos con sargazo y piras de sal en el estómago, así que rujo y soplo, shshshs, para escupir a Gallianito (ya otro) como Jonás; transformado en un manojo de conchitas duras unidas por un hilo de pescar verdoso para que se concretice más sólido su espíritu blandengue como lobo de mar y no se queje. Completamente seguro de sí mismo, menos los miedos del falso balance terráqueo, convencido de las propiedades sagradas del mareo y devaneo de las leyes y los reglamentos y las decisiones pre y postvértigos… Por mis siete remos, mis siete manillas, mi corona, mi timón, el sol, la luna llena, mi mano poderosa colmada de caracoles, mi sirenita rubia Clairol, mi plato, mi salvavidas, mi estrella, mi llave, mi maraca pintada de azul, mi pilón y mis hierros de plata… Shshshs, serás sano y salvo, Gallianito, en el valor y el sacrificio de los vivos, restándole la mortificación de los difuntos que asechan. Se te inflarán los pulmones adoloridos, porque eres criatura carnívora, devoradora de aires bucaneros, y en la frente llevas la marca de anticapitán sanpérfido. A remar por las carreteras de la palabra alzada, Gallianito, rema. No te toca todavía rendirme cuentas postfúnebres pero apunta, que ahora bastante que me debes. ¡A trepar de nuevo el peñón inmenso en el que me quiebro y me hago espuma!”.

Florecimiento de las agallas

Luego del accidente, en el lecho hospitalario de la Creciente Roja, exhibiendo dos agallas inservibles que te sobresalían de las sienes (ya sin ánimos de meterle más wasabi al sushi de tus esperanzas) me confesaste que fue mi voz grave lo que te mantuvo alerta en medio de la tempestad, porque el aumento de sueldo posible después del último triunfo legal te había llevado a una bacanal de tres días que culminó en naufragio.

Entre el humo de los tabaquitos negros que usabas para desplegar cierta elegancia al litigar las defensas internacionales de tus clientes en las afueras del Tribunal de Almirantazgo (y los alucinógenos que te zumbaste con alcohol en la barra en lo que confirmabas que la orden de embarque de las mercancías Dolce & Gabbana fue firmada), se te nubló todo en la alberca. La fina zambullida sirvió para que los ayudantes –que te acompañaban vistiendo escuetas trusas Givenchy– degustaran brevemente tus atributos de flaco en cueros con guille de mamito. Lástima que esa imagen pronto fue borrada y sustituida por la de los paramédicos en plena faena boca-a-boca.

De la Puebla vs. Buenaventura

Mucho antes del percance turístico, te vi de lejos parado frente al podio postulando contra la flota naval catalana en reivindicación de un contrato de transportación de siete tomos rubricado por Esteban Rui de la Puebla y Micheo Buenaventura, en representación de la compañía Sea-Landesa y Arponera Ballenera, S.A. Explicabas que las vistas judiciales fueron en los Emiratos porque la naviera demandada se sometió a dicha jurisdicción voluntariamente. Nada de nada (jurabas en vano por los mil nombres de Alá), vuestro honor, xuparon los árabes jurisconsultos excepto la buena tajada que le diste al honorable juez presente.

Para que te acredites, paga

Eso es lo importante, Diorcito; que tengo que pagarte a ti y a Yemayá –me decías en medio de tu delirium tremens por la asfixia–, no que los machazos albaneses de la tripulación del barco de tus clientes tuvieron una trifulca por los condimentos de las comidas y los turnos para la oración con los sucios serbios. Eso provocó la colisión entre los navíos y la pérdida de las cajas de los trajes (Dolce & Gabbana) que se chupó el Adriático. “¿Quién fuera albanés engañado y perdido en el gran templo de un serbio ortodoxo en plena promesa integracionista?”, repetías. “¿Quién fuera pez albanés escamado en manos de pescador serbio barbudo con botas plásticas, hundido por corrientes submarinas?”, balbuceabas, mientras un enfermero decidía cuál de tus venas pinchaba.

Cuando te vi tendido, dabas órdenes a los de bata blanca. Repasabas recitabas la agenda de la tarde y les indicabas a las sombras que veías –luego de que el sol te dejara una ceguera blanca– que tenías que presentar una demanda, que te prepararan el sello notarial, que llamaran a la parte contraria para cuadrar un interrogatorio. Terco, venido por segunda vez como Moisés, Lázaro y Cristo de entre las tinieblas, tu superyó dictatorial tomaba posesión de tus sentidos. Pedías orden para el espíritu que se te escurría: “Mi Dior”, decías. “Orden en la corte celestial, no hay túnel alguno”, blasfemabas. “Orden en la sala de los mártires inexistentes de Mohamed”, expresabas con rabia. “Sólo Yemayá, a quien le pago con promesa de erigirle una fuente de agua viva, reinará las escorrentías y los lagos”, murmurabas. “Mi Dior”, te amo.

Al final de la odisea, cuando te dejé solo en la sala de cuidados intensivos, molesto por tu miseria autoinfligida, aún respirabas como un acordeón enloquecido y decretabas que te trajeran hielos con syrop de frambuesa. Ay, pichón de divo, que con algún dulce fantástico te hicieran hinchar aquellas semibembitas gibralteñas ardientes y saladas para que se te calmara de una vez y para siempre (por secula seculorum) aquella espantosa sed de tu existencia zozobrada.

Este texto fue publicado en el periodico Dialogo de la Universidad de Puerto Rico.

March 6, 2008

Ciertas confesiones de Dior, amigo imaginario de Galliano

Por: Manuel Clavell Carrasquillo en pretextos

Galliano 1

Por Manuel Clavell Carrasquillo

La terquedad que te caracteriza no permite que las rabietas se te pasen rápido. Debes perseverar en el show del ego herido por los cuestionamientos de los otros, echar maldiciones con espuma por la boca contra aquellos que se atrevan a contradecir tus designios, amenazar con torturas espirituales a los que intervengan en los procesos de consecución de tus “sabios” actos. Pero a mí no me conmueves con tus arrebatos desproporcionados, Juan Galliano, porque no me programaste para ello.

Me convocaste aquella última noche de desolación que pasaste en el hospital metropolitano. Te recuperabas de los daños que sufriste en el atentado a fuerza de calmantes, antinflamatorios y terapias. Tus conexiones con la compañía te habían transformado en un mercenario intelectual huraño e insoportable en busca de aires bucaneros dentro de los viejos tomos legales. Cortaste toda conexión con tu pasado aferrándote a una estrategia sanguinaria cuando encontraste el nicho “perfecto”.

Lograste acomodo razonable entre los más grandes tecnócratas y, justo cuando enfilaban los cañones de la firma contra el buró para burlar las reglamentaciones rígidas, un tobillo destrozado echaba por la borda todas tus conquistas. Por eso me emplazaste. Interrumpiste mi reposo dibujando un pentagrama para que volviera a ayudarte; esta vez a planificar una venganza.

Me armaste con un cuerpo gitanojaponés muy atractivo, extrañamente alto y tofe. Me pusiste grasa en la lengua para que pudiera dominar el sánscrito, el suahili y el vascuence, además de las romances. Me dotaste con poderes para sobrevivir debajo del agua, volar por los aires, atravesar la tierra como los topos y soportar los fuegos más terribles. Me vestiste con ropa casual y seductora, muy ceñida. Querías enviarme -antes que tú fueras- a aventuras (erótico)políticas para explorar antros y tugurios suburbanos que luego frecuentarías en tu mente.

Me pusiste negros ojos grandes con un dispositivo de visión infrarroja para que te trajera noticias de las hilanderas extranjeras que trabajan en las infames fábricas del Garment District indígena. Audición biónica para que escuchara y memorizara las narraciones épicas de los esquimales asesinos de focas y osos polares. Una rara piel bronceada con tacto ultrasensible para que pudiera tocar los lujosos pezones de las prostitutas contratadas por la junta para entretener a periodistas o relacionistas públicos. Por último, me confeccionaste un gusto virtual hiperdesarrollado que introdujiste detrás de mis breves labios para que saboreara por ti. La misión requería que me relamiera las pezuñas en tu nombre tras tragar agridulces líquidos prohibidos y enmohecidos polvos.

Me diste cualidades de dandy jaquetón para que interviniera con los modelitos tras las pasarelas, les llamara la atención de su belleza estándar rozándoles los glúteos y les ofreciera fajas gordas de billetes para robarles chismes de monsieur Gaultiero y míster Versacesco. Te obsesionaste con la posibilidad de que tuviera el raciocinio investigativo del agente encubierto camboyano y la sangre fría del matón a sueldo ario. Decidiste que, para acentuar mi indiferencia hacia lo vivido y lo sufrido, me contagiarías con la enfermedad de los que ya no tienen miedo a nada: estaba escrito en la corta página de mi destino inexorable que me declararías anoréxico.

Mientras le imprimías los últimos brochazos ordinarios a mi boceto de machito bravío, removías el hongo de los códigos de leyes internacionales sobre copyrights, patentes y marcas registradas. No podías permitir que la junta ni los socios se dieran cuenta de que tenías deficiencias de memorización y que los trucos de la práctica forense para emprenderla en las cortes contra los imitadores no estaban en los cuadernos computarizados en los que garabateabas tus notas.

En ese momento preclínico, antes de que fueras internado por segunda vez en tu vida, te susurré el fatídico secreto que me pedías a voces: “Gallianito, Gallianito, madame Channela, la del Figaro, te tumbará los cocos. Tu ruina serán las imitaciones y los ecos”.

Primera rabieta

Te regañaron por el malmanejo de la cuenta de M. Korsisko. En la misma reunión, ya nuevamente incorporado después del puñetazo de los socios, le echaste la culpa al gerente de la compañía destinado a la sucursal de Manila. Te había engañado, aprovechándose de una interpretación fatula del privilegio abogado-cliente en la jurisdicción extracontinental de las islas. Te juró por su madre que los textiles no eran inflamables y que las cremalleras no estaban entintadas con pintura plomiza. Sospechaste de su gesticulación absurda y exigiste una inspección ocular de la planta. Te fue negada por tecnicismos de seguridad y orden corporativo, más una referencia oscura a tus gustazos pedófilos con los modelitos rumanos de Rarmani. En ánimo consolador, te dio acceso a los papeles. Dispuesto a examinarlos con cautela, te encerraste conmigo en una habitación del Hilton. Colaste una buena dosis de cristales y dos pipas.

Tras la humareda, pediste mi consejo. Te dije que las auras parpadeantes de las familias que hurgaban en el basurero nacional valían más que las promesas del gerente. Que una lectura rápida de los sueños mojados de los funcionarios filipinos en guayabera, como los suyos, pronosticaban una hecatombe maldita parecida a la que provocó, milenios atrás (nov., 1978), Jim Jones en Guyana con Kool-Aid envenenado. La diferencia estribaba en que la tuya sería individualmente simbólica. Contigo y tu estela de malasrachas ya no sería coartada el llamado al suicidio colectivo utópico. Tú solo serías el responsable del acabe.

No hiciste caso. Todo lo contrario, comenzó la primera rabieta. Lanzando escupitajos lograste amordazarme y me amarraste de los pilares de la cama de caoba. En tu delirio, decidiste vestirme a la fuerza con un kimono shocking pink de alta costura y me recogiste el pelo largo en un moño en forma de melocotón para que me presentara disfrazado ante el gerente para cuadrar el soborno. Soltaste las amarras para que saliera de la habitación a cumplir tus órdenes pero los drapeados de la tela de seda cruda provocaron mi caída.

Me arrastré como pude por el piso alfombrado, reptando como piel de boa montada sobre la olma de dos tacas. No fui lejos, enseguida lograste que perdiera el conocimiento tras el cantazo que me diste en la nuca con la base de mármol de la lámpara. Roto el conjuro de nuestro amor pactado gracias a tu pataleta, me refugié en las pailas de tu limbo psíquico. Ya habías transmutado de amigo imaginario (amo) en polvo astral de cometa deshecho (esclavo).

Segundo ataque

El avión de regreso lo tomaste solo. Durante el trayecto, sólo te distrajeron del objetivo destructor el uniforme couture, al estilo de los toreros sevillanos, que llevaban los azafatos, y el sonido contra los hielos de los chorritos que constituyen un cubalibre doble. Durante el sueño, manipulaste los eventos para que regresara, pero me negué.
Soy difícil. Hice que un general ordenara tu tortura, que te acostaran en un box spring con los alambres electrificados y que, luego, te encerraran herido en un calabozo sin luz y pestilente infestado de ratas. Despertaste con un susto enorme incrustado en el alma y enseguida te dio un ataque cardíaco.

La próxima escena transcurrió en un dispensario rural, entre ampolletas llenas de antibióticos expirados y sueros, porque el capitán dio la orden de prepararse para un aterrizaje de emergencia debido a tu alarma. “Sácame de aquí, Mohammad Dior, sácame”, le gritaste al enfermero cuando despertaste. Lo confundiste conmigo a mala hora, Gallianito, terco licenciado. Ya no volvería a tu lado hasta que dibujaste el pentagrama con tus lágrimas de cocodrilo para que regresara. Recuerdo que trazaste los triángulos en medio del tercero de tus tántrums y los marcaste con cinco velas negras. Querías que llegara pronto, para que te ayudara a planchar la venganza contra la compañía; para que reparara el daño que te habían hecho después del atentado.

-mcc

Publicado originalmente en Diálogo, periódico de la Universidad de Puerto Rico, edición de febrero-marzo, 2008.

December 15, 2007

Almuerzo en la comuna de Puerto Nuevo y los gatos mutantes televisados

Por: Manuel Clavell Carrasquillo en pretextos

thundercats0raEscribe Manuel Clavell Carrasquillo

En la comuna de Puerto Nuevo se come arroz blanco brilloso debido al exceso de manteca El Cochinito, bien salado, acompañado de jamonilla y/o plátanos amarillos fritos. El arroz, se moja con ketchup. Se trata de gente pobre, desde luego. Se bebe jugo de china en polvo marca Tang en los vasos de cortesía de cristal que regalaban en Burger King pro fondos del Albergue Olímpico. Los niños llegan de la escuela después de las tres de la tarde, se bajan de la guagua escolar, abren el portón de rejas y atraviesan el patio interior semiselvático haciendo bombas de chicle y con los uniformes de la escuela bien sudados. Se dirijen a la tercera casa del complejo y está lloviznando. Allí, la señora los recibe con alegría. Inmediatamente, pasan al cuarto de las camas literas, donde el televisor está encendido y, cuando llueve más duro, se escucha el plof que hacen las frutas del árbol de pan maduras que lanza el viento contra las piedras. Los obreros del almacén de ferretería contiguo también las oyen. Los niños tienen, a esa hora, una cita diaria con las caricaturas de los Thundercats. A mí, personalmente, me encanta el muñeco espantoso que llaman Mun-Ra, la momia peligrosa y mala. Me parece extraordinaria su transformación en un ente malvado semimuerto, undead -para los iniciados- que viene a joder desde ultratumba. También esa actitud de ganga de los Thundercats, sus entidades corpóreas felihumanas súpermusculosas, cada gato mutante con su poder sobrenatura, dispuestos siempre a salvar a la gente buena y decente de cualquier peligro. Sobre todo, me atrae la señal color chinita o anaranjado fosforescente que hace las veces de alarma para que cada cual deje lo que hace y se reuna en bonche para solucionar algún entuerto, dicho así por pura referencia literaria y para nombrar la aventura thundercatiana de modo quijotesco; no vaya a ser que la gran profesora Luce López Baralt entre en convulsiones. En el ínterin, la señora sirve la comida en platos de pasta dura con dibujitos de Winnie The Poo o alguna otra viñeta del momento. En la tercera casa se come sobre las camas, mirando el televisor, bajo la advertencia de no derramar tan siquiera un grano brilloso o una gota de ketchup. El olor de la jamonilla impregna la casa completa y esa escencia hace a los niños bien felices. Dicha felicidad, también salada, es absolutamete inexplicable. Las camas literas tienen sábanas con prints de los pitufos y siempre están limpias. La señora lava todos los días. No hay máquina secadora, así que los niños están pendientes porque se les ha avisado, cosa de que dejen lo que están haciendo para ayudarla a recoger las sábanas tendidas en el momento en que se raspen aguaceros imparables. Para mí, los Thundercats y los pitufos son la misma vaina, lo único que los pitufos son azules y un poco más “diversos”. Qué genialidad eso de nombrar a cada pitufo y hacerles su personalidad a la medida de acuerdo con los pecados capitales y las siete virtudes. Y Gárgamel, el viejo diablo, siempre al asecho y con pelos feos que le salen por las orejas y aquella batola raída larga y negra. Nunca he podido decidirme sobre cuál entre los pitufos prefiero: Perezoso, Vanidoso y Filósofo. Ahora bien, no tengo dudas de que mi favorito/favorito es o Glotón o Cocinero. ¿Quién puede resistirse a las tres y pico de la tarde, de veras, a un blueberry muffing con wipped cream y más sí se lo ofrecen a uno desde la dimensión televisada?

-mcc.

December 13, 2007

la comuna de Puerto Nuevo

Por: Manuel Clavell Carrasquillo en pretextos

panEscribe Manuel Clavell Carrasquillo

Las tres casas de cemento, de una planta, tienen una sola entrada que da a una especie de patio interior al aire libre.

Para llegar a ellas, es necesario doblar a la derecha en una de las calles que cruzan la avenida Américo Miranda. Quedan justo en una especie de medio redondel que sí tiene salida.

Detrás del enorme portón de rejas negras que da al patio interior, hay varios árboles y arbustos que le darían a las inmediaciones de la comuna de Puerto Nuevo un airecillo cuasiselvático si no fuera por las cientos de plantas que están en el suelo terroso sembradas en sus respectivos tiestos. La matriarca cuida de ellas con esmero y los perros domésticos las mean.

Los efectos principales del ordenamiento semiboscoso son -al menos- 1. Que los habitantes de las tres casas sienten la lluvia caer de una forma distinta del resto de los propietarios de la urbanización sanjuanera 2. Que la vegetación oculta las casas segunda y tercera del ojo de los curiosos y 3. Que los niños pueden jugar al escondite como si tuvieran para sí la administración imaginaria del Jardín Botánico.

La primera, por estar expuesta, y por ser la que primero construyó el clan de los Díaz, tiene balcón con balaustres y siempre tiene la fachada bastante bien arreglada. La segunda, como no se ve de la calle, está terminada pero hace años que no ha sido pintada. La tercera, porque se les acabaron los chavos después de asumir la hipoteca de la segunda, es sólo esqueleto habitable y nunca ha sido tocada por las brochas o los rolos.

Raras veces vi el interior de la primera y la segunda. Mi experiencia indoors se limita a la tercera, que tiene el piso de cemento crudo, tres habitaciones dormitorio y un cuarto de baño. La casa siempre huele a polvo cementoso (colinda -por la parte trasera- con un almacén de ferretería) y a Lestoil, que es el único detergente que limpia de verdad ese tipo de superficie tan porosa.

Del cuarto de atrás, destinado a los cuatro varones de la casa que duermen en dos camitas literas, se puede ver un árbol de pan superfrondoso que sirve de colindancia entre la casa y el almacén de la ferretería. Es interesante que no haya nada parecido al sonido de la caída de las frutas maduras del árbol de pan contra las lajas de cemento picado que tiraron allí como relleno para que no surgiera fango; sobre todo cuando las arroja una ventisca más que moderada algún día tan gris como tan frío y mojado.

November 23, 2007

Monumento temporero de Christo y Jeanne-Claude en las Tetas de Cayey

Por: Manuel Clavell Carrasquillo en pretextos

Porto 03Escribe Manuel Clavell Carrasquillo

En un reciente viaje a New York, la pintora Raina Mast, compañera de la escritora Rita Indiana, juró que me presentaría al curador de la exposición fotográfica “La vanguardia perdida: Arquitectura Modernista Soviética 1922-32”. Seríamos citados al archivo del MoMa, ya que se suponía que investigaba la obra del matrimonio de artistas Christo y Jeanne-Claude para una nueva muestra. Por cosas del destino, entraríamos en conversación sobre la salud del amigo Carlos Ortiz y los planes del colectivo “Los Niños Envueltos” y, por estar moviendo papeles de un lado para otro, caerían al suelo la propuesta y los bocetos inéditos de un monumento temporero (“Parapluies pour les Mamelles Portoricaines”) que pretendería instalar el famoso dúo parisino en las Tetas de Cayey hace más de dos décadas.

A continuación, en exclusiva para los lectores de Diálogo, Zona Cultural, la traducción (francés-español, pura añagaza) del escrito.

I. Proposición

Se colocarán 500 sombrillas rosadas en los monolitos y los alrededores de las Tetas de Cayey. Cada una pesará 200 kilogramos y medirá 6 metros de altura (incluyendo la base) y 8.66 metros de diámetro. Se contratarán 100 obreros diestros con el propósito de que las sombrillas queden instaladas en seis meses y sean desplegadas en un día. La misma operación, pero al revés, debe repetirse 28 días más tarde, fecha de la desaparición o clausura.

II. Presupuesto

Como es de conocimiento mundial, no aceptamos donaciones públicas ni privadas para nuestro arte. El financiamiento, en este caso estimado en $15 millones, proviene de nuestro capital y la preventa de los bocetos de la obra más un catálogo de la monumentalización explicada a los niños.

III. Permisología y burocracia

No es posible proceder sin la venia del Gobernador del Estado Libre Asociado. Estamos en conversaciones con los asesores del Primer Mandatario en el Palacio de Santa Catalina para conseguir una audiencia, que será grabada.

Conservaremos los récords (escritos y grabaciones) –que serán mostrados al tiempo de la inauguración simultáneamente en el Centro de Convenciones de Puerto Rico, el Museo de Arte de Ponce y el MoMa– de todas las gestiones ante las siguientes agencias concernidas: Oficina del Gobernador del Estado Libre y Asociado, Secretaría de la Gobernación del Estado Libre y Asociado, Policía de Puerto Rico, Departamento de Estado del Estado Libre y Asociado, Asamblea Legislativa del Estado Libre y Asociado, Municipio de Cayey, Municipio de Salinas, Departamento de Transportación y Obras Públicas, Autoridad de Carreteras, Autoridad de Tierras, Asociación de Alcaldes de Puerto Rico, Federación de Alcaldes de Puerto Rico, Distrito de Convenciones de Puerto Rico, Defensa Civil de Puerto Rico, Administración de Reglamentos y Permisos de Puerto Rico, Autoridad de Energía Eléctrica de Puerto Rico, Autoridad de Acueductos y Alcantarillados de Puerto Rico, Cuerpo de Bomberos de Puerto Rico, Instituto de Cultura Puertorriqueña, Administración de Compensaciones por Accidentes Automovilísticos, Junta de Calidad Ambiental, Junta de Planificación, Departamento del Trabajo y Recursos Humanos del Estado Libre y Asociado, Departamento de Recursos Naturales y Ambientales de Puerto Rico, Departamento de Salud, Autoridad de Puertos, Compañía de Turismo, Compañía de Fomento Industrial, Oficina del Comisionado Residente en Washington, D.C., Administración de Asuntos Federales de Puerto Rico, Cuerpo de Emergencias Médicas de Puerto Rico, Federal Aviation Administration y Oficina de Reglamentación de la Industria Lechera del Estado Libre Asociado, entre otras.

Además, será necesaria la autorización de los derechos de uso y de paso temporeros de algunas fincas privadas propiedad de varios vecinos que poseen fincas y ganado vacuno en el área elegida. La documentación de éstas y otras gestiones ad hoc también será exhibida.

IV. Logística

Una vez conseguidos los permisos, se crearán los pequeños espacios habitables que surgirán debajo de cada sombrilla, de acuerdo con sus posibilidades de sombras. “Las sombrillas”, hemos dicho antes, son “módulos libremente sostenidos, reflejan la disponibilidad del terreno en cada valle [y cada “teta”], creando un espacio interior invitacional, como casas sin paredes, o asentamientos provisionales”.

La tela de las sombrillas (que serán ensambladas en la isla, a pesar de que el esqueleto en aluminio y los moldes de acero inoxidable serán manufacturados en Japón, los Estados Unidos continentales, Alemania y Canada) será sintética. Parecida a la de los paracaídas, pero con más brillo que “lo normal”, los efectos tornasolados de la luz contra los textiles semipermeables lograrán atraer la atención de los espectadores desde el expreso y el aire.

La invitación al resguardo de las inclemencias del tiempo debajo de las sombrillas será vana (virtual, conceptual y abstracta), ya que –por primera vez– no contemplamos que los espectadores interactúen literalmente con el monumento. He aquí la importancia –quizás desapercibida hasta ahora– de la coordinación entre la Autoridad de Carreteras, el Departamento de Transportación y Obras Públicas, la Administración de Compensaciones por Accidentes Automovilísticos, la Federal Aviation Comission y el Cuerpo de Emergencias Médicas de Puerto Rico. No nos haremos responsables de los percances causados por vehículos que transporten a espectadores por tierra o aire.
La obra se extendería hasta después del desmontaje, cuando todos y cada uno de los materiales serán reciclados.

V. Publicidad y plan de medios

Los más mínimos detalles de todas las etapas del desarrollo del monumento –desde esta propuesta, los bocetos y un vídeo del proceso de reciclaje– serán entregados a la prensa nacional e internacional para el beneplácito de periodistas, críticos de arte y público en general. Nos comprometemos a estar disponibles razonablemente en sesiones colectivas o privadas de preguntas y respuestas. Ejecución y difusión, para nosotros, son lo mismo y, por ello, igual de importantes.

VI. Celebraciones

Los costos de las celebraciones del día de la presentación y la clausura, incluyendo los descorches y los piscolabis, serán sufragados por nosotros. No aceptamos auspiciadores.
Por todo lo cual, entendemos que este proyecto pronunciará –desde lo efímero hacia el infinito– el alto espíritu estético de todos los isleños.

En París, a 22 de octubre de 1987. (Revisado en N.Y. el 28 de diciembre de 2001).

Firmado: Christo & Jean-Claude

Este escrito se publicó en el número de noviembre-diciembre 2007 en el periódico Diálogo, de la Universidad de Puerto Rico.

May 22, 2007

Pesadillas de Guillermo Gómez Peña

Por: Manuel Clavell Carrasquillo en pretextos

Escribe Manuel Clavell Carrasquillo

gomezpena largeSueñas que has llegado justo a tiempo a un performance de Guillermo Gómez-Peña en Salt Lake City. Tienes la sensación de que se trata de un artista famoso que se volvió loco luego de salir de México expatriado y lanzarse a vivir del cuento en los parchos latinos de los Estados Unidos; sobre todo en L.A., Califas. No te equivocas.
Intuyes que los constantes cruces de fronteras lo han convertido en un freak de la confusión de identidades y que ahora hace una parada breve con la intención de escandalizar mormones como parte de su cruzada anti-hegemónica y pro-inmigrante.

Así explicas por qué sus ayudantes te ordenan hacer fila para entrar al escenario según un estereotipo de raza: la gente “de color” pasa primero al show mientras los mestizos y los blancos monolingües continúan excluidos por el poder de ese chicano desubicado que posa como agente destructor de las cosas más sagradas. Es la hora de esperar afuera. Por primera vez eres el último de la cola.

Sales perturbado de aquel circo posmoderno, solidarizado con los que después de haber pasado horas allí opinan que no han entendido absolutamente nada de la bizarra puesta en escena, y escondes en una caja fuerte los golpes que le dio el artista a tu conciencia. La volviste a abrir años más tarde –en la misma pesadilla–, un sábado en que fuiste a la librería La Tertulia del Viejo San Juan, y tropezaste con un libro chinita fosforescente titulado Bitácora del cruce. Era la recopilación de los escritos más importantes de Gómez-Peña realizada por el Fondo de Cultura Económica para que sus palabras alcancen no sólo a sus fans, sino también a las aulas superiores y universitarias.

Decides leer en desorden a pesar de que el escritor y sus editores (entre ellos nada menos que John Ochoa y Julio Ortega) escogieron una secuencia que comienza con trabajos de los años 70 y termina organizado más bien por temas. Dando vueltas en la cama, leíste algo atrayente: “Nosotros intentamos ofrecerle a la audiencia el sacrificio y el espectáculo de nuestros propios cuerpos ‘de color’, desnudos, distorsionados y exagerados por los medios de comunicación; les ofrecemos el espectáculo de nuestros cuerpos heridos por la cultura popular, erotizados por el turismo cultural, y a la vez, mediatizados por las nuevas tecnologías”.

Sigues leyendo, porque crees que empiezas a entender algo: “En este sentido, cuando presentamos un performance no somos ‘actores’, ni siquiera somos seres humanos con identidad ficticia. Somos más bien Frankensteins post-mexicanos, o lo que yo llamo, ‘etno-cyborgs’. Somos una cuarta parte humanos, otra cuarta parte productos de la tecnología; otra, estereotipos culturales, y una última cuarta parte proyecciones psicológicas del mismo público”.

Viste en el libro las fotos en blanco y negro que documentan los performances de su extensa carrera y recordaste que tuviste la oportunidad de intervenir con el cuerpo expuesto de Gómez-Peña (haciendo de “El Mexterminador” y “El Border Brujo”) y con los de sus acompañantes (representando a “narco-mafiosos” y “natural born matones”). No lo hiciste por asco, porque te parecían payasos estúpidos y grotescos, aunque todos los presentes tenían la opción –a su debido tiempo, según su raza– de tocarlos, olerlos, golpearlos, apuntarles con un arma, marcarlos con pintura de spray e, inclusive, cambiar sus identidades híbridas con maquillaje y disfraces. El resultado fue un despelote de barbaridades que los profesores y los groupies describían como arte.

La poesía sí te entusiasmaba desde que habías leído (con tus conocimientos de español misionero) a Góngora y Vallejo, así que decidiste meterle mano a la pieza profética “Freefalling Toward A Borderless Future”, fechada en el 1985 en Tijuana y en el 2001 en San Francisco: “I see/ I see/ I see a whole generation/ free falling toward a borderless future/ incredible mixtures beyond sci fi:/ cholo-punks, cyber-Mayans, Irish concheros, Benneton Zapatistas,/ Gringofarians, Robo-mohawks, Buttho rappers,/ I see them all/ wandering around/ a continent without a name”.

De pronto, tus dos años de misión en Puerto Rico cobraron nuevos sentidos. Un gringo como tú, perdido en el Caribe predicando la Palabra a los criollos, había visto en vivo y participado de la mogolla que revuelve Gómez-Peña. Comprendiste perfectamente por qué fue aumentando la cantidad de términos en spanglish que iba incluyendo en sus textos con el paso de los años de su exilio y su peregrinación hasta convertirlos en las bombas que acaban de destruir tu mito WASP. Le concediste un break a su tripeo de dislocación y fuiste a la página de Internet de su compañía La Pocha Nostra (www.pochanostra.com) para complementar tus lecturas. Allí te asaltaron más dudas sobre esta “moda radical”.

Por poco despiertas del sobresalto y, para volverte a acomodar en la duermevela, consultas “El Réferi Binacional”, otro poema raro: (Voz de réferi de lucha libre) en esta noche de gala/ palenke del nuevo mundo/ habrán de enfrentarse a muerte/ los monstruos de la historia/ y el lenguaje/ con ustedes/ el Robin Hood Ramírez/ con su puñado de mariachis/ expertos en border-X-tensiones/ en esta esquina/ el Santo/ sultán de Contadora/ en aquélla/ Superman number two/ guarura del Pentágono/ en esta otra la Momia Tarahumara/ alias Raramuri en patines/ & over there/ Sor Godzilla/ vuestra ñora protectora”.

Acto seguido, ganaste la batalla contra el escepticismo al imaginarte mormón en una isla cementosa con tantos sobresaltos culturales. Te dirigiste a un público de creyentes en un español defectuoso, roto por hachazos extranjeros, pero todos te escuchaban loud and clear. Comiste platos con ingredientes insólitos y fuiste expulsado de urbanizaciones con acceso controlado. Sentiste el peso de tu “otredad” devuelta a los escondites leves de la “normalidad” boricua y las arrugas de tu discurso fueron borradas por las brutales planchas de las mayorías. Lo de Gómez-Peña, desde entonces, para ti, dejó de ser relajo.

¿Quién le teme al sincretismo?, te preguntaste entre ronquidos, y la contestación llegó muy rápido. Entonces fue que viste el desfile de puristas y defensores de las manifestaciones habituales tratando de encontrar la salida del laberinto de las identidades y te diste cuenta de que andabas enredado en una trampa. Nunca dejarías de ser mormón pero ya eras nadie-otro en la congregación puertorriqueña. Según Gómez-Peña, a los chicanos les pasa lo mismo, “no sueña[n] con regresar a México. Más bien quiere[n] ser latino[s] de otra manera y fuera de Latinoamérica; quiere[n] ser ciudadanos de una nación flotante”.

Flotas, entonces, en una patria líquida que vas descubriendo más y más mientras terminas de leer el libro y te dan ganas de confesar a los cuatro puntos cardinales que la amada que reposa a tu lado es una abogada loiceña que hace tiempo te invitó, a través del verso, a “Recuperar la ciudadanía a través del arte”. Antes de lanzar el grito cambias de opinión y envías un e-mail a La Pocha Nostra pidiendo que algún representante de ese conjunto de “aliens” que el FBI confunde con terroristas árabes te dé consejos afectuosos. Te contesta un Gómez-Peña arrebatado de pasión por medio de un correo electrónico que está en la antología: “Lloro como una hiena huérfana. Abrazo a una mujer irreconocible. Sus enormes pechos rosados presionan mi corazón extranjero”.

Ahora despiertas en el cruce del lecho bañado en sudor y resulta que, aunque todavía no puedes determinar si estás domiciliado en San Juan o en Utah, lo comprendes todo.

Esta reseña fue publicada originalmente en Diálogo, órgano de la Universidad de Puerto Rico, en el mes de mayo de 2007.

May 6, 2007

Fragmentaria: El nuevo álbum de Annie Leibovitz

Por: Manuel Clavell Carrasquillo en pretextos

annie leibovitz

Escribe Manuel Clavell Carrasquillo

Portada Rolling Stone Lennon

Un reguero de acontecimientos contradictorios condicionó la edición del material fotográfico que luego se convirtió en el libro A Photographer’s Life: 1990-2005, de la artista norteamericana Annie Leibovitz, reconocida en todas partes por dos fotos de portadas impactantes que le dieron la vuelta al mundo: una de la revista Rolling Stone en la que John Lennon besa y abraza (desnudo y en posición fetal) a Yoko Ono (1981) y otra, de la Vanity Fair, en la que aparece Demi Moore sin ropa mostrando de perfil una sortija de diamantes en la mano que le cubre los senos y su inmensa barriga de embarazada (1991).

Estremecida por una extraña mezcla de dolor funerario y alegría maternal, Annie tuvo que encerrarse en su estudio de producción y seleccionar una muestra representativa de los últimos 15 años de su vida para la casa editora Random House. Entre lágrimas y recuerdos, se enfrentó a una pila de negativos reveladores que desplegó sobre su mesa de trabajo. Así, destruida en cuerpo y alma debido al reciente fallecimiento de su amada compañera Susan Sontag y su padre Samuel Leibovitz (ambos murieron en un periodo de seis semanas en el 2005) decidía qué pedazos de su historia profesional y privada valía la pena recuperar. A ese sentimiento de pérdida y nostalgia se le sumaba uno de júbilo por el reciente alumbramiento de sus gemelas Samuelle y Sarah, que nacieron tres semanas después del último deceso.

En el prólogo, confiesa que creyó que sería fácil separar los retratos que había hecho de personalidades famosas de las estampas más íntimas. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que esa supuesta distancia entre el oficio y la familia es una falacia. ¿Qué tienen que ver, entonces, una foto de Jack Nicholson fumándose un cigarrillo mientras juega minigolf, una de Kate Blanchet en un ceñido vestido de circo dorado, otra del presidente Clinton en la Oficina Oval y una serie del cuerpo demacrado de Susan convaleciendo en el hospital mientras le aplican un agresivo tratamiento de cirugías y quimioterapia? “Esta es una sola vida, y las fotos personales, junto con las de los trabajos asignados, son parte de ella”, declara Leibovitz.

Para Susan, según explica en el libro On Photography (1975), la fotografía es “un método de apropiación y transformación de la realidad –en pedazos– que niega la existencia de un objeto que no se merezca ser fotografiado”. Annie, por su parte, alega que su vida ha sido precisamente ese desorden de “pedazos” que incluyen encuentros glamorosos con celebridades del cine, la danza, el teatro, la música, las artes plásticas, deportistas, políticos, escritores y empresarios. A eso se le suman imágenes de paisajes, edificios y landmarks mientras iba de playa con su madre y sus sobrinos, se quedaba a dormir en hoteles de todo tipo, jugaba con sus hijas, desayunaba con su padre y remodelaba sus casas en Nueva York y París. Así es que, para ellas, lo importante no es el valor simbólico que se le asigne al target sino que “la cámara eleva cada fragmento a una posición privilegiada” acabando, a su vez, con la presunción de que la belleza reside sólo en los objetos extraordinarios y proponiendo que se ve también en lo banal y lo azaroso.

De esta forma, la mirada seductora de Cindy Crawford mientras posa desnuda en un jardín con una serpiente en el cuello choca con la del doctor Sanja Basorovic en el hospital de Sarajevo al atender a un hombre ensangrentado en plena guerra de los Balcanes. Además, los músculos de Sylvester Stallone contrastan con un atardecer anaranjado en el Nilo, y las ojeras del escritor William S. Burroughs, de pronto, se conectan con las canas del afro de Nelson Mandela. La experiencia estética de pasar las páginas de este coffe-table book de gran formato se convierte en un repaso de los protagonistas de la historia más reciente y en un simulacro de que es posible acercarse a ellos porque los hemos visto tan de cerca que “bien los conocemos”. Por unos instantes, las estrellas bajan del cielo para que Annie les tome una foto pero, al mismo tiempo, la imagen –reproducida millones de veces, ya famosa– los vuelve a alejar de nosotros llevándoselos de regreso a su lejano firmamento.

Aunque Annie dice que no se considera fotoperiodista, porque supuestamente no puede ser neutral, debido a que siempre tiene un punto de vista, documenta con rigor las “noticias” de las diversas caras del “éxito” y eso es lo que quiso poner en una balanza junto con las del “fracaso”, que son las fotos “personales”. De ahí que no necesariamente se pueda comparar la sensación de fragilidad que emana de la foto de Bill Gates en la oficina de su casa frente a la computadora como un geek cualquiera o la de Quentin Tarantino simplemente guiando un Cadillac descapotable por una calle californiana con las de los partos de Annie y las del desarrollo de sus hijas o las de los entierros de sus seres queridos. Las primeras son instantes congelados cuyos ambientes fueron creados por la artista y las segundas pertenecen a una larga secuencia de sucesos personales que se pueden apreciar a través de todo el libro.

¿Qué información relevante provee una foto de Martina Navratilova en traje de baño empujando una rueda mecánica enorme o una de Leonardo DiCaprio vestido de negro en medio de un pastizal agarrando un cisne blanco que le cae por el cuello? Los sujetos son expulsados de los contextos tradicionales en los que se desempeñan y posan en situaciones paralelas que elevan metafóricamente sus identidades, proyectos artísticos y estilos de vida. Hay que recordar que la mayoría fueron utilizadas para ilustrar artículos periodísticos y que, en ese sentido, las palabras complementaban las escenas y viceversa. No obstante, en el libro, cada una refulge como una pieza individual de arte. La colección es una galería que sirve como un mapa del ambiente cultural de la época que nos permite observar con detenimiento los detalles que la fluidez de otros medios nos hacen pasar por alto.

La foto del “Ground Cero”, o el profundo hoyo humeante que quedó después de la destrucción del World Trade Center, resulta imprescindible si se quiere comprender a cabalidad la magnitud de ese desastre. Paradójicamente, lo mismo ocurre con la del cadáver de Susan arreglado para el velatorio. El descaro de enfocar los restos mortales de ambos ídolos caídos resume el “punto de vista” de Leibovitz. Para ella, quizás, de lo que se trata es de exponer lo que llama la “pequeñez de la vida individual” frente a todas las aspiraciones de grandeza. Susan divide en dos la curiosidad fotográfica y expone que existen fotógrafos “moralistas” y “científicos”. Pensaba que los “científicos” son los que se encargan de hacer un inventario del mundo mientras que los “moralistas” se enfocan en “los casos más difíciles”. Sin lugar a dudas, Annie elude el análisis binario de su compañera y este libro reafirma que, para ella, todo es importante.

-m.c.c.

Esta reseña fue publicada en la edición de abril-mayo de 2007 del periódico Diálogo de la Universidad de Puerto Rico.

March 27, 2007

Amores que no caben en el Código Civil

Por: Manuel Clavell Carrasquillo en pretextos

lemebel2Escribe Manuel Clavell Carrasquillo

El indecoroso escritor chileno, marxista y homosexual, Pedro Lemebel, sale a la calle regio y en tacones para saciar la lujuria de la noche. Tropieza con los “bajos fondos” y allí se enamora perdidamente de hombres más jóvenes que él. Casi siempre los recoge sucios en las esquinas, hambrientos y necesitados de pesos para comprarse un nuevo par de tenis Puma o un CD de hip-hop. Los lleva a su casa en el “gay town” de Santiago, beben y fuman marihuana hasta reventar y, al final de la juerga, paga por sus servicios de compañía con techo, calor y comida.

Esas sesiones impúdicas y otros viajes eróticos e intelectuales de Lemebel por las geografías que no aparecen en las guías turísticas, quedan evidenciadas en su nuevo libro Adiós mariquita linda, que contiene 30 crónicas que se publicaron sin censura y sin remilgos de “buen gusto” en “The Clinic”. Allí se despide de la concepción burguesa de lo que debe ser un homosexual recatado. Lemebel deja atrás las marionetas “chic” de las señoronas docilidad y continencia que atentan contra el “loco afán” que impulsa a la exageración “boquisucia” y los aspavientos too much del gran varón estimulado por el éxtasis femenino.

El cronista reproduce el habla callejera de su ciudad y otras áreas lejanas del país sin temor de incurrir en neologismos y avivar la jerga impía de buscones, obreros, prostitutos, drogadictos, políticos secundarios de derecha y de izquierda, rateros y funcionarios culturales patéticos. Lemebel escribe sobre lo que ha dicho a boca de jarro y lo que le han dicho a él en contextos embarazosos, caracterizados por borracheras, encontronazos violentos con la autoridad y la negación de los preceptos morales que dictan la fama, las letras y las artes.

Además del vocabulario arrabalero, que en sus “crónicas de sidario” de los años noventa sirvieron de único mapa de la comunidad “ve y hache positiva” de Santiago ante la desidia gubernamental hacia lo que todavía se estigmatiza como lacra, Lemebel retrata modas y da opiniones, reflexiona y nombra, pone en circulación ideas sobre temas que otros académicos “correctos” prefieren no considerar. Nótese cómo elabora su teoría sobre el rap chileno: “La onda hiphopera prendió en la pendejada nacional hace un tiempo, a medida que la película musicada del chicanismo de color joven llegó en el ahora retro video clip. Y se vio reproducida acá, cuando los púberes chilensis se sintieron identificados por el descuido vestimentario y esa arrogancia de ser, ese descaro vital que ostenta la pendejada negra y anarca del yanquiparadise”.

Sin bordes entre su pose autobiográfica intimista y su función de intelectual mediático bien cotizado en toda Latinoamérica, ha asumido su oficio como el manipulador del “filo de una navaja que separa al talento de la vulgaridad”, señala el periódico El Mercurio. Para él, no existen desfases entre oponerse a la dictadura fascia militando en organizaciones clandestinas, travestirse y maquillarse para dar una conferencia en la universidad, publicar crónicas sobre indagaciones indigenistas, fumar cannabis y beber pisco sour hasta el delirio, hacer teatro pobre, performance y cine al aire libre o pintar. “Por eso escribo de mi pueblo con este desenfado, porque conozco y bebo gota a gota la emoción pelleja de su sexo roto”, explica Lemebel.

Lejos de su teclado han quedado la condescendencia con los escrúpulos de los lectores, la conmiseración de los pecados propios o ajenos y la urgencia de “edificar” la recta vía. Las relaciones de los amantes se detallan melodramáticas e imposibles según los libretos de Televisa o Univisión. Pero, el despecho y las traiciones, los discursos empalagosos y las promesas imposibles de cumplir ceden ante el terrible encanto del goce, inevitablemente cercado por las barricadas del látex, la edad y la posición social. Lemebel se confiesa cero positivo, ultrasensible y al mismo tiempo cruel. A un amante “furtivo” le regala una carta de amor: “Y en ese vértigo te escribo, en ese vértigo imagino tus ojos recorriéndome en la escritura. Y, tal vez, ese momento, donde la lectura y letra, ojo y corazón, voz y silencio, agua y aire, recuperen el horizonte impreciso de aquella tarde porteña, frente al gran anfiteatro de Valparaíso, donde tuve un sueño de embriagado trapecista, sin red… porque tú eras el mar”.

Las crónicas también se encargan de documentar huidas de la “loca perdida” por los polos paupérrimos del norte y el sur de la capital más escapadas de las tiranías pinochetista y mainstream hacia Bolivia, Perú, Argentina y La Habana. En cada puerto deja un amor y un rastro de ilusiones tronchadas porque su excéntrico comportamiento levanta sospechas en las consciencias de sus supuestos fanáticos literarios. Entre encuentro y compromiso pone a sus interlocutores “en su sitio”, denunciando las prisiones cubanas para sidosos que el régimen disimula detrás de una fachada terapéutica, enfrentando la pose bisexual de un “personality” como Miguel Bosé, criticando el aburguesamiento de su barrio y burlándose de la muerte que tiene atravesada en su destino.

En Latinoamérica hay una resistencia visceral a los patrones de conducta estilizados de los guetos homosexuales desde los que se lanza una campaña política y comercial para reivindicar los derechos de los sujetos queer que deciden asentarse. Sin embargo, Lemebel no escribe sobre los ciudadanos a los que les aplican las disposiciones sobre los asuntos domésticos de los códigos civiles de la región: hombres y mujeres que han construido lazos de vida juntos y que luchan para que el Estado los asegure. El escritor revuelca el conglomerado de “mariquitas lindas” para que sus exclusiones y discrímenes queden tan al descubierto como las perpetradas por los homofóbicos. En ese sentido, el terremoto Lemebel derrumba todas las certezas de las calles bonitas en las que se asientan los edificios de ambos bandos de la frontera de las identidades gay y deja al descubierto sus ruinas.

Antipático e inflamatorio, este libro molestará a los conservadores de todo tipo, incluyendo a los más liberales. Homos y heteros levantarán objeciones, habrá advertencias contra el libertinaje. También, reproches contra la apología travesti y el atrevimiento de este intelectual tan bravo. No habrá, sin embargo, excusas para seguir en el debate sobre la ciudad y el género como hasta ahora: con tanta hipocresía al momento de decirles adiós a las cerraduras del amor.

Esta reseña se publicó en la edición de abril 2007 del periódico Diálogo, órgano de la Universidad de Puerto Rico.

March 4, 2007

La ciudad maldita y su mugre literaria

Por: Manuel Clavell Carrasquillo en pretextos

poet terroristsEscribe Manuel Clavell Carrasquillo

Es posible que no exista mayor atractivo para los lectores de literatura urbana que los textos sobre barrios malditos llenos de mugre, dejados de la mano de Dios y de los gobiernos, perdidos en medio de la “prosperidad” burguesa, prácticamente abandonados y a duras penas habitados por jóvenes rebeldes, artistas, bandidos, locos, prostitutas, homosexuales y yonquis.

Sectores de Berlín en los años 20, París en el 68, Barcelona en los 80, Río en los 90 y hoy Los Ángeles, entre otros, han competido con los de Nueva York por el codiciado puesto de la “más auténtica” zona franca del pecado.

El libro Up Is Up But So Is Down: New York’s Downtown Literary Scene, 1974-1992, lanzado a finales del año pasado por Brandon Stosuy para NYU Press, recopila los escritos más importantes de los bajos fondos de Manhattan delimitados entre los laberintos del Lower East Side, SOHO y el Greenwich Village. La escena literaria del “Downtown” es muy atractiva debido a que su producción estuvo estrechamente vinculada con la de la música punk y new wave, el graffiti, el performance y las artes gráficas más low tech de las computadorizadas.

Los escritores del área, aún organizados alrededor de la vieja Iglesia de San Marcos transformada en centro comunal, creaban en pequeña escala; intentando descartar la cursilería y la corrección política, incorporando elementos sórdidos de la experiencia de las calles y simulando su decadencia, documentándola, exaltándola o simplemente recordándola con nostalgia.

A diferencia de historiadores, sociólogos y planificadores urbanos, los literatos se presentan relajados en cuanto a la presión del rigor de la investigación “científica” y la urgencia de someter soluciones “concretas” a los conflictos de la urbe. A través de los textos, dejan huellas del goce y el sufrimiento de la vida en los márgenes, experimentan con el sinsentido y reinventan el mapa del imaginario social de su barrio y sus complejas subjetividades.

Por eso no es extraño que sus personajes pasen los días drogados y desempleados, inclusive mal alimentados, en una carrera por la sobrevivencia en medio de contextos tan terribles como la Guerra Fría, la epidemia del sida, el aumento desmedido de las rentas de alquiler, la liberación sexual y los conflictos raciales, mientras se unen por momentos en esfuerzos políticos y artísticos radicales y utópicos que no por ello excluyen el pesimismo y la apatía.

Los textos de la segunda mitad de los años 70 reflejan ambiciones de protestas rompeformas, al tiempo que exhiben sentimientos de impotencia y abandono, canalizadas a través de la unión espontánea entre el conjunto de los antros como el recientemente clausurado CBGB, la poesía y el performance. La fuerza de sus mensajes gravitaba en torno a la mezcla del potencial de “la voz, los aparatos electrónicos, el filme y los instrumentos musicales” y los movía la intención de fabricar un “lenguaje en tiempo real”, que relegara las limitaciones del papel a un segundo plano.

Se sabe que todas las ciudades malditas etiquetadas con la marca registrada del underground son porosas y atraviesan por periodos de aburguesamiento. Desde el inicio de la década de los 80, la escena literaria del sur de la Babel de Hierro se enfrasca en una cruenta discusión sobre la “pureza” y la necesidad del “regreso a los orígenes”. Este debate llega a su punto culminante con un artículo de Craig Owen en el que opina que la bohemia y el pluralismo del “Downtown” no son más que un espejismo.

Para él, “la apropiación de las formas por las cuales las subculturas resisten la asimilación es parte de (en vez de un antídoto a) la nivelación de las verdaderas diferencias sexuales, regionales o culturales. También es su reemplazo por los significantes genéricos que existen para el concepto diferencia con la artificialidad y la producción de masas típica de la industria cultural”.

En este sentido, los textos de la década del 80 idealizan la figura del vagabundo y fomentan la estética de la pobreza a conveniencia de los artistas necesitados del aura del glamour bohemio para justificar su inserción en el intercambio de valores tradicionales y los de la llamada “resistencia” que ocurría en el barrio.

Ello devela la distancia de los escritores y su entorno, haciendo evidente el poder desestabilizador de sus artificios literarios. Poemas como Zooin’ In Alphabet Town (1982), de Bob Holman, dan cuenta de la metamorfosis: “Down here Esquire photoed some bums/ Then polished them/ Before & After/ Now they’re rich Hollywood stars/ With agents/ Now they’re back on the Bowery/ Wined”.

El libro recopila más de 125 imágenes y más de 80 textos entre los que sobresalen los de los nuyorricans Miguel Piñero, Pedro Pietri y los publicados en revistas retro como Benzene, Saw, Bomb y Between C and D, que son dos de las calles más importantes del territorio, pero que también aluden a la frase “coke and dope”, las drogas favoritas del momento. Los textos de la década de los 90 integran la simulación de los efectos devastadores del crack en un viaje de revival de los “viejos buenos tiempos” del barrio ya plenamente aburguesado y convertido en tourist trap.

El editor comenta que “a medida que los escritores se movían de editoriales menores a las redes enmarañadas de las que estaban en las grandes ligas, el espíritu de ‘hágalo-usted-mismo’ se evaporó y se pasó la antorcha. Sin dramatismos, la gente aceptó puestos académicos. Algunos tuvieron hijos y dejaron la ciudad. Al principio de los 90, los escritores se impulsaban hacia diversas direcciones, a menudo brincando hacia cuarteles separados para afrontar la próxima fase de sus carreras”.

A pesar del éxodo de la ciudad maligna y sus refutaciones, la literatura sigue siendo el refugio de los inconformes, aunque vistan de Banana Republic, y hoy la escena literaria del “Downtown” ha cambiado, no hay duda, pero continúa vibrante. Ron Kolm, en el poema Divine Comedy (1991), especula sobre el futuro de la tribu de los apestados. Ubica a dos amantes en una caminata hacia la isla de Randall y su hospital psiquiátrico a través del puente de Triboro que cruza el Río del Este.

La última estrofa del poema es reveladora y concluyente: “We’re almost swept away/ By a wave of humanity/ Swarming from Manhattan/ Onto Randall’s Island/ –A never ending procession/ Of shopping bag ladies/ Sneaker kids, junkies/ And soda can collectors–/ And we the only two leaving/ Tired and relieved/ And even perhaps vaguely/ In love with each other”. Quizás ésta sea la única manera posible de entrar y salir con vida de una ciudad perversa y explotar su mugre literaria: vagamente enamorados de su oscuridad seductora sólo para después hacer todo lo posible por alumbrarla.

Esta reseña se publicó en la edición de marzo de 2007 en el periódico Diálogo, órgano de la Universidad de Puerto Rico. Foto de Velma’s World. Creative Commons.

January 27, 2007

La última voluntad de Roberto Bolaño

Por: Manuel Clavell Carrasquillo en pretextos

bolano bigEscribe Manuel Clavell Carrasquillo

Roberto Bolaño (1953-2003) fumó hasta la muerte pero, antes de quedarse sin aire, le entregó su última novela, 2666, a su editor Jorge Herralde; encargado en Barcelona de la empresa Anagrama. Se trata de un testamento literario duro y monumental (mil páginas) en el que el chileno desarrolla cientos de historias enlazadas por varios misterios y múltiples desgracias, que comienza con la de un reguero erótico entre profesores europeos expertos en literatura alemana y termina con el recuento detectivesco y detallado de más de doscientos asesinatos espeluznantes de mujeres en la ciudad de Santa Teresa (“trasunto” de la verdadera Ciudad Juárez), en la frontera entre México y Estados Unidos.

El autor está interesado en describir los más mínimos incidentes de las vidas de sus personajes, mundos enormes hechos de personalidades complejas dentro de otros mundos inmensos que incluyen planicies desérticas imaginadas a través de pesadillas, cárceles con sus presos y manicomios esterilizados con sus terapias para los locos. Además, esos mundos inconmensurables tienen que ver con los basureros municipales y clandestinos, los cementerios y las universidades de Mondragón, en el País Vasco, Madrid, Boloña, Londres, Nueva York, Barcelona, el Distrito Federal y California.

La comunicación ocurre en persona y, sobre todo, por medio de llamadas telefónicas e emails, vehículos de las palabras que los unen y los espantan en cada conversación inútil y los atraen hacia el oscuro centro de los márgenes de las fábricas maquiladoras de la ciudad de Santa Teresa, donde trabajan las mujeres que van a desaparecer, primero, y luego a ser examinadas por los forenses en la morgue.

Hay intelectuales en busca de teorías para llevar a un autor sin rostro que desertó del ejército nazi a la candidatura del Nobel, más policías analfabetos en medio del camino de narcotraficantes poderosos y las redes corruptas de las autoridades.

Hay periodistas en busca de la “verdad” y amantes confundidos observando el vaivénciudad juarez de los colores espectaculares de los amaneceres y los atardeceres mientras beben para olvidar y se cuentan chistes. Hay frases que terminan en punzadas cínicas que señalan la ineficacia de la vida pero que comienzan llenas de optimismo, como si la gente inventada por Bolaño flotara en una sustancia hecha de mentiras solapadas y arregladas para las escenas de amor y la esperanza cotidianas pero que, al final, son incapaces de hallar la salida de sus respectivos laberintos.

Una psiquiatra unida a un funcionario judicial, un preso experto en computadoras vinculado a una abogada, un catedrático francés obsesionado con una artesana india, un poeta internado haciendo de las suyas a pesar de haber sido separado de la comuna que lo aplaudía, una vidente rural adoptada por un presentador de televisión, un negro de Brooklyn que participó en las revueltas de los Panteras Negras y una congresista del Partido Revolucionario Institucional que lucha por preservar su estatus aristócrata en un manto izquierdoso narran sus tropiezos con los libros, la música, el prójimo, sus destinos y el horror de ser partícipes “pasivos” en un esquema de trampas y traiciones que no parecen tener conclusión lógica.

Alguien en el texto argumenta que los lectores casi siempre prefieren libros consagrados, apuestas seguras a la creación literaria requeteprobada y, gracias a la perfección, decididamente cómodos para matar el tiempo con actividades edificantes. Extiende la reflexión, y piensa que sólo algunos se deciden por los libros gordos, “imperfectos, torrenciales” y problemáticos, como este de Bolaño, quizás porque es más fácil no querer enfrentarse a la incertidumbre de lo desconocido.

Lo desconocido, aquí, precisamente, es el experimento con el puro riesgo de las descripciones crudas de instintos crueles y reflejos lujuriosos llenos de sangre mezclada con tequila y semen en medio de acantilados y farallones plenos de minerales preciosos, semipreciosos y enormes rocas prehistóricas. El absurdo de cada capricho y cada paso de un playboy que vive entre burdeles, niñas escolares que pronto morirán después del ultraje, deponentes, guardaespaldas, investigadores, meseras, boxeadores y migrantes sale a la superficie y no se explica, simplemente ocurre y sigue siendo absurdo hasta el final.

juarez protestaLa filosofía occidental, la historia del arte, el derecho aplicado a la criminología, la literatura comparada y la política –junto a los rumores, las conclusiones y las suposiciones aparentemente pedestres– parecen ser consuelo y entretenimiento. Se intenta enarbolar preguntas y respuestas sobre la estética de dos hombres pegándose en un ring hasta que uno caiga, un libro de geometría a la intemperie (enganchado en un tenderete según los postulados de la instalación contemporánea dictados por Marcel Duchamp) y el acto desesperado de un pintor al cortarse un brazo para colocarlo en medio de la sala de exposiciones de sus cuadros.

A pesar de los sonidos polifónicos, Bolaño no se siente; todo el alboroto sale de las bocas de los personajes. No conocemos su opinión ni sus prejuicios, sólo tenemos los chorros profusos de su ficción y acercamientos torrenciales a las consciencias de sus criaturas, abiertas hasta la profundidad de sus pasados y abiertas también hacia la extensión desértica de sus futuros.

En los bares, en los restaurantes y en los hoteles, los lugares de tránsito, se comentan los asesinatos en serie ocurridos entre 1993 y 1998, coartadas, tesis que tienen que ver con estas ideas “o estas sensaciones o estos desvaríos que, por una parte, tenían su lado satisfactorio. Convertía el dolor de los otros en la memoria de uno. Convertía el dolor, que es largo y natural y que siempre vence, en memoria particular, que es humana y breve y que siempre se escabulle. Convertía un relato bárbaro de injusticias y abusos, un ulular incoherente sin principio ni fin, en una historia bien estructurada en donde siempre cabía la posibilidad de suicidarse. Convertía la fuga en libertad, incluso si la libertad sólo servía para seguir huyendo. Convertía el caos en orden, aunque fuera al precio de lo que comúnmente se conocía como cordura”. Tremendo autoanálisis narrativo de la tarea del escritor, pero aún insuficiente para abarcar las razones del texto, desde la cifra inescrutable del título hasta el último punto que lo cierra.

Un íntimo amigo del autor, Rodrigo Fresán, que aparece en la novela situado en unasesinato en la maquiladora parque de Londres junto a una estatua de Peter Pan mientras piensa en el título de su obra Jardines de Kensington, escribió en el diario Página 12 que: “En 2666, la prosa de Bolaño cautiva más que en ninguno de sus otros libros porque de lo que aquí se trata es de conseguir una suerte de summa artística, de todo armónico y al mismo tiempo disfuncional donde –por medio de epifanías de larga distancia suspendidas en el espacio o abruptas aceleraciones en el tempo enmarcadas en el formato de novela abierta, de novela exterior e interior al mismo tiempo–, lo que se persigue y se alcanza no es otra cosa que una teoría del mundo, de todo el mundo”.

Añadiría que Bolaño andaba tras la teoría del mundo, sí, pero más bien la que se refiere a los abismales mundos infinitos dentro del mundo; las sombras de aquel todo imposible de abarcar tal y como se manifiesta azul y resplandeciente desde la imagen de un satélite espacial en órbita. Tal vez, por ello, al terminar 2666 uno queda sumido en un estado de tristeza, como si también fuera o quisiera ser por un instante un sonámbulo en busca del humo que finalmente lo venció justo después de escribir esta portentosa novela póstuma.

Esta reseña se publicó en el número enero-febrero 2007 de “Diálogo”, periódico de la Universidad de Puerto Rico.

January 20, 2007

Hillary for President

Por: Manuel Clavell Carrasquillo en pretextos, utopía

Hillary

She’s IN!

Una visita a Hillaryland

Por Manuel Clavell Carrasquillo

LIVING HISTORY
Hillary Rodham Clinton
New York, Simon & Shuster (2003) 562 pp.

La primera decisión administrativa que tomó Hillary Rodham Clinton al llegar a la Casa Blanca como primera dama de los Estados Unidos destronó para siempre la idea de que esta brillante abogada, oriunda de la ciudad de Chicago, asumiría un rol decorativo en la administración gubernamental de su marido, el ex presidente William Jefferson Clinton.

En su más reciente libro, la autobiografía “Living History”, esta mujer nacida en un hogar republicano, pero que a raíz de su oposición a la guerra de Vietnam salta a las filas del Partido Demócrata, cuenta cómo al llegar a la mansión ejecutiva de la nación más poderosa del mundo impartió órdenes directas para que su escritorio fuera trasladado de inmediato del ala oriental del edificio –reservado a las primeras damas– al pabellón occidental, sede exclusiva del Presidente.

Así, a través de una directriz que puede ser interpretada como un simple capricho de reestructuración espacial típico de cualquier ama de casa, Rodham Clinton delimitó las fronteras de “Hillaryland”, un territorio exclusivamente femenino que, bajo su ingenioso régimen, transformó para siempre el imaginario político estadounidense.

Desde ese centro de mando paralelo a la mítica Oficina Oval, donde laboraban al menos una treintena de mujeres que fueron visitadas por miles de constituyentes de todas las edades, especialmente niños en busca de golosinas, Rodham Clinton lideró la abortada reforma gubernamental encaminada a establecer un seguro de salud universal para todos los ciudadanos de la potencia norteamericana.

Además, en “Hillaryland” se cuajaron opiniones enérgicas en cuanto a todos los renglones de la política pública impuesta por los Clinton sobre la presencia de los homosexuales en las Fuerzas Armadas, la reforma del sistema de bienestar social, la gestación del primer presupuesto balanceado en décadas y otras materias que se pensaban afines al dominio de los hombres como la seguridad, el empleo, la educación y las relaciones internacionales.

De esta manera, la otrora directora de la clínica penal de la Facultad de Derecho de la Universidad de Arkansas y reconocida litigante corporativa del bufete Rose, con sede en ese mismo estado, logró consolidar por tiempo limitado, a pesar de la feroz oposición de todo el espectro político de su patria, un proyecto liberal con destellos feministas que, según narra, fue forjando desde sus años como militante electoral en la Ciudad de los Vientos y, más tarde, como estudiante en el Wellesley College de Boston y la Universidad de Yale, en cuya escuela jurídica conoció a su consorte Bill.

En este sentido, “Living History” cumple una doble función. Por un lado, el texto sirve como un mapa de “Hillaryland”, donde se registran las batallas de la autora contra las huestes conservadoras de Washington D.C., al tiempo que se describe con lujo de detalles el funcionamiento del complejo sistema político estadounidense. Por otro, como una intensa confesión que pretende dar cuenta de los aciertos, los errores y las obsesiones de su protagonista; una servidora pública acechada en cada momento por el costo político de la libre expresión de sus ideas a través de una voz propia, irónica, fuerte y contundente.

Los más recientes estudios literarios sobre la autobiografía, influenciados por la teoría deconstructivista del francés Jacques Derrida, quien recientemente ofreciera una conferencia magistral en Puerto Rico sobre el futuro de las humanidades, apuntan a que “la verdad esencial de la confesión no tiene nada que ver con la verdad, sino que consiste en un perdón solicitado, una solicitud, más bien, exigida en la religión y en la literatura”.

De ahí que sea posible leer el libro de Rodham Clinton como un acto confesional, sobre todo luego de comprender que esta prominente mujer, criada en la doctrina Metodista y que actualmente representa a millones de puertorriqueños del estado de Nueva York en el Senado de los Estados Unidos, tiene mucho que decir sobre el periodo de declive que reorientó su discurso político, a todas luces radical, hacia uno propio del centrismo moderado.

Al comenzar la segunda parte del libro, el texto se llena de explicaciones sobre dicha transformación, que delatan la necesidad urgente que sintió la autora de decirle al pueblo a través de la palabra escrita qué fue lo que falló. Entonces, como metáfora unificadora, resurge el concepto del hogar ya no como el espacio donde la mujer puede decidir dónde ubicar su escritorio, sino desde la perspectiva más anónima del rol que la esposa tradicional, quien a su vez es madre, debe asumir ante la adversidad.

Luego de la derrota del Partido Demócrata en las elecciones de medio término, Rodham Clinton cita a una cumbre de sus asesoras en “Hillaryland”, donde confiesa que: “Una Primera Dama ocupa una posición vicaria; su poder es derivado, no independiente, del propio del Presidente. Esto, en parte, explica mi torpe desempeño del rol de Primera Dama. Mary Catherine y Jean (dos de sus colaboradoras más cercanas) me han ayudado a entender mejor que mi rol como Primera Dama es profundamente simbólico”.

Una vez decidido este cambio de piel, Rodham Clinton parte en extensas giras hacia países africanos, el suroeste asiático, Latinoamérica y Europa oriental. El relato pasa a ser entonces una crónica de viaje insustancial, llena de pasajes que no le dicen nada nuevo al lector habitual de las secciones internacionales de los diarios, donde se resalta el símbolo de la esposa del político que visita escuelas, hospitales e instituciones de caridad.

Este modelo de la Primera Dama como encarnación del proyecto de la beneficencia hace crisis en el último año de la presidencia de Clinton, cuando éste enfrentó un juicio político ante el Congreso por haber mentido sobre su participación en varios negocios turbios y la naturaleza de su relación extramarital con la interna Monica Lewinsky. Rodham Clinton, hasta ese momento benefactora de causas sociales como la del sida, el cáncer de mama, las madres solteras, los niños y las mujeres maltratadas, narra cómo ella se convirtió en objeto de la asistencia espiritual que le suplieron el Dalai Lama y Nelson Mandela para que pudiera afrontar el engaño de su marido.

Una vez concluida la terapia, ya repuesta del infierno interior que la consumía, dice que sale en defensa del causante de sus agravios, ataviada con un vestido de terciopelo Oscar de la Renta, en los siguientes términos: “A pesar de que estaba descorazonada y decepcionada con Bill, las largas horas que pasé sola me hicieron admitir que lo amaba. No había decidido si lucharía por mi marido y mi matrimonio, pero había determinado luchar por mi Presidente”.

Estas palabras sellan el cierre de la íntima confesión de Hillary, que culmina a manera de melodrama televisivo al colocarle un final feliz a esta borrascosa “historia viva”. Muy lejos de aquel sueño político que bautizó en el momento cumbre de su carrera como “Hillaryland”, la astuta política, quien ha sido calificada como la “hermana de Maquiavelo” por el crítico literario latinoamericano Julio Ortega, hoy se reinventa victoriosa desde el escaño senatorial que ocupará por los próximos años.

Esta reseña fue publicada originalmente en el periódico El Nuevo Día en el año 2003.

December 6, 2006

Cada cual en su propio paraíso

Por: Manuel Clavell Carrasquillo en pretextos

cccp jogger make out 442Escribe Manuel Clavell Carrasquillo

Desaparecida la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), y consolidado el Nuevo Orden Mundial o el neoliberalismo globalizado que proclamó el primer presidente Bush de los Estados Unidos, habría que preguntarse cómo se manifiesta hoy la preocupación sobre aquel binomio simbólico que dividió el mundo en dos amplios campos irreconciliables durante todo el siglo XX. De un lado, los llamados “egoístas” (defensores de la libre empresa junto con el capital) y, de otro, los supuestos “colectivistas” (propulsores del régimen económico socialista y la dictadura del proletariado), afianzaron sus respectivas posiciones hasta provocar el subestimado “daño colateral” que al menos reveló que sus roles en ese peligroso juego de ajedrez internacional eran perfectamente intercambiables y confundibles, ya que sus únicos principios rectores fueron la falsedad y la corrupción.

El escritor mexicano Jorge Volpi (n. 1968), acaba de publicar la última parte de una trilogía de novelas dedicadas a la revisión de la historia de este conflicto terrible y llega a una conclusión que coincide con el título de la obra: así las cosas, “No será la Tierra”. El primer volumen, “En busca de Klingsor”, que obtuvo el prestigioso Premio Biblioteca Breve de la Editorial Seix Barral en 1999, ha sido traducido a más de 20 idiomas y trata sobre las conspiraciones entre el poder totalitario y las ciencias para diseminar la oscuridad. Por eso, comienza con la frase “Basta de luz”. El segundo, “El fin de la locura”, llegó a las librerías en el 2004 y muestra con cinismo –y a manera de psicoanálisis– el fracaso de la ruidosa alternativa revolucionaria a dichas sombras. Por eso, se inaugura con la frase “Basta de ruido”.

Sin embrago, no es necesario leer los tomos que preceden a “No será la Tierra” como si fuese requisito sine qua non para adentrarse en la “ficción social” de Volpi porque, aunque definitivamente están conectados por magníficos hilos, la grandeza de este escritor licenciado primero en Derecho por la UNAM y luego en Letras por Salamanca se demuestra en que sus mamotretos funcionan como unidades independientes. De hecho, inclusive sus textos “menores” (“La imaginación y el poder”, “Una historia intelectual de 1968” y “La guerra y las palabras: Una historia del alzamiento zapatista”, entre otros), sobre los que ha dicho que surgen entre sus dedos como “divertimentos” ligeros y breves entre los libros gordos y fuertes (igual que los del norteamericano Graham Green), constituyen piezas clave para el desarrollo de su proyecto creativo; siempre interesado en denunciar los renglones más torcidos de las relaciones humanas.

El nuevo “bestseller” comienza con un “Basta de podredumbre”, pronunciadosoviet segundos antes de que se cometiera el “error” que desembocó en el desastre nuclear de Chernobil en 1986, y culmina con la revelación de un rastro de sangre producto de otro “accidente” fatal no relacionado con el virus de computadoras Y2K la noche del 31 de diciembre de 2000. Esta obsesión de marcar los acontecimientos como si se tratara de la recopilación del Almanaque Mundial queda complementada por un esbozo muy preciso y muy imaginativo de las características de los personajes. De esta forma, los “hechos” y las “subjetividades” que los viven quedan aunados en una fórmula infalible que se traduce en ventas millonarias: Volpi dictamina a través de un lenguaje en exceso simple y plano que la receta de la ruina apocalíptica de la humanidad, tal y como se presenta el tablero de fin de siglo, ha sido “una gota de descuido, otra improvisación y una pizca de soberbia”, mezcladas por hombres poderosos sometidos a la opinión pública y mujeres no tan poderosas ocultas tras bastidores.

En esta ocasión, sin embargo, las mujeres son presentadas en primera fila. Las tragedias de Irina (bióloga soviética, esposa abnegada), Éva (húngara nómada experta en cibernética, ninfómana) y Jennifer (fría economista norteamericana del Fondo Monetario Internacional, madre frustrada) conforman un triángulo equilátero cuyas puntas van a tocar momentos impresionantes como la muerte de Stalin, las prisiones de presos políticos en Siberia, el secreto derrame de Ántrax en la URSS, la primera guerra de Afganistán, el escalamiento de las tensiones nucleares durante el proyecto Star Wars, el secuestro de Gorbachov, la caída del Muro de Berlín, las privatizaciones rusas de Boris Yeltsin, el despegue de la nave espacial Challenger, el hundimiento del Rainbow Warrior de Greenpeace en el Pacífico, las protestas antiglobalización en Seattle, la subida de las acciones de la industria de la biotecnología, y, sobre todo, el desciframiento del genoma humano.

El narrador es un periodista ruso con complejo detectivesco que ha sido encarcelado y, curiosamente, sus memorias se titulan igual que la novela. Además, una poeta rusa adolescente que hace la primera fila soportando bajas temperaturas para comprar un Big Mac en la Plaza Roja moscovita, escribe un cuaderno de líricas rockeras tan melancólicas como desgarradoras que también se llama “No será la Tierra”. Los dos tienen la tarea de llevar a las palabras la descomposición de la entrañas de los monstruos que los consumen: si bien Yuri narra conexiones “tangibles” (desembocarán en los tribunales) entre escándalos financieros en Wall Street con la economía política instaurada por los nuevos rusos del postcomunismo e intrigas de todo tipo que viajan de Nueva York a Bakú, Kinshasa, Pensilvania, Alemania Occidental, los países Bálticos y Nueva Zelanda, Oksana escribe poemas que traducen la experiencia “espiritual” (se grabará en las almas) de la putrefacción rampante. No Volpi, sino un asesino y una suicida tienen a su cargo este visceral recuento.

sov1Se descubre el origen oculto de las bases “únicas” de las particularidades humanas con el destape del genoma (¿estaremos mal programados con el germen del mal desde el inicio? ¿Podremos desactivarlo?) y, al mismo tiempo, se desvanecen en el aire las utopías de organización social del siglo señalando la incertidumbre del futuro. El capitalismo y su entropía intrínseca pronuncian el caos de la desigualdad radical y el socialismo real conlleva el caos de la uniformidad imposible. Quedan selladas, entonces, las tres máximas intelectuales de la denuncia de Volpi en la trilogía: no hay más que “oscuridad”, “ruido” y “podredumbre” y éste es el nefasto balance de nuestra búsqueda constante. Las intentonas golpistas han surgido desde cada cual atrincherado en su propio paraíso, pero con el pequeño detalle de que hemos tenido la ilusión de que todos los demás lo asuman. La amenaza suprema de este deseo, aparentemente universal, es la ambición de preservarlo a toda costa –y por los medios que sean necesarios– de la contaminación de los otros activando los escudos de la ceguera (Irina), el despotismo (Jennifer) y el desenfreno (Éva). Volpi no hace más que forzar que nos estrellemos contra nuestro propio fiasco.

El autor, que alcanzó la fama mundial a los 30 años luego del prodigio editorial de Klingsor, da explicaciones a los que nos quejamos de su estrechez a la hora de experimentar con el lenguaje. Si bien es cierto que sus textos brillan por la arquitectura de los personajes y el tratamiento de los temas históricos más sobresalientes, tambiénsov14 1 es evidente que se niega a despegar del realismo “light” que lo hace hacerse entender fácilmente por un sinnúmero de lectores a los que no les interesan las oraciones excesivamente manipuladas: aquéllas que definieron el barroquismo de la primera etapa de producción de los novelistas de la Generación del Boom. Dice que junto a un grupo de escritores, autodenominados como la Generación del Crack e interesados en rescatar la novela latinoamericana de la banalidad causada por el vacío posterior a la madurez de escritores como Carlos Fuentes, Vargas Llosa y García Márquez, se lanzó a la confección de novelas que detonaran la “posibilidad del conocimiento” y no necesariamente la fuerza de la magia literaria.

“Quiero devolverle a la narrativa esa capacidad de encontrar la poesía no en el lenguaje sino en las acciones de los personajes”, argumenta Volpi en una entrevista cibernética. Para mí, se trata de un esfuerzo loable pero peligroso. Hacer apología de un lenguaje “plain” es tan mediocre como hacerla de un personaje mal dibujado y, si la novela pretende ser un gran lienzo de la “realidad” que interpretamos, tanto valen su superficie accesible como sus profundidades repletas de abismos y ambigüedades.

*Esta reseña se publicó en el número de diciembre del periódico Diálogo, órgano de la Universidad de Puerto Rico.

November 17, 2006

El dolor más horroroso

Por: Manuel Clavell Carrasquillo en pretextos

IwasakiEscribe Manuel Clavell Carrasquillo

La boca abierta, siempre expuesta a la brusca examinación del prójimo, es una de las puertas más custodiadas del cuerpo porque estamos de acuerdo en que conduce directamente hacia lo más profundo de lo íntimo. Esa cavidad húmeda, obstinada en el cultivo de sedimento, bacterias y mal olor –aunque allí convergen las posibilidades del placer, la respiración, el habla y la alimentación– es quizás el punto carnoso vulnerable más universal de los que compartimos.

A sabiendas de que quedamos horrorizados ante la pesadilla de perder la dentadura a pesar de la intervención oportuna o tardía de dentistas expertos en limpiezas, curetajes, platificaciones y otros procedimientos quirúrgicos sangrientos, el peruano Fernando Iwasaki (Lima, 1961) ha escrito con impulso sadomasoquista la espeluznante novela “Neguijón”. La editorial Alfaguara pone en circulación este libro tan breve como macabro advirtiendo en la contraportada que su protagonista “se afana en la búsqueda del gusano de los dientes que taladra las muelas y anida las encías, precipitando la corrupción del cuerpo y flagelando a los cristianos con una espina del dolor de la Pasión”.

Se trata de un barbero de Sevilla desterrado al exuberante Virreinato del Perú a fines del siglo XVI y principios del XVII que tiene a su cargo el trabajo del verdugo purificador: Gregrorio de Utrilla, verdadero fundador de una estirpe de dentistas, convoca a los limeños al amanecer para que hagan fila frente a su puesto en la Plaza Mayor. Todos –ricos y pobres, poderosos y pordioseros, libreros, inquisidores y beatas–, tienen la necesidad de deshacerse del insistente y punzante dolor que les provocan las caries, enfermedad que en aquellas épocas supersticiosas era confundida con la profunda mordida del asqueroso gusano asesino: el temido e invisible neguijón.
Iwasaki, profesor de historia exiliado en Sevilla y miembro del grupo literario conocido como el “Crack”, explora el fascinante mundo del Siglo de Oro que los estudiantes conocen por las clases de español. Sin embargo, en vez de asumir la cátedra para intentar transportar a los lectores a esa época, lleva sus lecturas de tratados médicos y religiosos al territorio de la ficción para contar la crónica de un mundo enfermo, en el que interactúan toda clase de buscones y honorables venidos a menos en el ámbito de la guerra, la política, la espiritualidad y la sobrevivencia.

¿Quién dijo que la elasticidad del realismo mágico procede de la macondiana realidad latinoamericana moderna y que ahí se agota? Iwasaki refuta esa tesis regresando al pasado remoto para recrear las ceremonias sociales asociadas a las operaciones quirúrgicas a sangre fría para pulverizar piedras del riñón, extirpar próstatas cancerosas, amputar extremidades fracturadas y deshacerse de dentaduras pútridas. A través de la manipulación de los discursos seudocientíficos y la integración de elementos que parecen fantásticos, logra producir en los lectores un efecto agudo de asco y espanto. “La semilla del diablo estaba en su familia, fluía por su sangre y supuraba en sus encías. Las moscas reptaban por su boca, exploraban las llagas de su lengua y desovaban en las grietas de sus muelas para engendrar nuevas castas de neguijones, esos monstruos tan repugnantes como los íncubos y los súcubos”. Así explica el narrador la causa de la desgracia de uno de los pacientes.

De esta forma, Iwasaki coloca al barbero cirujano junto con los ingeniosos hidalgos,neguijon II 1 los curas y los poetas incomprendidos como los héroes decadentes del momento, enfrascados en la batalla contra lombrices, espíritus malignos, corsarios, herejías, ignorancia y dolores achacados a la caída de la gracia al pecado. “Aparte del dolor hay mucho humor, porque quise crear algunos personajes de punto de fuga a esas descripciones del sufrimiento. No crean que sólo hay angustia porque, a pesar del dolor, los españoles seguían con una actitud muy vitalista, risueños y con gran sentido el humor, aunque a veces fuera grueso. Mi novela es un homenaje a la vitalidad de aquellas criaturas”, dice en entrevista con Jesús García Calero, del diario ABC, donde publica con frecuencia una columna.

El periodista Claudio Pereda cuestiona a Iwasaki sobre las posibilidades contemporáneas de la metáfora de la búsqueda obsesiva del gusano repugnante. El autor, sin timidez, contesta que el neguijón es la “idea de demostrar cómo una sociedad puede reducirlo todo al tema religioso. Hay una especie de integrismo light, porque [hoy] no se llegan a cometer las atrocidades del mundo medieval, pero no dejan de hacerse cosas terribles en nombre de la fe. Creo que esto también forma parte de los modernos neguijones: hasta qué punto somos sociedades un poco fundamentalistas”, alega Iwasaki, que también confiesa su debilidad por los Beatles y el flamenco.

Quiere decir que el prosista echa mano de los recursos de la escatología para llamar la atención sobre las tecnologías del poder que se utilizan para producir verdades. El pus, las ilustraciones de los instrumentos de “tortura” para arreglar muelas, los tumores supurantes y las cientos de alusiones a escritos que incluye en la bibliografía como el “Tratado de las operaciones que deben practicarse en la dentadura y método para conservarla en buen estado”, acusan una cultura organizada a base de la obsesión de recurrir a lo sobrenatural para explicar las cosas de la Tierra a través de intermediarios “sabios”. Los que desfilan frente al sacamuelas van demostrando su sumisión o rebeldía, esta última casi siempre disfrazada de discurso “alternativo” como la falacia mística.

Para descubrir estas sutilezas y contrastarlas con las actuales, habría que devorar el texto, que sin dudas revitaliza la concepción de que la novela histórica latinoamericana es aburrida e innecesaria. Iwasaki, que acaba de publicar una nueva colección de cuentos de lo que él llama “ciencia fricción” (eróticos) titulada “Helarte de amar”, trae con éxito al presente imágenes que se pensaban agotadas (hechicerías, indios salvajes, templarios, inquisidores, negros esclavos, herbolarios, agentes colonizadores) a través de un manejo magistral de la palabra breve y fuentes primarias del Siglo de Oro tanto de España como de América.

toothAhora bien, el autor abjura de regionalismos y clasificaciones en la conferencia “No quiero que a mí me lean como a mis antepasados”, publicada en el libro “Palabra de América” (Seix Barral, 2003), y argumenta que es “el resultado de una suma de exilios y culturas –peruana, japonesa, italiana y española”. De ahí que no soporta que lo lean como si habitara “en el fondo oscuro y triste de una vasija de barro”. Habría que asumirlo entonces como un provocador erudito que escribe en español y que habla de las intimidades de los que cruzan las fronteras.

Está bien, señor escritor, está bien: no lo haremos mártir de “lo latinoamericano”, pero ya que ha hecho mella en nuestras bocas a través de su excelente historiografía, al menos permítanos nombrarlo como uno de “nuestros” mejores expositores del dolor más horroroso.

*Esta reseña fue publicada en el número de noviembre-diciembre 2006 de Diálogo, periódico de la Universidad de Puerto Rico.

October 30, 2006

Urayoán Noel y la lógica kool del capitalismo tardío

Por: Manuel Clavell Carrasquillo en pretextos

kool logicEscribe Manuel Clavell Carrasquillo

Qué kool, vivimos en un vecindario global, con acceso a Internet y a E-Bay, música punk de los 80 más la de Pavarotti y Residente Calle 13. Nos tomamos un capuchino con canela y, para salir, nos vestimos sexy. Nos pueden enviar drogas de diseño por correo, comemos tofú en salsa de tamarindo, alcapurrias fritas en manteca y pagamos suscripciones de revistas de moda y clubes pornográficos con la American Express Blue: For Students.

Queremos tanto a Ricky Martin, bailar bomba, apoyar la causa de las ballenas en peligro de extinción y tener senos más grandes. En fin, cultivamos una “decadencia solemne”, según el escritor y performero Urayoán Noel (San Juan, 1976), autor de La lógica kool / Kool Logic, un poemario en dos idiomas, neón y mohoso a la misma vez, publicado –tres mil copias– por Bilingual Press, en Tempe, Arizona.

Vinculado a la Universidad de Puerto Rico desde su nacimiento, pues sus padres son profesores, Urayoán estudió inglés en la Facultad de Humanidades y pululó por los pasillos del cuadrángulo haciendo performance de la cultura del capitalismo tardío. (Whatever that means!). Unas veces aparecía entre los bancos de la placita Antonia Martínez con guayaberas gastadas o camisas playeras y gafas Ray Ban, recitando variaciones de los poemas de Darío y Palés Matos. Otras, irrumpía hambriento a las sesiones del Senado Académico con la intención de devorar los vegetales y saludar a los intelectuales. Cargaba discos de pasta negra de los trovadores Ramito y Chuíto el de Bayamón, al tiempo que aparecía por las ventanas en las fiestas de la gente progre de la escena del perreo-rocker en mahones bell-bottoms y camisas del Salvation Army.

El artista se graduó y partió para Stanford, California, donde permaneció un tiempo antes de completar una maestría en Estudios Hispánicos y radicarse en Nueva York, donde ha ofrecido cursos de alfabetización para adultos, se juntó con una banda musical llamada “Petit Object A” y autogestionó su primer poemario, Las flores del mall (Ediciones Alamala, 2000), concebido como un objeto en forma de disco compacto hecho de cartón, tornillos y tapas de plástico con textura espinosa.

Sus palabras sorprenden por lo que significan y por las formas en que están organizadas. Por ejemplo, en el poema “The Wayside Story”, cultiva la décima jíbara para enmarcar en el idioma “difícil” y en el estilo cínico asuntos de inmigración y exilio a los Estados Unidos: “Didn’t need no gear for scuba/ I just swam like an amphibian/ All the way through Caribbean/ From Port-au-Prince to Aruba./ Gloria Estefan croons ‘Skip Cuba!’/ (Her chords crack at every octave),/ Yo, fish, watch me move groove rave/ I reach shores lined with debris…/ Hip-hip: the land of the free!/ Hoorray: the home of the brave!”.

Al igual que la agrupación musical Súperaquello y el pintor Rabindranat Díaz, entre otros, Urayoán maneja la estética “modernista pop”, según confiesa en la revista de literatura latinoamericana Katatay, distribuida en Puerto Rico. Estos jóvenes de la generación de los noventa agarran la tradición preciosista para acercarse al público a través de una “lógica kool”, que es la intención de crear a partir de la basura del glamour: con el encanto de las estrellas del espectáculo pero con el damage intelectual de los universitarios fabu. De esta forma, el título del poemario no sólo se refiere al contenido del libro –la relación entre el capitalismo y cultura– sino también al modo de pensar de varios exponentes del arte en el país.

No observa “desde afuera” el caos postindustrial y luego escribe sobre lo que ve como si tuviese que advertir sobre los “peligros” del momento. Todo lo contrario, el escritor se encuentra inmerso en las dinámicas que lleva al plano de la escritura y los escenarios, porque muchas de sus piezas se conciben también para recitarse. Ése es el caso del poema que le da título a la colección: “Cantémosle al día mítico/ de la identidad holograma,/ quince minutos de fama/ (veinte si eres político);/ ya salió el sol sifilítico/ de la era del vacío, lanza su luz desigual:/ la lógica cultural/ del capitalismo tardío”.

En esos versos queda resumida la propuesta: sustrae cientos de imágenes de sus experiencias y las condensa en proposiciones filosóficas. No hay crónica del “vecindario global” en general, o del barrio isleño-nuyorquino en particular, sino descripción del flujo o el pace de unos estilos de vida que se dan en el contexto posmoderno. Entre ellos, resaltan el del “burgués atorrante”, el del trabajador de cuello azul o el “empleado del mes” que no progresa a pesar de las promesas, amas de casa entregadas al “zapping” y habitantes de los “suburbios lejanos”, “chalets con detalles dóricos/ y sirvientes bolivianos”. Quiere que pensemos sobre las alturas del lujo, para que gocemos mientras nos deja caer en el vacío del espanto.

Como contraste, hay poemas que señalan un “escape” de la máquina de reproducción de los sentidos de la “lógica kool” asumida y desmontada. Somos “estrellas de mar fallecidas en un mar mohoso”, piensa el poeta, pero en textos más herméticos como “Lost and Found in Taksim Square”, “Next Exit” y “Greetings from the Upper East Side of My Brain” hay solución aparente. De la influencia de Pietri, Ginsberg y otros íconos esotéricos proviene el dictum profético reconstruido de un sueño en Turquía: “For I have seen the sunrise/ Over the empty square:/ Commodity culture with its/ Tacky makeup and its heels/ […] But I’m not impressed/ I have seen a better place: Our friends are waiting there with open arms/ In that railway/ Into the heart of the real”.

Complementa el libro con un DVD que incluye un performance en el que recita los poemas con su banda. También, una entrevista sobre sus orígenes, influencias, su preocupación por el ritmo y la forma. Este estímulo adicional, que –como el libro– sólo se consigue a través de Amazon, proyecta nuevas luces sobre un poemario brillante y provocador a pesar del mood sombrío de “cómica pesadumbre”. El poeta-performero intercambia pavas jíbaras con boinas, palabras en espanglish y sonidos extraños. Hay una gesticulación que le da “materialidad” a lo que dice, una concreción que atrae a los espectadores en el mismo segundo en que los desencaja.

Qué kool, Urayoán escarba en el terruño y saca un subway, rebusca en las identidades y encuentra ambigüedad, viaja en clase económica con I-pod y aterriza en Wal-Mart, estudia literatura hispanoamericana y da lecciones Zen, enarbola el “¡Yo acuso!” y termina postrado en una montaña rusa de parque temático. No en balde reestructura desde “fuera” la inamovible tradición literaria boricua al plantear que: “If it’s true that the masses are asses/ then the poet is their wipe”. Habría, para adentrarse hasta el límite del tedio y reaccionar a esta propuesta artístico-política, que leer con fruición esa función poética y seguir experimentando con las posibilidades del “modernismo pop”.

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En la foto, Urayoán Noel. Esta reseña fue publicada originalmente en el número de noviembre de 2006 del periódico Diálogo, de la Universidad de Puerto Rico.

October 28, 2006

No será la Tierra, no será

Por: Manuel Clavell Carrasquillo en pretextos, utopía

Escribe Manuel Clavell Carrasquillo

Lenin ca  doAl terminar la nueva novela de Jorge Volpi, licenciado en Derecho de la UNAM y doctorado en letras de la Universidad de Salamanca, (una copia clandestina que circula como plutonio entre la élite letrada de San Juan, donde aún no está disponible para el público) siento una sensación de tragedia ante el peso de la herencia del siglo XX que heredé. Entre el desastre nuclear de Chernobil y la víspera del recibimiento del año 2000 con su virus Y2K, atravesando la caída del muro de Berlín y la constitución del mapa del genoma humano, los personajes femeninos, grandes esbozos de tesón y crueldad, como lector me desintegro en las luchas corporativas de los Estados Unidos y la gran cruzada de la privatización de las empresas estatales ex soviéticas. Me corto la piel con las navajas de Oksana, poeta lesbiana heredera de Ajmatova, desquiciada en el fin del mundo, helada y prostituida frente a las costas del mar de Japón. Los negros de Zaire burlan las reglamentaciones del Fondo Monetario internacional dirigido por Jenniffer Moore, y los niños van a Disney World para que sus padres se despejen del tedio de la vida profesional. Con este texto que ficcionaliza el Almanaque Mundial, Jorge Volpi culmina su gran trilogía novelesca del siglo de las dos equis, que comenzó con “En busca de Klingsor” y medió con “El fin de la locura”. volpiUnos científicos mal atinados desatan un accidente nefasto con polvo de Antrax, los palestinos se entregan al terror, las acciones suben y bajan en Wall Street y en México el PRI desangra el presupuesto gubernamental. Hay un periodista, luego asesino, que descubre los secretos más despreciables de los últimos cien años, muere Stalin y todos, junto a su cadáver lleno de gusanos, y la remoción de las estatuas pétreas de Lenin en las plazas públicas de Europa Oriental, nos vamos pudriendo con él. Sadomasoquismo puro, el gran espejo de Stendhal echo añicos por Carlos Fuentes en “El espejo enterrado”, las partículas de la soledad, el engaño y la devastación. Jorge Volpi, ¿qué has echo conmigo? A pesar de tus palabras, del repaso que me has hecho hacer de la decadencia de la que soy hijo y que promuevo (tanto te extraño Gorbachov), debo continuar. Esa vocación ilusa del deber, unas protestas antiglobalización en Seattle (lacrimógeno termino, sin gas), el hundimiento del Raimbow Warrior en el puerto de Nueva Zelanda, la alegría de haber derrumbado la cabeza de Lenin con mi imaginación y pintarle los labios de rojo con un pote de esprey, ¿qué sigue? Tú lo has dicho: nada puedo hacer, aunque tengo dudas, y la Tierra, pues esa utopía estúpida, definitivamente, no será.

Volpi, Jorge. “No será la Tierra”. Alfaguara: 2006, México, D.F., 517 pp.

October 24, 2006

El desafío cosmopolita

Por: Manuel Clavell Carrasquillo en pretextos

cosmopolitanismEscribe Manuel Clavell Carrasquillo*

Si se sabe que las cosas están tan mal en todas partes, y al menos se es consciente de que dos millones de personas mueren todos los años por la malaria, 240.000 al mes por el sida, 136.000 por la diarrea y muchas más a causa de la guerras, el fanatismo y la intolerancia, ¿qué responsabilidades éticas nos atan a esa enorme masa de extraños para tratar de evitar más desastres?

El filósofo ghanés exiliado en los Estados Unidos y profesor de la Universidad de Princeton, Kwame Anthony Appiah, intenta contestar esta interrogante en el libro “Cosmopolitanism: Ethics in a World of Strangers” (Norton, 2006). Plantea que el cosmopolitanismo ha sido uno de los principios rectores de los esfuerzos para que los humanos nos acerquemos más a través de la historia, a pesar de las innumerables distancias que nos separan, y que la propagación de esa filosofía no es la solución sino el reto que enfrentamos para mejorar el mundo que compartimos casi nueve billones de ciudadanos del cosmos.

Appiah, hijo de un príncipe de la familia real de Ghana y de madre inglesa, recurre a una frase de Terencio para resumir su propuesta: “Nada humano me es ajeno”. De ahí, explica, surgen las bases del cosmopolitanismo, que son, de un lado, el reconocimiento del compromiso de cada cual con los demás y, de otro, la afirmación de que todos somos diferentes pero que mucho podemos aprender de esos contrastes. El problema es que estos principios conducen a una paradoja: si usamos una perspectiva cosmopolita para actuar, y respetamos las diferencias, entonces no podríamos pretender que las sociedades asuman valores idénticos ni el mismo modo de organizarse.

A través de capítulos breves escritos con claridad y sencillez, el autor se adentra en el territorio minado de los conflictos morales. ¿Es correcto intervenir, para cambiar, las coordenadas morales de las demás culturas? Los antropólogos, atados a los mandatos del positivismo, han contestado que no y han adoptado el relativismo para defender sus posturas. De esta forma, lo que “está bien” y lo que “está mal” es relativo y sólo podría ser determinado por las tradiciones locales. Un extranjero no tendría derecho a hacer críticas morales. Los positivistas, enfocados en la “verdad” de los “hechos” que investigan, apuestan a que su relativismo se traduzca en tolerancia.

Los cosmopolitas deben entender que el método científico no es útil como herramienta para comprender valores. Lo que nos parece razonable no necesariamente le resulta admisible a una sociedad que practica la “circuncisión” femenina, censura la expresión pública, condena a muerte a los homosexuales, aplica literalmente preceptos religiosos antiguos, extermina razas “inferiores” o recurre al totalitarismo como modo de gobierno. Según Appiah, el cosmopolita tiene que aceptar que nada garantiza que podría persuadir a los demás para que adopten sus puntos de vista. Por esa razón, opina que conversar con vecinos o extraños tiene que ser una actividad que no pretenda acuerdos finales y firmes.

Queda claro que el cosmopolitanismo es una serie de conversaciones sobre cuestiones morales entre fronteras y que, para sostenerlas, hay que partir de las divergencias. En cuanto a las reglas del diálogo, Appiah expone que deben garantizar que los participantes se entiendan; no que se pongan de acuerdo. “Una vez entiendas el sistema, puede ser que estés de acuerdo, y no será porque has claudicado a defender tus compromisos morales básicos”, expresa. Además, menciona que “no hay que compartir un valor para entender cómo motiva a otro”.

Aunque parezca que el autor favorece la “regla de oro” que establece que no se debe hacer a otros lo que no nos gusta que nos hagan, en el fondo la confronta. Siembra dudas, porque presenta la hipótesis de que al pensar en qué es lo que nos gusta y qué no, siempre tenemos en cuenta nuestros valores y creencias pero descartamos las de los interlocutores. Los cosmopolitas deben calzarse los zapatos de los recién conocidos –no necesariamente caminar como ellos– para defender una coexistencia basada en llegar a acuerdos sobre las prácticas correctas al tiempo que disienten de sus justificaciones.

El libro está repleto de ejemplos y anéctodas autobiográficas que mantienen a los lectores interesados no sólo en asimilar las ideas del autor mientras las discuten, sino en acercarse a situaciones de tensión que aún quedan irresueltas. Por ejemplo, recuerda que sólo hace unas décadas se pensaba que las mujeres de clase media no serían más que amas de casa y que los gays no saldrían de los armarios. Hoy, más gente tolera o se ha acostumbrado a convivir con las madres trabajadoras y los homosexuales a pesar de que no concuerda con los valores (demócratas, igualitarios, antidiscriminatorios) subyacentes a este tipo de progreso. “No todo el que concibe estos actos como perversos piensa que deben ser ilegales”, concluye.

Luego de comprobar que la conversación intercultural no tiene que desembocar en el consenso valorativo para ser efectiva, Appiah se sumerge en la teoría de la contaminación. Arremete contra los conservadores que se resisten a los cambios de la globalización en comunidades que supuestamente antes permanecían aisladas. Critica el paternalismo de los que predican que la irrupción del capitalismo en todos los rincones produce consumidores homogéneos y que, por lo tanto, los que sí conocen esta “verdad”, y no se dejan engañar por las “trampas” del mercado, tienen que protegerlos. Con cinismo, hace una pregunta retórica: “¿Qué se puede decir del alma de alguien porque bebe Coca-Cola?”.

“No necesitamos, nunca hemos necesitado, comunidades arraigadas, un sistema de valores homogéneo, para tener un hogar. La pureza cultural es un oxímoron. Las probabilidades son de que, en términos culturales, ya tengas una vida cosmopolita, enriquecida por la literatura, el arte y el cine que proviene de muchos lugares y contiene influencias de muchos otros”, alega el profesor, concediendo que la cultura tiene que estar contaminada. Esa contaminación, precisamente, es la que lleva al cosmopolita a chocar con los fundamentalismos de las identidades. En este sentido, las esencias o los patrimonios culturales se hacen débiles en la medida que las conexiones humanas ocurren no tanto por “aquello que nos une”, sino a pesar de las diferencias.

Rechazar la contaminación ha convertido a muchos universalistas en anti-cosmopolitas. Osama bin Laden y sus contrapartes católicos y protestantes pretenden imponer a todos sus “verdades universales”. Asimismo, “los cosmopolitas también creemos en la verdad universal, pero estamos menos seguros de que ya la poseemos”, indica Appiah. Por lo tanto, el cosmopolitanismo es un arrojo de “inteligencia, curiosidad y compromiso” hacia la asunción de la fragilidad humana. Por ello, al final vuelve la advertencia del principio: pensar el mundo desde el cosmopolitanismo no es la solución del desastre heredado, sino el comienzo del reto.

*Esta reseña fue publicada originalmente en la sección Pretextos de octubre de 2006 del mensuario Diálogo, periódico de la Universidad de Puerto Rico.

BloGalaxia
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